Trampa 23
Es ingenuo pensar que cuando esta guerra acabe el mundo habrá mejorado
Catch 22, traducida como Trampa 22, es una gran novela sobre la Segunda Guerra Mundial. Curiosamente, es una obra satírica. Su autor, Joseph Heller (autor también de la maravillosa e infravalorada Algo ha pasado), hizo la guerra a bordo de un bombardero estadounidense y utilizó su experiencia en el conflicto más cruento de la historia para reflejar la irracionalidad de la lógica militar. Heller publicó la novela en 1961 y explicó después que la había escrito en un estado de indignación por la guerra de Corea y la caza de brujas anticomunista en Estados Unidos. Aún no había asistido al horror de Vietnam.
La Trampa 22 del título se refiere a lo absurdo de la guerra. Ejemplo: los locos no deben participar en misiones de combate, pero hay que estar loco para participar, y si un soldado advierte a sus superiores de que está loco, queda claro que está cuerdo y ha de combatir.
Heller se ensaña con el “complejo militar industrial” estadounidense, que el presidente Dwight Eisenhower (héroe de la Segunda Guerra Mundial) denunció antes de abandonar la Casa Blanca, a través del personaje llamado Milo Minderbinder. Se trata de un teniente de intendencia convencido de las bondades de la libre empresa, que empieza por vender alimentos al enemigo y acaba subcontratando operaciones con los alemanes y bombardeando, previo pago, las propias posiciones estadounidenses.
No sé cómo vería Joseph Heller la guerra de Ucrania. Sospecho que como una gigantesca Trampa 22. Por un lado, la Unión Europea no puede cruzarse de brazos ante la agresión rusa y la tragedia de los ucranios. Por otro lado, la guerra satisface los grandes objetivos de Washington: debilita a Rusia, fuerza a los europeos a incrementar su gasto militar e inclina la balanza energética a favor de Estados Unidos.
Resulta un poco ingenuo pensar que cuando esta guerra acabe el mundo habrá mejorado. Pero ahí estamos, atrapados en la Trampa 22. Sin que falten los tenientes Milo Minderbinder: España apoya a Ucrania y le facilita armas, pero sigue comprando a Rusia casi la mitad del gas que consume.
De momento, la opinión pública europea se muestra favorable a Ucrania, con la excepción de quienes están con Rusia porque los imperialistas estadounidenses (la URSS-Rusia nunca fue imperialista, claro) están del otro lado o, más simple, porque Putin les hace favores.
Como siempre, tardaremos en saber de qué va realmente el conflicto, quién pierde (además de los soldados y las víctimas civiles ucranias), quién gana, quién se hace de oro. De momento, en pleno entusiasmo, no nos hacemos demasiadas preguntas. Ni siquiera nos interesa saber, parece, quién destruyó el pasado 26 de septiembre el gasoducto Nord Stream. Los gobiernos aliados prefieren no hacer preguntas delicadas al amigo americano (recuérdese el fiasco de las armas de destrucción masiva iraquíes) y la prensa, que en general desempeña una formidable tarea de información en territorio ucranio, no está para ciertos trotes.
Habrá que esperar para comprender la magnitud de la tragedia. Quizá sea oportuno recordar que en inglés coloquial se ha acuñado la expresión “catch 23″, o “trampa 23″, para referirse al acto de resolver un problema creando un problema mucho más grave.
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