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Barbara Stiegler, filósofa: “Los yates son el símbolo de la depredación neoliberal, de su obscenidad”

La pensadora y activista francesa hace suyas las protestas sociales que están sacudiendo su país. Confía en un sistema de gobierno “del pueblo para el pueblo”

Barbara Stiegler at the Institut français Madrid
Barbara Stiegler, en el Instituto Francés de Madrid, el 27 de abril.Jaime Villanueva
Carmen Pérez-Lanzac

La filósofa francesa Barbara Stiegler (52 años) es una revolucionaria. Cree que estamos impregnados del neoliberalismo, que somos incapaces de ver el mundo sin esas gafas, y tiene cierta esperanza en los movimientos sociales que han agitado recientemente su país. Profesora de Filosofía Política en la Universidad de Bordeaux Montaigne, ha estructurado su pensamiento en torno a esta corriente y a Nietzsche, además de ser una activa participante en el debate público francés. Como activista que es, se unió a los chalecos amarillos y escribió Du cap aux grèves (del rumbo y las huelgas, no publicado en español). Su última obra es Hay que adaptarse. Tras un nuevo imperativo político (editorial La Cebra, su primer libro traducido al español), en el que se remonta a los años treinta del siglo pasado y ahonda en el debate sobre qué es el liberalismo que mantuvieron el filósofo y periodista Walter Lippmann y el también filósofo y psicólogo John Dewey.

Atiende desde el Instituto Francés en Madrid, donde participa en el debate La Noche de las Ideas. Es una enamorada de Grecia, país que visita a menudo. Habla rápido, con soltura latina. En su cuenta de Twitter ha fijado el cartel de un manifestante: “Leurs yachts échoueront sur nos grèves” (sus yates encallarán en nuestras huelgas).

PREGUNTA. ¿Puede explicar el cartel?

RESPUESTA. Me gustó. Los yates son el símbolo de la depredación neoliberal del mundo, de su obscenidad.

P. Dice que todos estamos imbuidos de neoliberalismo. Que los partidos de izquierda están también ahí mientras creen que lo combaten.

R. Así es. A la izquierda le ha costado percatarse de las distintas formas que adopta el neoliberalismo. Para el partido socialista francés, británico, alemán…, poner en marcha políticas públicas era luchar contra el neoliberalismo. No comprendieron que muchas políticas públicas estatales eran perfectamente neoliberales. Estamos todos impregnados por su hegemonía.

Creer que la educación es la selección de los mejores, ¡esa es una mirada muy neoliberal!”

P. ¿Podría poner un ejemplo?

R. Hablemos de la igualdad de oportunidades. Los responsables de educación de izquierdas dirán que es muy importante. Y, si los escuchas, entenderás que se refieren a la igualdad para poder competir. La idea es que, en la línea de salida, todos los niños hayan tenido igualdad de oportunidades. Los más pobres recibirán más medios, los más ricos, menos, y eso asegurará que ganen los mejores. ¡Esa es una mirada neoliberal! Supone creer que la educación es la selección de los mejores. Pero para mí es emancipación, formación colectiva y de uno mismo. ¿Es un buen modelo? No lo creo. Y desde luego no es de izquierdas.

P. ¿Cuándo se empieza a debatir qué es el neoliberalismo?

R. Hubo un debate teórico en los años treinta en Estados Unidos, tras la crisis de 1929. Los liberales afirmaron que había que refundar el liberalismo sobre un Estado fuerte. Es entonces cuando se adapta el sistema educativo a la globalización. Al principio se trataba solo de una corriente teórica que no gobernaba. Pero poco a poco fueron prosperando, y para los años setenta y ochenta alcanzaron el poder en todos lados. A partir de la década de 2000 —con la crisis climática, la Gran Recesión— los ciudadanos empezaron a movilizarse. Por una genial casualidad coincidió con la publicación del curso del filósofo Michel Foucault Nacimiento de la biopolítica, en 2004, en el que identificó el objeto neoliberal. Y cuando identificas algo es cuando puedes distanciarte de ello. Si no estás como un pez en el agua, no ves el agua. Ha tenido mucho impacto en las universidades de todo el mundo.

P. ¿En qué consistió ese debate entre Lippmann y Dewey del que habla en su libro que llevó a ese error que afirma que aún perdura?

R. John Dewey, que tenía mucha influencia, quería que Estados Unidos pusiera en marcha una democracia. Creía que el sistema que tenían no era realmente democrático, todo era muy jerárquico. Creía que había que extender la idea de la democracia a todos lados: escuelas, centros de trabajo… Era el filósofo estadounidense más reconocido de la primera mitad del siglo XX. Cuando conoce a Lippmann, que era un cronista también muy influyente, chocan. Lippmann critica el exceso de democracia y afirma que esta supone fabricar las ideas del pueblo a escala industrial. Será Lippmann quien gane este enfrentamiento, ya que Dewey falleció durante la II Guerra Mundial y acabará siendo barrido por otros pensadores. Y esta mirada neoliberal y antidemocrática es la que prevalece. Hoy, en todas las universidades, se está redescubriendo el pragmatismo de John Dewey y su exigencia de democracia.

Francia se ha ido volviendo crecientemente autoritaria y yo y muchos hemos ido teniendo más ganas de democracia”

P. ¿Ve esperanza en ello?

R. Vengo de un entorno comunista al que no me acabé de adherir. Veía a Bréznev y al resto, me parecían personas horribles. Durante años me aburrí políticamente. Los años noventa me resultaron grises. Y a partir de 2000, con la crisis ecológica asomando y la reclamación de democracia, empecé a ver que algo pasaba. En 2005, cuando Francia rechazó el proyecto de Constitución Europea, sentí que vivimos un momento de debates muy ilusionante. Mi país se ha ido volviendo crecientemente autoritario y yo y muchos hemos ido teniendo más ganas de democracia. Tengo una relación compleja con mi país: es muy autoritario y por suerte también muy revolucionario.

P. Afirma que estamos en un momento fuera de lo común.

R. Es un momento extraordinario. Estamos viviendo cosas que nunca había visto como ciudadana, se dan transgresiones del Estado de derecho que nunca había visto. A mis 51 años nunca había visto a un presidente de la República hacer cosas tan graves como prohibir acudir a manifestarse con un instrumento sonoro. Expertos en derecho e intelectuales están muy inquietos ante esta deriva. Y solo esto ya es extraordinario, así como el levantamiento que ha causado. La gente pide más democracia. ¿Saben qué es una democracia? Eso no está tan claro.

P. ¿Y qué es una democracia?

R. Es el gobierno del pueblo por el pueblo que pusieron en marcha los atenienses. En nuestros países el pueblo no gobierna, el pueblo vota a los gobernantes que se supone son más capaces. Y el pueblo, al votar, delega, le da el poder a los elegidos. El pueblo no decide. Así que la democracia como tal no la conocemos. Y lo que la gente pide ahora es democracia. Unos quieren más Estado de derecho, otros un Gobierno más representativo, y otros realmente quieren una democracia.

Pongamos en marcha una democracia al estilo de la de Atenas. No lo hemos intentado aún. Funcionaría”

P. Usted está en el último grupo.

R. Pongamos en marcha una democracia al estilo de la de Atenas. No lo hemos intentado aún. Funcionaría.

P. ¿Manifestaríamos nuestra opinión acerca de todo todo el rato?

R. No, los atenienses encontraron formas de hacerlo. La gente era llamada por sorteo a debatir en una colina que llamaban Pnyx que los turistas no saben ni que existe. Entre 6.000 y 10.000 atenienses representaban a todo Atenas. Había trabajadores, personas sencillas, no todos eran privilegiados. Era el pueblo, aunque sin mujeres ni esclavos, y decidían sobre absolutamente todo. Si votaban que había que entrar en guerra, todos iban a luchar. Aquí, decide un hombre, a lo sumo con un puñado de representantes, pero ellos se quedan en París. El gobierno del pueblo para el pueblo es algo muy serio. Podríamos gobernarnos así perfectamente.

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Sobre la firma

Carmen Pérez-Lanzac
Redactora. Coordina las entrevistas y las prepublicaciones del suplemento 'Ideas', EL PAÍS. Antes ha cubierto temas sociales y entrevistado a personalidades de la cultura. Es licenciada en Ciencias Económicas por la Universidad Complutense de Madrid y Máster de Periodismo de El País. German Marshall Fellow.

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