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MIRADAS / COLOMBIA
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Los mártires de la pandemia

Una cosa es forzar a las personas a encerrarse en la casa cuando se tiene dinero en la cuenta y comida en la despensa, y otra muy distinta cuando la cuarentena implica hambre y hacinamiento

Trapos rojos, que la gente en Colombia cuelga para decir que tiene hambre, en Bogotá este 25 de abril.
Trapos rojos, que la gente en Colombia cuelga para decir que tiene hambre, en Bogotá este 25 de abril.John Vizcaino / ViewPress (Corbis via Getty Images)
Melba Escobar

El coronavirus “nada más les da a los ricos”, dijo Miguel Barbosa, gobernador del Estado de Puebla, en México. Es “una fantasía”, dijo por su parte Jair Bolsonaro, presidente de Brasil, en una alocución pública. Y qué decir del alcalde de Inírida, un municipio en Colombia, quien “prohibió las muertes por covid-19” en su ciudad. Sin duda, en América Latina tenemos maneras bien particulares de lidiar con la realidad. Y también tendemos a irnos por los excesos. O todo, o nada. O la pandemia no existe, o nadie vuelve a salir de su casa.

Perú, el primero en la región en comenzar un estricto confinamiento, hoy es el segundo con más muertes y contagios de Sudamérica después de Brasil. Cuesta entender también por qué los colombianos seguimos formalmente recluidos cuando hay tantas excepciones que los atascos de tráfico ya se ven en las calles.

Lo cierto es que a los gobernantes les sale bien la mano dura. Las estrictas medidas han hecho que el presidente de derecha Iván Duque, hasta hace poco impopular, haya aumentado 29 puntos en las encuestas. Por su parte, la alcaldesa de centro de Bogotá, Claudia López (Alianza Verde, centroizquierda), es la más popular entre los alcaldes a nivel nacional.

Sin embargo, hace unas semanas, cuando estuve en Ciudad Bolívar, una de las zonas más golpeadas por la necesidad en el Distrito Capital, encontré tantos trapos rojos que perdí la cuenta. Los trapos rojos son el símbolo del hambre. Un SOS que exhiben en sus ventanas las familias que debido al confinamiento forzado por la pandemia no tienen qué comer.

En un país con 50 millones de habitantes, a fecha del 11 de junio tenemos más de 45.000 casos de contagios y 1.500 muertes registradas. Muchos menos que los contabilizados en España, si pensamos que tenemos una población algo superior en número.

Trece millones de colombianos viven de la economía informal. Es decir, en gran parte de salir a la calle a vender aguacates, a lustrar zapatos, a cuidar coches. Cosas que muchos, en su infinita desesperación, siguen haciendo, como intento por conseguir un medio de sustento, a pesar de que a menudo les llegue la policía, les destrocen la mercancía o se los lleven en una patrulla. Solo la mitad de los hogares tiene acceso a Internet. Pero eso sí, “todos los niños y niñas de Colombia deben seguir la escuela en casa”.

La pandemia afianza los rasgos particulares de una sociedad. En Latinoamérica pone de relieve la desigualdad. Una cosa es forzar a las personas a encerrarse en la casa cuando se tiene dinero en la cuenta y comida en la despensa, y otra muy distinta cuando la cuarentena implica hambre y hacinamiento. En este último caso, ¿estamos entonces hablando de someter al pueblo a vivir en condiciones indignas por mandato público?

Para la mayoría de países de la región, esta pandemia no es solo un reto sanitario, es también una penosa regresión en las condiciones de vida de millones de ciudadanos. Necesitamos un cambio en la concepción de lo público o habremos retrocedido décadas dejando como mártires a los mismos de siempre, es decir, a los olvidados, los más vulnerables, los que siempre pierden. Ay, Colombia. Ay, América Latina. Qué ganas de imaginar una solución posible a esta encrucijada a la que hoy no es fácil verle una salida.

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