Cuando las palabras matan: cómo el odio en redes sociales alimenta la violencia en la calle
La matanza de Utoya va a cumplir 13 años y sus supervivientes ven que los discursos de odio y las conspiraciones como las que provocaron los ataques proliferan. Líderes y activistas piden en Oslo mayor control a las tecnológicas de las redes sociales, educación y políticas de inclusión
La rama juvenil del Partido Laborista Noruego, propietaria de la isla de Utoya, no sabía qué hacer en aquel entorno idílico después del atentado terrorista en el que Anders Breivik asesinó a 69 jóvenes a tiros en 2011. Entre no tocar nada y tirarlo todo abajo y tras mucho tiempo hablando con las familias de las víctimas, decidieron llegar a un término medio: construir un edificio conmemorativo sobre la cafetería donde se produjeron una docena de esos asesinatos, conservando dentro algunos de los escenarios de la barbarie. El lugar está sujetado por 69 pilares de madera, uno por cada víctima mortal, y rodeado por una estructura con 495 tablas más delgadas, que simbolizan a cada uno de los supervivientes.
Una de ellas es la de Ingrid Marie Vaag Endrerud, que ahora dirige la isla. Reconoce que, igual que sucedió con la propia estructura conmemorativa, la sociedad noruega pasó una década sin saber cómo reaccionar ante esos atentados y sin afrontar realmente el debate. “Han pasado 13 años y algo hemos avanzado, pero probablemente no estamos haciendo lo suficiente”, confiesa, ante una sociedad (la de su país y la del resto del mundo) que, lejos de enterrar los discursos de odio ultraderechistas que dieron lugar a aquel desastre, los tiene cada día más a flor de piel.
La palabra islam aparecía más de 3.000 veces en el millar largo de páginas que dejó escritas Breivik a modo de manifiesto sobre su ideología y sobre lo que le impulsó a cometer aquella masacre en un campamento de verano de chavales llamados a convertirse en los futuros líderes de la socialdemocracia de su país. “Las palabras importan”, subraya Vaag Endrerud. Cree que en Noruega cuesta asumir que una persona con la misma educación, la misma apariencia y el mismo contexto cultural sea capaz de llevar a cabo la mayor matanza de la historia de su país tras la Segunda Guerra Mundial: “Breivik creía en una especie de conspiración musulmana que sigue viva de varias formas. Mucha gente vive atemorizada con los atentados islamistas sin darse cuenta de que la ultraderecha ha sido mucho más dañina”.
Con ese lema que proclama la superviviente de la matanza, “las palabras importan”, el Oslo Center ha celebrado este martes en la capital noruega un encuentro con una veintena de líderes y activistas para analizar cómo se pasa de los discursos a los hechos, cómo frenarlos y cómo este ecosistema de odio y cámaras de eco en las redes sociales tienen un enorme impacto, sobre todo en la juventud.
“Tras el atentado en Utoya, y todavía muchos años después, buena parte del mundo se sigue preguntando cómo aquello pudo suceder en Noruega, una de las democracias más modernas del mundo”, ha reflexionado Finn-Jarle Rode, director ejecutivo del Oslo Center. “Eso nos dice que puede suceder en cualquier lugar”, se ha respondido a sí mismo. Vaag Endrerud ha alertado sobre la tentación de achacar aquella barbarie a “un loco”, o una persona con problemas mentales: “Eso no nos permite ver que lo que realmente hay detrás es una ideología peligrosa y nos hurta las herramientas para luchar contra ella”. Como prueba de esto, el informe psicológico en el juicio contra Breivic lo declaró “plenamente responsable de sus actos”.
Cuando se produjo aquel atentado, las redes sociales estaban en sus primeros años y se veían como un rayo de esperanza y de libertad que alumbraban fenómenos como las primaveras árabes, que se sucedieron por aquella misma época. Mucho han cambiado desde entonces. Los discursos de odio siempre han estado ahí, como ha recordado Joyce Banda, expresidenta de Malaui, que ha puesto como ejemplo paradigmático el intento de exterminio de la población tutsi por parte del gobierno hegemónico hutu en Ruanda en 1994. Entonces, sin internet, fue la radio la que sirvió de combustible para propagar aquella barbarie. Pero las redes sociales aceleran y amplifican el proceso.
El incremento en la actividad de medios sociales de extrema derecha en Estados Unidos está vinculado con un aumento en la violencia, según un estudio
El investigador Sebastian Schutte, del Instituto de Investigación de la Paz de Oslo, ha mostrado que esto no es una mera hipótesis. Está documentado cómo Facebook fue clave en la limpieza étnica de 2017 en Myanmar, donde miles de personas rohinyás fueron víctimas de homicidio, tortura, violación y desplazamiento. Varios estudios posteriores muestran cómo estos peligros continúan. Uno publicado en 2020 analizó el impacto del discurso de odio en Facebook en Alemania, correlacionando el aumento de la actividad en la plataforma con un incremento en los ataques violentos contra refugiados e inmigrantes entre 2015 y 2017. La investigación concluyó que existe una conexión sistemática entre el discurso de odio en línea y la violencia en el mundo físico. Otro, de 2023, indagó en el aumento de la polarización desde 2016 en Estados Unidos y el surgimiento de grupos paramilitares y violentos. A través de análisis estadísticos, examinó la actividad en la plataforma de medios sociales Parler y concluyó que el incremento en la actividad de medios sociales de extrema derecha está vinculado con un aumento en la violencia. Un tercero en marcha, en India, todavía sin publicar, está encontrando correlaciones de aumento de violencia cuando en redes sociales aumenta el saludo Jai Shri Ram ―una expresión adoptada recientemente en contextos políticos y nacionalistas para la movilización de grupos hindúes—, mientras que sucede lo contrario cuando prolifera la palabra Kabir, que evoca unidad y paz.
Los discursos de odio, ha advertido Jagan Chapagain, secretario general de la Federación Internacional de Sociedades de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja, tienen un doble nivel: “Los individuos pueden sentirse amenazados, menospreciados o excluidos, lo que impacta negativamente su salud mental y su sentido de pertenencia. Y, en el ámbito social, crea divisiones, alimenta la discriminación y puede conducir a la violencia contra grupos a menudo marginados”.
Búsqueda de soluciones
Estos problemas de polarización y odio, que afectan a lo más profundo de las sociedades, no tienen fácil solución, pero en Oslo se han esbozado propuestas para luchar contra este fenómeno mundial. Una de ellas, debatida en occidente desde hace años, la ha propuesto Bernard Kouchner, confundador de Médicos sin Fronteras (MSF): “No creo que debamos prohibir las redes, pero tendremos que aceptar mantener un control muy estricto sobre ellas. Las empresas de internet deben ser responsabilizadas o corresponsabilizadas por las palabras e imágenes que difunden, al igual que los editores de prensa”.
Rolf Skjöldebrand, confundador del Non-violence Project, lo enfoca desde un ángulo positivo: “Sabemos que el odio es un comportamiento aprendido, que surge de varios factores como el miedo, la ignorancia, la inseguridad o las experiencias pasadas, así como las influencias culturales y los condicionamientos sociales. Si estamos de acuerdo en esto, también lo estamos en que se puede desaprender.”
En su organización utilizan lo que llaman “el triángulo del cambio”, un marco conceptual diseñado para transformar cómo las personas responden al odio y la violencia en sus comunidades. Según esta teoría, en todo contexto de odio, hay tres actores: víctimas, agresores y espectadores, que no suelen intervenir por miedo, desconocimiento o indiferencia. El objetivo es convertir a estos últimos en “defensores” de las víctimas mediante educación, concienciación, recursos y políticas que vayan en este sentido.
La educación ha sido la herramienta más mencionada para luchar contra estos discursos de odio, ya que son los jóvenes los más permeables a nuevas ideas. Amra Sabic-El-Rayess, profesora de la Universidad de Columbia, ha esbozado su teoría del desplazamiento educativo, que explora cómo el aislamiento de ciertos alumnos puede fomentar la radicalización. “Quienes ejercen violencia suelen venir de entornos donde se han sentido marginados”, ha subrayado.
En opinión del ex primer ministro noruego Kjell Magne Bondevik, no es un problema solo de educación, sino que está en las raíces mismas de las sociedades: “La humillación de ciertos sectores de la población, las ocupaciones [en referencia a las políticas israelíes], ser mirado como ciudadano de segunda clase o hacer que algunos miembros de la sociedad se sientan excluidos los hace más vulnerables a ser reclutados por grupos extremistas”. Ante esto, el reto es construir “sociedades inclusivas”, como hizo Nelson Mandela en Sudáfrica tras ganar las elecciones: “No marginó a los blancos, los quería a bordo de su proyecto”.
El reto no es sencillo, porque muchos líderes políticos hacen justo lo contrario que Mandela. Son precisamente ellos los que generan estos discursos de odio o los que se alimentan de ellos para llegar al poder.
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