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PUNTO DE OBSERVACIÓN
Columna
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Tras la desaparición de la “nueva política”, la anterior no está para muchas alegrías

Las elecciones catalanas han certificado la desaparición de Ciudadanos y el independentismo de apariencia revolucionaria

Politica
Nicolás Aznárez
Soledad Gallego-Díaz

Definitivamente, las elecciones catalanas han certificado la práctica desaparición de lo que se llamó “nueva política”. De Ciudadanos no ha quedado nada en el lugar donde nació y donde desempeñó un papel muy interesante en sus comienzos; Podemos, que inyectó tanta vitalidad y novedad a la vida política durante algunos años, no compareció y tiene pocas expectativas con vistas a las elecciones europeas, según las encuestas. Sumar ha resistido, en los huesos, gracias a los Comunes, pero Yolanda Díaz tampoco tiene esperanzas de sobresalir en las elecciones de junio. Incluso el independentismo de nueva planta, que tomó una apariencia casi revolucionaria, ha quedado olvidado con el desesperado intento de recuperar nada menos que la Convergència de Pujol.

Ni tan siquiera Vox es realmente nuevo, aunque tampoco se trate de un simple heredero de Fuerza Nueva, sino que parece cada vez más la sección española de una nueva internacional ultra, con estructuras organizadas en toda Europa y ayuda financiera de grandes think tanks estadounidenses. Es decir, algo mucho más peligroso de lo que fue nunca el partido de Blas Piñar.

Las elecciones autonómicas catalanas han certificado la desaparición de la nueva política española, y por mucho que sus protagonistas busquen culpables fuera de sus filas, lo cierto es que ha sido un triste proceso provocado por sus propias malas decisiones. El regreso a la antigua política tampoco es una noticia que pueda provocar grandes alegrías, porque la situación dentro de España y en Europa no es precisamente la misma que la que afrontaron aquellos políticos. La sociedad española y la sociedad europea atraviesan un estado de ánimo muy diferente: dentro de cada país existe un claro desánimo democrático y, a escala internacional, el mapa ha cambiado sustancialmente, con dos guerras muy cercanas y un claro enfrentamiento entre Estados Unidos y China. Y si los electores no lo remedian, las elecciones europeas nos trasladarán a un escenario político europeo de bloques, también antiguo y peligroso, dirigido por políticos más bien rancios.

Lo más atractivo del resultado de las elecciones catalanas es que da por cerrado un debate que ha impedido casi cualquier otra discusión política en España: la mayoría independentista en Cataluña ha quedado desactivada. ¿Hubiera sido posible lograrlo sólo con indultos y sin amnistía? Imposible saberlo y, además, ahora poco importa. Lo importante es que esa desactivación se ha producido y que, ocurra lo que ocurra a partir de ahora, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, puede asegurar que gracias a sus políticas el nacionalismo en Cataluña no tiene mayoría ni en escaños ni en votos por primera vez en 40 años y se ha cerrado una peligrosa crisis institucional.

Quizás sea posible hablar ahora de otras cosas. Se supone que el Partido Popular no acudirá a las elecciones del día 9 con un único punto en su programa: la unidad de España. Lo normal sería que se pronunciara sobre muchas de las cosas sobre las que se ha mantenido en silencio: bonos europeos para sufragar la defensa europea, límites del control del déficit, hasta qué punto aceptar alianzas puntuales con la extrema derecha. Quizás sería bueno que sus estrategas recurrieran al podcast que mantiene un antiguo ministro popular, Gabriel Elorriaga, charlando semanal y calmadamente con un exministro socialista, Jordi Sevilla. Elorriaga no parece pensar que basta el ruido de las trompetas para que caigan las murallas de Jericó.

En el plano práctico, es imposible saber cómo se resolverá la situación política en Cataluña hasta que pasen las elecciones el día 9. La única pista la dará la negociación para la elección de presidente o presidenta de la Cámara. Pero solo después del recuento europeo se podrá avanzar de verdad en esa negociación. La opción más probable es que ERC apoye la investidura de Salvador Illa y pase a la oposición. Esquerra ha anunciado la celebración de un congreso en noviembre para resolver su complicada situación interna y no parece muy lógico que Oriol Junqueras, que aspira a hacerse con la dirección, ni nadie, quiera celebrar ese congreso después de otro fracaso en una repetición electoral. Pero ERC no siempre actúa con lógica.

El éxito del PSC y el nombramiento de Salvador Illa no son suficientes para asegurar un futuro sólido a Pedro Sánchez al frente de La Moncloa. Habrá que esperar también al resultado de las europeas. Es posible que los socialistas y socialdemócratas no experimenten una bajada tan pronunciada como se anunciaba si el electorado se moviliza contra el fuerte aumento de la extrema derecha. Todo es posible.

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