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Alana S. Portero: “Vivir en un barrio rodeada de precariedad es la experiencia más universal posible”

Para la autora de ‘La mala costumbre’, uno de esos libros que cambian vidas, el éxito consiste en poder seguir escribiendo. La entrevistamos como galardonada de los Premios ICON 2024

Carlos Primo
La escritura defiende que las vivencias pequeñas, como la suya en el barrio de San Blas, son las más universales.
La escritura defiende que las vivencias pequeñas, como la suya en el barrio de San Blas, son las más universales.Yago Castromil

El mes pasado, Alana S. Portero (Madrid, 46 años) pudo tomarse unos días de vacaciones por primera vez en año y medio. La mala costumbre (Seix Barral) se publicó en mayo de 2023 y a cierre de este número llevaba 18 ediciones publicadas, además de traducciones al francés, el inglés, el alemán o el portugués que han convertido esta novela atípica e irresistible en un fenómeno literario. Una historia de iniciación y crecimiento, de una infancia y una adolescencia trans en los barrios obreros de Madrid, que ha desbordado ampliamente todas las casillas en las que la han querido enclaustrar. La mala costumbre es uno de los libros más importantes publicados en España en años, y por eso este premio ICON ha sido para Portero, una mujer que asegura que, en realidad, ella no buscaba nada de esto. “La escribí con muchas ganas de escribirla, a secas”, explica. “Mientras la escribía no tenía ninguna expectativa más allá de escribir una buena novela. Además era una época de mi vida un poco desesperanzada. No tenía nada en la cabeza. Tenía la ambición de escribir una novela bonita. Y después ha sido todo tan rápido que no he tenido tiempo de construir un proyecto ambicioso alrededor de la novela”.

Acaba de llegar de una gira que la ha llevado por distintos países. La novela se ha traducido a varias lenguas, pero al mismo tiempo surge de un contexto muy concreto, de un Madrid muy determinado. ¿Qué sucede cuando la novela se lee desde otro sitio? Es fascinante porque todo el mundo ha encontrado su barrio de San Blas propio, y mucha gente ha proclamado su amor a Madrid después de leer la novela. Eso me encanta y me hace muy feliz. Gente de Alemania, de Argentina o de Colombia me cuenta que sus barrios se parecen muchísimo a lo que describo. Al final, las vivencias pequeñas son las verdaderamente universales.

Si todos los barrios obreros se parecen, es un indicativo de que las clases siguen existiendo. Claro que existen. Cambian las circunstancias geográficas y sociales, y hasta las estéticas, pero yo creo que vivir o crecer en un ambiente en el que a tus padres les cuesta salir adelante, rodeada de precariedad, es la experiencia más universal posible, más allá del género y de todo. Incluso personas que no tienen un pensamiento de clase me han dicho que sí, que se sentían reconocidos y que habían olvidado cosas que el libro les ha recordado. Por ejemplo, la cuestión de la comunicación entre padres obreros y sus hijos e hijas, que cuesta tanto.

¿Cómo se lleva con la nostalgia? Tengo momentos de nostalgia, lo que no hago es política de la nostalgia, porque eso sí que me parece reaccionario y durísimo. A mí la cultura de Yo fui a la EGB me aterra, porque es la cultura de quienes lo pasaron muy bien en ese momento, y no es mi caso. Pero es imposible no tener nostalgia de la juventud propia, de un momento en que podías sufrir mucho o pasarlo muy mal, pero tenías todo el mundo por delante, todas las posibilidades en tu cabeza y soñar era importantísimo. También es verdad que yo recuerdo un Madrid mejor que el que vivo actualmente. Quizá sea una acción de la memoria, pero sí que creo que hay pérdidas en esta ciudad y en nuestras vidas. Las condiciones materiales son mejores, pero el apoyo mutuo en los barrios se ha perdido casi por completo. Y luego hay una vivencia de lo sexual, de la diversión, de la búsqueda de la identidad que en aquellos años estaba impregnada de cierta clandestinidad que era muy atractiva. No digo que haya que volver a eso, faltaría más, pero las cosas que se viven así están impregnadas de un brillo especial. Era un tiempo duro y maravilloso, porque los contrarios se pueden dar al mismo tiempo sin ningún problema.

¿Una novela como la suya habría podido publicarse y tener éxito en aquella España? En aquella España había gente escribiendo cosas súper libres y formalmente mucho más ambiciosas que La mala costumbre, con un contenido poético y estético tremendo. No sé si habría tenido éxito, pero creo que sí se habría podido publicar. Otra cosa es que alguien hubiera querido.

En los últimos meses la hemos visto charlando con Almodóvar o entrevistada por Dua Lipa para su club de lectura. ¿Cómo vive su parte mitómana todos estos encuentros? Desde una perplejidad absoluta, sobre todo en el caso de Pedro. Cualquiera que haya leído la novela sabe la influencia que Pedro tiene sobre mí. Le debo mucho, muchas personas le debemos mucho. Su cine fue una puerta abierta la esperanza, a la posibilidad de una vida divertida, o una vida como la de cualquiera. En sus películas yo vi por primera vez a mujeres trans que tenían una vida como la de todo el mundo, con tragedias enormes y con alegrías enormes, con dramas, con comedia, con relaciones como las de cualquiera. Les pasaba lo mismo que a cualquier otro de sus personajes. Conocerlo es una de las cosas más hermosas que me han sucedido gracias a la novela. Y a Dua Lipa le estoy muy agradecida. Es una mujer inteligentísima con la que da gusto hablar. Tiene una cabeza muy bien puesta y una conversación maravillosa. Pero claro, a veces me veo desde fuera y pienso: ‘¿Qué haces tú aquí, desgraciada, si tenías que estar en tu barrio?’. Es extraño y maravilloso.

¿Y qué tal lleva haberse convertido usted misma en referente? Mira, es que autodenominarse referente es una ordinariez con un castillo. Eso es algo que tienen que dibujar los demás con la percepción que tienen de ti, y hace falta tiempo. Yo he escrito una novela que puede ser referencial en un punto concreto de la historia de la literatura, que es el presente. Eso no puedo negarlo porque la novela ha tenido cierto impacto. Pero hasta ahí. El tiempo dirá dónde termina Alana S. Portero, si en el vertedero de la historia, en algún huequito sentada en alguna parte o simplemente en la normalidad, que es el destino de cualquiera y está muy bien así.

¿La literatura puede salvarnos? Es algo un poco manido, pero sí, yo estoy convencida porque a mí me ha salvado. Para empezar, nos salva del tedio. Después, llena muchísimas horas en las que podrían estar pasándonos cosas terribles y lo que hacemos es conocer a otra persona, aprender, descubrir palabras nuevas y ponernos en la piel de los demás. Nos salva de la ignorancia. No creo que la literatura nos haga mejores personas, pero sí nos da herramientas para desenvolvernos mejor por el mundo. Eso es irrefutable. Y nos da referentes, personajes con los que nos identificamos, que nos proporcionan un lema al que agarrarnos durante un tiempo de nuestra vida.

¿Y de qué no puede salvarnos? De la vida y de la realidad. No te puede salvar de lo material, no te puede salvar de la opresión ni de la violencia. Te da tiempo, te resguarda un tiempo, pero la vida te está esperando cuando el libro termina. Es un viaje que siempre se acaba. Ese es el problema.

Usted se formó como medievalista. ¿Viajar a la Edad Media era un intento de escapar del presente? Tiene que ver con una pulsión romántica de vuelta al pasado mítico. Hay algo estético y también legendario. Yo me crie leyendo mitología y cuentos tradicionales. Me influyeron muchísimo. Y después, como mi camino siguió por el romanticismo y el romanticismo tenía grandes referencias medievales, se creó un caldo de cultivo de fantasía. Además, yo descubrí la música medieval siendo adolescente, la música de trovadores, la polifonía. Me volví loca. Descubrir a Hildegard Von Bingen fue como descubrir a Madonna, pero mil años atrás. Y lo estudié por pura vocación, con mucho amor, con mucha diversión. Lo disfruté muchísimo. Me pude dar ese capricho. Y la Edad Media me llamaba como me llamaban las sirenas.

La mala costumbre podría haber sido una historia de revancha, un ajuste de cuentas. Pero lo que hay es muchísima empatía. ¿Tenía claro que quería contar la historia de ese modo? Sí, me esforcé mucho en que fuese así. Hace tiempo que estoy peleadísima con el cinismo desde todos los puntos de vista: el cinismo político, el estético y el cultural. Y yo no quería escribir un texto cínico. No quería escribir un texto en el que se pasara por encima de los personajes, aunque fuesen los peores. Para nada. Y eso me lo ha dado la madurez. Quizá antes yo no funcionaba como novelista porque era excesivamente cínica. Y ahora es todo lo contrario. Aunque en el libro se transita por pasajes muy oscuros, me empeñé en que fuese esperanzador. Al final de las aristas hay una mano tendida. Siempre hay alguien que te va a tender una mano. La propia vida te la tiende, o tú misma. Pero hay esperanza y posibilidad de redención. No te digo que no haya un componente de venganza, porque también lo hay. No soy una carmelita descalza. Hay algo de poner al mundo una lista de agravios. Decir: esto nos lo habéis hecho a muchísimas personas, y tenéis que saberlo. No podéis escurrir el bulto, porque voy a dejarlo por escrito. Incluso un poco por encima del hombro: os perdono, pero nos lo habéis hecho.

En los últimos años se ha escrito mucha teoría sobre las vivencias de las personas LGTBIQ+. Da la sensación de que usted conoce bien esa teoría, pero también que emplea la empatía como forma de cortar el nudo para que no se convierta en un lastre. No sé si conozco toda la teoría, pero me he dado buenos banquetes teóricos. Y estoy cansada de la teoría, muy cansada. Y no quiero faltar al respeto a las grandes teóricas sobre la identidad y lo LGTBIQ+, porque hay gente que ha escrito cosas valiosísimas, pero también se han escrito muchas cosas que no valen para nada, que no han ayudado a nadie excepto a la carrera académica de quien las ha escrito. Lo digo muy abiertamente. Han embarrado el debate. Cuando observamos a las personas exclusivamente desde la lupa del ensayo deshumanizamos todo lo que sucede. Y hace falta tener una mano muy firme para escribir un ensayo en el que no se deshumanice al objeto de estudio. Creo que a través de lo narrativo nos entendemos mucho mejor, porque las personas somos narraciones con patas, somos narraciones vivas. La historia de cualquier persona tiene muchísimos puntos de interés, y ahí es donde empezamos a encontrar lugares a los que agarrarnos. Hay teóricas que esto lo han hecho muy bien, pero yo estoy muy cansada de la teoría, porque me parece que ya se ha convertido en una forma simplemente de exhibir lo que se sabe, pero no de enseñar lo que se sabe. Y esto me carga, me produce un hastío enorme. La teoría no me impresiona. Cuando no está al servicio del entendimiento se convierte en una exhibición léxica, ontológica y filosófica que no me interesa.

¿Cómo maneja el contacto con el público? Acabo de de desaparecer de Twitter. No lo soportaba más. Primero porque me parece que se ha convertido en una herramienta de enaltecimiento del fascismo, y no me apetecía seguir allí. Entiendo que poder hacer esto es un privilegio, porque yo a Twitter le debo mucha y muy buena promoción. Pero es un privilegio del que ahora mismo puedo disfrutar. Segundo, porque yo viví momentos muy desagradables durante la tramitación de la Ley Trans. No hablo de un tuit fuera de tono, sino de muchísima violencia muy real. Y no estoy dispuesta a que eso me vuelva a pasar nunca. La violencia digital es violencia y afecta y condiciona tu vida. He necesitado poner esa barrera. Pero después, en el tú a tú, en las firmas, intento dar todo lo que tengo a la gente que viene a hablar conmigo. Yo puedo escribir, pero si no me lee nadie, no hay Pedro Almodóvar, ni Dua Lipa ni nada. Eso no se me puede olvidar. Además, me encanta hablar y escuchar a la gente.

¿Se considera tímida? Soy muy tímida y sobre todo, soy una mujer muy acomplejada. Tengo muchísimos complejos. Pero precisamente por eso creo que las interacciones que tengo son más de verdad. Porque soy una persona frágil, porque yo no estoy detrás de la mesa en una posición de poder. Y me muestro cómo soy, como una persona que tiene, probablemente, más miedo que la persona que está hablando conmigo. Eso iguala el terreno y nos hace entendernos mejor.

¿Cómo cree que la gente se imagina su vida? Para empezar, se imagina que tengo un poder adquisitivo que no tengo. Por ejemplo, el día de la famosa foto con Pedro y con Dua Lipa en la cena, yo me fui a mi casa en autobús. No es nada extraordinario, pero creo que pinta bien la situación. Dua se fue a su hotel, Pedro a su casa en taxi, y yo me fui a Móstoles, primero en metro y luego en autobús. Y después de esa cena tardé una hora en llegar a mi casa, con el traqueteo del autobús. Esa es mi vida. Yo vivo en el mismo sitio en el que vivía. La diferencia es que yo ahora puedo pagar el alquiler sin problema, lo cual es muchísimo cambio, pero ya está. Hay gente que se imagina que voy de fiesta en fiesta o que estoy escribiendo en un lugar maravilloso mirando por la ventana y dando sorbitos a un café. Bueno, pues hago eso, pero viendo el patio de mi bloque. Tengo una vida bastante parecida a la que tenía, pero con menos problemas. Mi situación material era desastrosa y ha mejorado drásticamente. Me permite escribir, y no hacer nada más que escribir. ¡Fíjate si es un privilegio!

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Sobre la firma

Carlos Primo
Redactor de ICON y ICON Design, donde coordina la redacción de moda, belleza y diseño. Escribe sobre cultura y estilo en EL PAÍS. Es Licenciado y Doctor en Periodismo por la UCM
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