Canciones para la Revolución: Víctor Jara y su legado universal
El creador de ‘Te recuerdo, Amanda’ fue leal a su compromiso político hasta su muerte, en aquel Estadio Chile donde el 15 de septiembre de 1973 fue asesinado por oficiales del Ejército del dictador Pinochet
Santiago de Chile, 5 de septiembre de 1972. Al día siguiente de la manifestación en la que cerca de 800.000 personas, en un país de 10 millones de habitantes, habían celebrado el segundo aniversario del triunfo electoral de Salvador Allende, en el Salón de Honor del Parlamento se inauguraba el VII Congreso de las Juventudes Comunistas (JJ CC). Con la asistencia de delegaciones de 38 países y un acto de clausura celebrado cuatro días después en un Estadio Nacional repleto, su Comité Central fue ampliado a 80 miembros, con el ingreso de Isabel Parra (hija de Violeta, ambas compositoras), Eduardo Carrasco (integrante del grupo Quilapayún) y Víctor Jara, quien en aquellos días lanzaba su disco La población con el sello Dicap, creado en 1968 por las JJ CC.
Jara militaba en las filas comunistas desde fines de los años cincuenta, cuando se formaba como actor en la escuela del Teatro Experimental de la Universidad de Chile e iniciaba su carrera musical en el conjunto folclórico Cuncumén. Ingresó en un partido al que pertenecían muchos de los principales nombres de la intelectualidad, como los poetas Pablo Neruda y Juvencio Valle, el novelista Francisco Coloane, Armando Carvajal (director de la Orquesta Sinfónica), la soprano Blanca Hauser, los actores Roberto Parada y María Maluenda, el coreógrafo Patricio Bunster o el director teatral Pedro de la Barra.
Solo en una ocasión, en la entrevista que concedió a la revista El Musiquero en 1971, se refirió en la prensa a las motivaciones de su opción: “Nunca estuve ajeno al quehacer político. Cuando escuchaba algún discurso me sentía identificado con las luchas que en ellos se planteaban. Venía de un hogar de campesinos, esas vivencias y el poder apreciar de cerca las injusticias y miserias que existían me empujaban a definirme”. Nacido en Santiago de Chile el 28 de septiembre de 1932, fue el cuarto de los seis hijos del matrimonio formado por Manuel Jara y Amanda Martínez, que muy pronto se marcharon a trabajar a Quiriquina, cerca de Chillán, como campesinos sin tierra y en condiciones de servidumbre casi feudal. La pobreza en la que creció, primero en la provincia de Ñuble, después en Lonquén y desde 1943 en los arrabales de Santiago de Chile, marcó su vida. “Cuando comíamos carne era una fiesta. No sabía por qué, después supe”, explicó en 1971 a la revista Paula.
A principios de 1970, su compromiso político le indujo a abandonar su empleo estable como director teatral en la Universidad de Chile. En los años anteriores, por su trabajo en obras como Ánimas de día claro o La remolienda (escritas por su amigo Alejandro Sieveking), Los invasores (de Egon Wolff) o El círculo de tiza caucasiano (de Bertolt Brecht), había sido reconocido como uno de los mejores directores del país. Sin embargo, el inicio de su carrera como solista en 1965, el gran éxito de sus primeros discos, con canciones como El cigarrito, El aparecido o Pongo en tus manos abiertas, su triunfo en 1969 en el Primer Festival de la Nueva Canción Chilena, con Plegaria a un labrador, y la designación de Salvador Allende como candidato de la Unidad Popular para la elección presidencial de septiembre de 1970 le decidieron a dedicarse completamente a la creación musical y a volcarse con su guitarra en la campaña de la UP. Entonces, junto con el compositor Sergio Ortega y otros compañeros crearon un himno, Venceremos, que es patrimonio de la izquierda mundial.
“¿Qué habrías hecho tú la noche del triunfo de Allende?”, le escribió el 23 de septiembre de 1970 a su amigo Rubén Ortiz, músico mexicano. “Estoy seguro que lo mismo que hicimos todos, llorar, saltar, correr, cantar, gritar, jugar a la ronda de la alegría más grande que nunca antes Santiago había visto. Hermanito, son tantos los años de postergación, miseria y engaño. La noche del triunfo estuve al lado de algunos capos de la Unidad Popular y no podían creer que fuera verdad haber vencido la fabulosa campaña de la reacción y los americanos…”.
Durante aquellos tres años, como creador y militante comunista, Víctor Jara trabajó para que el Gobierno de Allende tuviera éxito en su empeño de construir el socialismo con pleno respeto al pluralismo político, los derechos humanos y los valores democráticos. Viajó a México, Costa Rica, Venezuela, Colombia, Argentina, Panamá, Cuba o Perú, también a la URSS y el Reino Unido, y en sus recitales, que se convertían en verdaderos actos de adhesión a la Unidad Popular, interpretaba además su tributo a Ho Chi Minh y el pueblo vietnamita (El derecho de vivir en paz), aquel tema tan popular destinado a los indecisos y los neutrales (Ni chicha ni limoná) o su canción más universal, Te recuerdo, Amanda, que creara en 1968 en Inglaterra.
A partir de 1972, la polarización que vivía Chile introdujo en su correspondencia y sus canciones gotas de pesimismo, de melancolía. “¿Viviremos para ver las realizaciones del socialismo?”, preguntó, en una carta hasta ahora inédita, al poeta peruano Arturo Corcuera el 2 de junio de 1972. “Laborando el comienzo de una historia / sin saber el fin”, termina Cuando voy al trabajo, de mayo de 1973.
El 11 de septiembre, conoció temprano las noticias del golpe de Estado encabezado por el general Augusto Pinochet. Ante el llamamiento del presidente Allende desde La Moneda al pueblo a concentrarse en sus lugares de trabajo, se dirigió a la Universidad Técnica del Estado, en cuyo departamento de extensión trabajaba, tras pasar por la sede de las Juventudes Comunistas. Allí permaneció junto con un millar de personas, hasta que al amanecer del día siguiente el Ejército asaltó el campus y trasladaron a los considerados “prisioneros de guerra” al Estadio Chile, donde fue apartado, vejado y golpeado.
El 15 de septiembre, sentado en las gradas de este polideportivo (hoy llamado Estadio Víctor Jara), a pesar del hambre, la sed y el dolor producto de la tortura, pudo escribir un largo y emotivo poema que entregó, inconcluso, a sus compañeros antes de que los militares se lo llevaran. Pocas horas más tarde, en uno de los vestuarios, su compañero Littré Quiroga y él fueron acribillados por oficiales del Ejército. Un año después en el exilio, su viuda, Joan Jara, publicó su disco póstumo que incluía la canción Manifiesto, de agosto de 1973, en la que dejó esculpida la altura ética, estética y política de su compromiso en aquellos versos que proclaman: “Mi canto es de los andamios / para alcanzar las estrellas…”.
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