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PUNTO DE OBSERVACIÓN
Columna
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Se pueden hacer muchas cosas para frenar el miedo al inmigrante

El racismo se extiende por Europa y las elecciones de junio son un momento para detenerlo

Sol Gallego
Nicolás Aznárez
Soledad Gallego-Díaz

Las próximas elecciones europeas (6-9 de junio) van a coincidir, casi, con el octavo aniversario del asesinato de la diputada británica del Partido Laborista Jo Cox, que murió haciendo campaña a favor de la permanencia de su país en la Unión Europea. Cox, de 41 años, fue atacada a la salida de un acto público por un ciudadano inglés, supremacista blanco, admirador de Trump, que gritó “Britain First”, le disparó tres veces con un fusil de caza y, por si no era suficiente, le asestó 15 puñaladas. El jurado que le condenó a cadena perpetua no tuvo dudas en considerar que el asesino actuó inspirado por un “nacionalismo excluyente, asociado a las ideas nazis en sus formas modernas”. Una descripción que deberíamos tener muy presente al mirar a nuestro alrededor.

Cox acababa de publicar un artículo criticando la política de inmigración que practicaba el Gobierno del primer ministro conservador David Cameron y lamentaba que su propio partido, socialdemócrata, no tuviera ideas claras ni propuestas razonadas en ese tema. La diputada laborista, que había sido ejecutiva de Oxfam y acababa de entrar en política, era también muy crítica con la política de inmigración que promovía la Unión Europea. Es muy posible que hoy estuviera aún más horrorizada por el intento de deportar a terceros países a demandantes de asilo que trata de legalizar el Gobierno conservador de Rishi Sunak (parado una y otra vez por la Cámara de los Lores) y con las recientes propuestas de la Comisión Europea avalando esas prácticas. Aun así, lo cierto es que murió apoyando la permanencia de su país en la Unión y confiando en que dentro de Europa podría defender mejor sus ideas.

El miedo al inmigrante ha sido, dicen los analistas, uno de los motivos del incremento de voto a Chega, el partido portugués de extrema derecha. En sólo cinco años, Chega ha pasado de tener un único diputado a convertirse en la tercera fuerza política en el Parlamento, una tendencia que también se ha visto en otros países europeos. Urge encontrar la forma de actuar frente a ese rumbo, y que esa fórmula no consista en asumir parte de su mensaje, sino en propuestas contrarias, creíbles y razonables. El pacto migratorio aprobado por el Parlamento y el Consejo de la Unión Europea el pasado mes de diciembre es un paso, pero insatisfactorio porque no incluye ningún poderoso mensaje político que combata ese miedo, sino que en cierta medida lo justifica. Hay que comprender el poder del miedo y su efecto en las elecciones, explican los impulsores del acuerdo, y tienen razón, pero eso no implica justificarlo, sino encontrar la manera de afrontarlo y desactivarlo.

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No es cierto que todo sea incierto. Depende de lo que hagamos. Los futuros posibles se pueden elegir, escribió el historiador Tony Judt. “Hay varios futuros posibles, según el tipo de políticas y de instituciones que elijamos”, insiste Thomas Piketty. Se pueden hacer muchas cosas en Europa para salir de la situación actual y para frenar el miedo al otro que se extiende desde hace años por el continente y que es parte del hocico de la bestia. Existen los datos y distintos caminos, democráticos y factibles, para afrontar las maniobras insidiosas que atribuyen a la inmigración todos los motivos del creciente malestar que afecta a las sociedades occidentales. Pero se trata de una pelea absolutamente política y las elecciones de junio serán parte importante de ella. Jo Cox, una representante política, la estaba dando a favor de esa otra Europa que creía posible.

Es muy probable que, si continuamos dejando que el miedo al inmigrante se extienda por nuestros países, llegue un día en que todo el Parlamento Europeo tenga que ponerse en pie y pedir perdón por el trato dado a decenas de miles de personas que llegaron a nuestras puertas y a las que no reconocimos ningún derecho. Ahora, pedir disculpas se ha convertido en una especie de ceremonia ritual, sin contenido, que practican primeros ministros y autoridades de muchos países ante los auténticos atropellos cometidos por ellos mismos o por sus predecesores. Pero pedir disculpas tuvo otro significado. Desmond Tutu, el obispo sudafricano antiapartheid, decía que cuando se pedía perdón por algo, quedabas obligado a marcar ese hecho para siempre en tu memoria. Es una idea antigua. Confucio decía que no sirve aceptar que te has equivocado si no lo recuerdas continuamente.

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