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Nuria M. Deaño: “Nadie le publica la primera novela a una mujer de 50”

La periodista presenta ‘Me llamaré Silver Stardust’, una ficción que recorre Madrid en dos tiempos distintos y con la heroína de telón

Cada infancia es feliz a su manera, pero al final todas las infancias coinciden en ser al menos un poco felices: por eso, las fotos familiares de Deaño ilustran la novela de Silver Stadust.
Cada infancia es feliz a su manera, pero al final todas las infancias coinciden en ser al menos un poco felices: por eso, las fotos familiares de Deaño ilustran la novela de Silver Stadust.
Francisco Pastor

Hará un lustro que a Nuria M. Deaño (Madrid, 52 años) le robaron el coche. La policía le llamó en cuanto lo encontraron. Le tocaba recogerlo en un garaje municipal. De camino pasó por Las Barranquillas, un poblado chabolista al sur de la capital. Vio las jeringas y la gente deambulando, drogada a plena luz del día, contra paredes derruidas y ropa tendida en las cuerdas. La estampa le impactó y le llevó hasta otros años: los del fervor por la heroína y las campañas contra el sida, que en los ochenta mataba sí o sí. Ella era entonces una estudiante universitaria. Y así, del contraste entre la inocente juventud y los duelos de la vida adulta, nació Me llamaré Silver Stardust (Alrevés, 2023). Es su primera novela, escrita durante cuatro años.

En ella, seguimos los pasos de Silver, que en la mayoría de los capítulos apenas es un niño; el menor de cinco hermanos en una familia acomodada, y que pasa el tiempo libre jugando entre las calles y las vías del tren por la sierra de Madrid. Junto a sus amigos, descubre el tabaco y el hachís, y amaga mientras tanto con cumplir el sueño de su vida: honrar a su padre y entrar en la cantera del Real Madrid. “Cuando llevé el manuscrito a una agencia literaria, la principal enmienda llegó de una joven en prácticas, que no entendía en qué mundo los niños pasaban tanto tiempo solos y prendiendo cigarrillos”, recuerda Deaño. Los de su libro eran otros tiempos.

Hay otro Silver, el adulto. Alguien que se quedó enganchado a la heroína, ha visto morir a sus allegados y, décadas después, continúa con el ritual: monta en una kunda, viaja al poblado, entrega el dinero que lleve encima y empieza a consumir en el mismo coche de vuelta. Con él, cambia hasta la jerga. La chuta es la jeringa con la que inyectarse droga, y que algunos se dejan colgando del brazo sin querer. También descubrimos que las agujas dan más miedo que las pistolas, y que los peores años de la heroína dejaron algún superviviente, como Silver: condenado a vagar por el escalafón social más bajo de todo Madrid. “Los toxicómanos eran los grandes marginados de nuestra sociedad”, apunta la escritora, cuando algunos creían que el sida se transmitía hasta por el tacto.

Poco se parece este protagonista a su autora. Ella es editora y periodista, y ha traducido al castellano varios libros italianos y franceses. Su impronta habita en otros detalles de la ficción, como en los pequeños retratos de un chalé con piscina y jardín; en las dinámicas de una familia numerosa, curtida en la voz alzada y el trato áspero. También, en los golpes de corazón del benjamín, que ve en la madre a una villana que le tutela y siente al padre como un amigo que le consiente. “Madurar supondrá entender que el amor se escondía más en lo primero que en lo segundo”, reflexiona Deaño. Y mientras Silver juega al fútbol entre los pasillos, y rompe algún espejo, el cabeza de familia recorre los barrios más caros de Madrid en su Mercedes. La escritora se quiso despachar, lo reconoce, contra los nuevos ricos que trajo consigo la España del franquismo tardío. Ella también fue la menor de cinco hermanos.

La vida afectiva resultaba difícil, anota, en esos años. Los niños leían las mismas novelas, hablaban el mismo idioma y escuchaban la misma música que los adultos, y así le ocurre al inquieto Silver. Quizá por ello, Deaño ha escrito una obra tierna, desprovista de grandes revelaciones, pero hilada entre modestos acontecimientos, como el paso del invierno al verano y la llegada de un nuevo vecino. Mientras el padre pasa más y más tiempo en la casa de otra mujer, la madre alarga sus horas en la cama, sin ganas de salir al mundo y cada vez con menos vida que ofrecer a sus retoños. En ella empiezan a abundar los silencios y en él, los gritos. Formas de maltrato que antes resultaban más sutiles, y para algunos hasta naturales, pero que en este libro huelen a tragedia, ya que tendrán como postre la caída del más pequeño en la heroína.

“Silver lo tiene todo, menos el cariño de sus padres. Y esa generación, la que se entregó a la droga, creció sin amor”, sostiene la periodista. A ella le llevó tiempo dar el salto y escribir, tras décadas de editar las propuestas de otros. Hoy, fantasea con agotar la primera edición y piensa en las palabras de sus editores: han encontrado un texto muy visual, en el que los niños salen para comprar helado y hachís a la vez, y que nos lleva hasta casas puntiagudas con tejados de pizarra negra. Quizá valdría para levantar una serie. Su familia también le ha felicitado, y aplauden el homenaje a la madre, que solo siente apetito cuando el trozo de comida en el plato es muy pequeño. Deaño afirma que apenas le costó ponerse en la piel de un niño. La adolescencia es narrativa pura, cuenta. Se escribe sola. Otra cosa fue encontrar una editorial, a pesar de que ella misma trabajaba en el gremio: “Nadie le publica la primera novela a una mujer de 50 años”.

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Sobre la firma

Francisco Pastor
Colabora en EL PAÍS desde 2015. Durante años fue redactor del ‘Hoy por hoy’ y otros programas de la Cadena SER. Ha dirigido la sección cultural de la revista 'CTXT' y el magacín ‘Barrio Iberoamérica’ en la emisora M21. En 2016 publicó ‘Las igualdades descartadas’, un ensayo de filosofía política.

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