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PUNTO DE OBSERVACIÓN
Columna
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Políticos amargados: la alegría de mayo del 68 desapareció del mapa

En la actualidad se echa mucho de menos el júbilo de participar en la vida pública

Politica
Nicolás Aznárez
Soledad Gallego-Díaz

Mayo del 68 está muerto y si queda algo vivo debería acabarse con ello inmediatamente. La furia que sigue provocando aquel movimiento, al que se acusa ahora de haber contribuido al ultraliberalismo y al individualismo posterior, es chocante. Algo importante debió de tener aquella rebelión y algo debe de permanecer vigente, además de su impacto en la revolución feminista y en la vida sexual, como para provocar tanta inquina entre los actuales portavoces del conservadurismo. Quizás que Mayo del 68 fue, como ha demostrado Thomas Piketty, “el comienzo de un periodo histórico de reducción considerable de las desigualdades sociales, y si esa tendencia perdió fuerza después, fue por razones muy diferentes”. En este mundo en el que la riqueza extrema alcanza niveles inusitados, quizá convenga recordar qué significó aquel estallido (no solo de los estudiantes, sino también de jóvenes trabajadores de las grandes fábricas) que puso en solfa todo el sistema social, económico y cultural en el que se vivía.

Mayo del 68 acabó de manera muy característica, con una huelga general que pretendía controlar a los otros dos movimientos más espontáneos, estudiantil y obrero, y con unas elecciones, en junio, en las que la izquierda clásica, que se había quedado atónita con la revuelta, sufrió una considerable derrota, a manos de la derecha conservadora (el partido de Georges Pompidou llegó a los 354 escaños, el de François Mitterrand se quedó en 57, y el Partido Comunista Francés, en 34). Pero nada acabó ahí. Las consecuencias fueron múltiples y algunas de ellas se echan mucho de menos en la actualidad, por ejemplo, el júbilo de participar en la vida pública. La filósofa Hannah Arendt describió así, en aquel momento, lo que consideró una de las características más notables: “Lo primero que me llama la atención es su determinación de actuar, su júbilo en la acción (…) Resultó que la acción política es divertida”. Esa alegría y diversión parece haber desaparecido de la vida política actual, no solo en Francia, sino en todas partes, España incluida, donde es casi imposible introducir algo de humor en el debate político y, desde luego, donde los políticos de cualquier tendencia parecen más amargados que jubilosos.

Volviendo a Piketty y a la influencia que tuvo Mayo del 68 en la lucha contra la desigualdad, sus estudios demuestran que la ruptura con el periodo precedente fue “neta y de largo alcance”. “El poder de compra del salario mínimo”, escribe, “había progresado apenas el 25% entre 1950 y 1968. Impulsado por el fuerte aumento de los salarios bajos, la masa salarial avanzó durante los años 1968-1983 mucho más rápido que la producción, lo que llevó a una fuerte disminución de la cuota del capital en el ingreso nacional. Todo esto a través de la reducción de las horas de trabajo y alargando las vacaciones pagadas”. Es a partir de 1998, y claramente después con la crisis financiera de 2008, cuando la tendencia iniciada con Mayo del 68 se derrumba y la desigualdad se hace galopante, favorecida por una feroz respuesta austericida.

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Con algo de humor, la estupenda periodista mexicana Marcela Turati proponía hace tiempo que los periodistas dejaran de escribir de la vida de los pobres y empezaran a fijarse en la de los superricos. La pobreza no parece que provoque reacción, decía, pero es posible que la superriqueza provoque furia. La concentración de la riqueza ha pasado a ser monstruosa: 264 personas poseen hoy día el equivalente a lo que poseen 3.000 millones de personas en el mundo. No importa, opinan algunos, siempre que esos 3.000 millones tengan lo suficiente para vivir. Pero no es cierto que semejante concentración de dinero no tenga efectos en la vida de esos 3.000 millones y en la de todos los demás habitantes de la Tierra. Basta ver cómo ha funcionado una empresa como la fabricante de aviones Boeing para darse cuenta: aumentar el valor de las acciones (y en consecuencia el bono de los gestores) se convirtió en el objetivo principal, animados por cientos de analistas que alababan esa buena gestión. Tan buena que sufrieron dos accidentes y una puerta saltó por los aires en pleno vuelo. Tan buena que la mayor empresa de arrendamiento de aviones del mundo ha exigido ahora que los objetivos financieros “pasen a un segundo plano” y que la empresa se centre en la seguridad de los seres humanos. Mayo del 68, derrotas pírricas, victorias aplazadas, escribió Carlos Fuentes.

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