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¿Podemos aprender a controlar nuestros sueños?

Varias investigaciones apuntan caminos para intentar influir en lo que soñamos y encuentran aplicaciones prácticas

Karelia Vázquez
Controlar sueños
'El sueño' (1912), por Franz Marc (1880-1916).Peter Horree (Alamy / Cordon Press)

Elegir cada noche un argumento. Escribir el guion con arreglo a las leyes de la dramaturgia. Construir personajes más o menos sólidos. Entrar y salir de la trama a discreción. Y todo eso mientras dormimos, soñando como si estuviéramos despiertos. La utopía de controlar los sueños nunca ha estado tan cerca.

Cuando durante un sueño sabemos que estamos soñando, estamos teniendo un sueño lucido. La ciencia dice que la capacidad de tener sueños que uno vive intensamente, pero sabe que está soñando, se puede inducir y hasta entrenar. En YouTube abundan los tutoriales para aprender, aseguran que en cuatro fáciles pasos, a soñar de un modo consciente. La psicóloga Montse Fernández calcula que se necesitarían al menos seis meses de entrenamiento para alcanzar cierto grado de consciencia en los sueños.

La primera referencia a los sueños lúcidos se encuentra en Los tratados aristotélicos sobre el sueño. Hoy sabemos que casi todos, de un modo u otro, hemos soñado así alguna vez. Las cifras varían en los diferentes estudios: el trabajo “Is It a Good Idea to Cultivate Lucid Dreaming?” (¿Es una buena idea cultivar sueños lúcidos?), publicado en Frontiers in Psychology en 2019 apunta que a lo largo de la vida las personas tienen al menos un sueño lúcido, un 11% de privilegiados experimenta uno o dos cada mes.

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En 2017 un equipo de investigación de las universidades de Mannheim y Heidelberg, ambas en Alemania, estimó que el 51% de la población había tenido experiencias oníricas muy vívidas, y un 20%, una vez al mes. El trabajo apuntaba que a partir de los tres o cuatro años de edad se experimentaban muchos sueños lúcidos, en la adolescencia empezaban a declinar y a partir de los 25, casi desaparecían.

Pero, ¿cómo y cuándo tenemos sueños lúcidos? Un artículo de la revista Medical News Today reunía en marzo pasado varios testimonios. Un soñador lúcido contaba que el episodio solía ocurrirle cuando se estaba despertando o se intentaba dormir tras un breve despertar. Decía estar tan entrenado que podía elegir “por capricho” el realismo e intensidad de sus ensoñaciones, siempre que aún estuviera en ese limbo entre el sueño y la vigilia. Otras personas contaron que se despertaban inmediatamente cuando eran conscientes de estar soñando, mientras que otros dijeron que ese era el momento de manipular la narrativa de sus sueños, y cambiar tramas y personajes para mejorar el final. Como la mayoría de los sueños, las experiencias lúcidas ocurren durante la fase REM, cuando se suceden rápidos movimientos oculares.

Determinar si estas personas estaban totalmente dormidas cuando experimentaban esos niveles de lucidez ha sido uno de los puntos más polémicos de las investigaciones. En los años 70 el profesor Stephen LaBerge, psicofisiólogo de la Universidad de Stanford, era del bando escéptico, pero años más tarde encontró a varios soñadores lúcidos dispuestos a dormir en su laboratorio con sensores pegados al cuerpo, incluidos los párpados. El experimento, publicado en Nature Communications en 2018, demostró que estas personas eran capaces de obedecer órdenes sencillas haciendo movimientos oculares sin despertarse. En la cama el cuerpo seguía dormido, pero en el territorio de los sueños pasaban cosas: los ojos se movían veloces para ejecutar las órdenes de los científicos. En un estudio de 2021 realizado por Karen Konkoly, investigadora de la Universidad de Northwestern, los soñadores lúcidos fueron capaces de resolver una operación matemática sencilla mientras dormían.

En 2023 hemos entrado en otra fase: ¿podemos aprender a tener sueños lúcidos? ¿es posible entrenar para que sean más frecuentes? ¿conseguiremos controlar sus contenidos? Montse Fernández que dirige el Centro de Psicología AWEN de Barcelona, explica por teléfono que durante un sueño lúcido se crea una disociación: por un lado, la mente está viviendo una experiencia, por otro el cuerpo sabe que está seguro, en la cama. “Hay conciencia de esa disociación y uno dirige su película. Digamos que hay dos niveles en esta técnica, el primero es ser consciente durante los sueños, el segundo, poder dirigir sus contenidos hacia unos objetivos, por ejemplo, curar una fobia o desbloquear un miedo”.

El mayor estudio sobre el asunto, The International Lucid Dream Induction Study (El estudio internacional sobre inducción al sueño lúcido; sin edición en español), responde con un sí más o menos rotundo a alguna de estas preguntas. Su coordinador Denholm Aspy, un investigador de la Universidad de Adelaida (Australia), prueba la efectividad de cinco técnicas de inducción de sueños lúcidos. Es curioso que las más efectivas coincidan en despertar al durmiente en la hora número cinco del sueño, y luego intentar que se vuelva a dormir.

La fascinación por los sueños lúcidos no es solo curiosidad intelectual, los investigadores les han encontrado aplicaciones prácticas, como las que se demostraron en el estudio publicado en Journal of Sports Science en 2016 que aseguraba que las personas del experimento que durante un sueño lúcido lanzaban dardos mejoraban su rendimiento cuando practicaban despiertos. En otra investigación, una terapia de afrontamiento durante un episodio de sueño lúcido demostró ser eficaz para aliviar las pesadillas persistentes, aquellas que se repiten al menos una vez por semana. Un trastorno que afecta al 6% de los adultos.

Ahora el profesor LaBerge es un convencido de que soñar sabiendo que estamos soñando es una habilidad que se puede y se debe entrenar. Para controlar los sueños propone tres técnicas. La primera, actualizar un diario de sueños donde, al despertar, se describa con detalle todo lo soñado. “Incluso si piensas que nunca sueñas, date tiempo. Eres un soñador. Todos lo somos”, escribe el profesor por correo electrónico. Su teoría es que recordar los sueños es una competencia que mejora con la práctica diaria.

La segunda técnica es fijarse y ser consciente de cuáles son las temáticas o las personas que aparecen en nuestras ensoñaciones. Especialmente los que no responden a un razonamiento lógico. Por ejemplo, el niño de tu clase de tercero al que nunca has vuelto a ver. Según el profesor, son señales útiles para saber que estás soñando porque no están en tu vida cuando estás despierto. Por último, LaBerge recomienda establecer una intención, por ejemplo, decirse a uno mismo: esta noche cuando aparezca el chico de tercero sabré que estoy soñando.

En su macroestudio Denholm Aspy advierte de que la habilidad de entrar en un sueño lúcido depende de factores tan dispares como el tiempo que pasemos durmiendo, la energía que dediquemos a recordar lo soñado (mejora con la práctica), y la dieta (en algunos estudios, los alimentos ricos en colina como los huevos, el salmón, el bacalao, o las coles de Bruselas aumentaron la frecuencia de este tipo de sueños).

En sus experimentos las personas con frecuentes sueños lúcidos son también aquellas que pueden recordar mejor lo que sueñan. La meditación y el mindfulness parecen favorecer las ensoñaciones lúcidas. La idea es que mientras más atentos estemos durante el día más probable será que identifiquemos que estamos soñando mientras dormimos. Montse Fernández aún no ha tratado a ningún paciente a través de un sueño lúcido, pero sí les hace anotar los sueños. “Es una herramienta potente para detectar patrones”, dice. Y añade: “Cualquier ejercicio que permita estar más presente es un buen entrenamiento para soñar de un modo consciente”. La psicóloga anima a dejar 15 minutos el piloto automático y cita un mantra muy usado entre los soñadores séniors: para estar lúcido de noche hay que vivir lúcido de día.

Si consideramos que pasamos una tercera parte de nuestra vida durmiendo, y soñamos cada noche durante dos horas, no parece mala idea esforzarnos por saber qué nos pasa durante todo ese tiempo.

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Sobre la firma

Karelia Vázquez
Escribe desde 2002 en El País Semanal, el suplemento Ideas y la secciones de Tecnología y Salud. Ganadora de una beca internacional J.S. Knigt de la Universidad de Stanford para investigar los nexos entre tecnología y filosofía y los cambios sociales que genera internet. Autora del ensayo 'Aquí sí hay brotes verdes: Españoles en Palo Alto'.

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