Javier Rey, contra la fama salvaje: “Yo elijo ir a un rodaje y hablar de él. Lo demás no me interesa”
Quería ser ciclista para ganar el Tour de Francia, pero un grupo de teatro se cruzó en su camino. Series como ‘Velvet’ lo convirtieron en galán y otras como ‘Fariña’ en actor de prestigio. Hoy tiene dos grandes proyectos pendientes de estreno y lidia con otro que no buscó: haberse hecho famoso
Javier Rey (Noia, A Coruña, 41 años), hijo de pescador, creció con el aire del Atlántico y la ilusión de ganar el Tour de Francia. Acabó como actor en Madrid, para su propia sorpresa: “Uno no se levanta un día en un pueblo de la costa gallega y dice: ‘Uh, quiero ser actor”, recuerda, todavía vestido de Pedro del Hierro, firma con la que colabora, tras la sesión de fotos para ICON. Pero eso es lo que ocurrió: sobre los 20 años recaló en un grupo de teatro y de ahí fue a la capital, donde se tuvo que desprender de su acento gallego leyendo el periódico en voz alta todos los días.
“No tenía pasta para un logopeda”, recuerda. Sí tenía buena planta y capacidad de aprendizaje. Empezó a acumular trabajos, primero sobre las tablas y después en televisión: La chica de ayer (2009), Hispania, la leyenda (2010), Isabel (2014)... La productora Bambú lo convirtió primero en galán, en Velvet (2014-2016), y después en un intérprete de prestigio, con Fariña (2018). Él, hoy, sigue recordando aquel aire del Atlántico. “Soy gallego emigrante, y el sueño de cada gallego emigrante es volver. Moriré en Noia”, promete.
Detrás de su éxito no hay una fórmula muy glamurosa: solo trabajo, trabajo y trabajo. “Me di cuenta de que esto es un oficio y hay que trabajarlo mucho. No he dejado de hacerlo ni un día, soy obsesivo. Las horas que echo en casa para llegar a los ensayos con buenas propuestas solo lo sé yo”, afirma. Una de esas obsesiones es interpretar personajes diversos: “Si al leer el papel siento que ya lo he hecho, no lo quiero”. Así ha evitado la etiqueta de galán, que le llegó pasados los 30. “Siempre digo que soy guapo tarde”, bromea, dejando claro que no lucha contra ello. “Si alguien me ve más bello, pues bueno”.
Los actores suelen preocuparse por cómo son percibidos. No es el caso de Javier Rey, que preferiría quedarse en las sombras. Hay un Javier Rey, actor, y un Javi, persona. Le comentamos que hoy el objetivo es llegar a vislumbrar al segundo. “No, poco vas a rascar ahí”, alerta con esa forma tan gallega de comunicarse. No es antipático, pero pone límites. No siempre puede hacerlo. En el rodaje de El verano que vivimos (2020) comenzó una relación sentimental con Blanca Suárez que acabaría en la portada de las revistas del corazón, lo que le hacía ser algo más que un actor: una celebrity. Este tema le hace resoplar con incomodidad.
“Me toca los huevos, directamente. Pero muchísimo, no te puedes ni imaginar cuánto”, dice sobre ser perseguido por paparazi. “Si no quiero estar ahí, tendría que tener el derecho a no estar ahí. Yo estoy aquí ahora porque quiero estar en esta entrevista contigo. Si no quisiera, no estaría y tendría que respetárseme eso. Entonces, ¿cómo me sienta? Pues como una patada en los huevos”. Prosigue: “Yo lo que elijo es ir a un rodaje a las 6.30 de la mañana para intentar hacer un personaje lo mejor posible. Y luego enfrentarme a la prensa para decirle al mundo que tengo una peli nueva, o una serie. Y que si a la gente le apetece, a lo mejor es un buen plan. Nada más. Todo lo que se salga de esa estructura no me interesa”.
En 2022 estrenará dos películas muy distintas: Historias para no contar, de Cesc Gay, y La cima. En esta interpreta a un escalador que se propone subir el Annapurna, uno de los ochomiles más difíciles. Ha supuesto, al menos físicamente, el mayor reto de su carrera: “He pasado mucho frío, ha sido un rodaje muy heavy en muchos sentidos”. ¿Echa de menos algún personaje? “Hasta Orígenes secretos (que estrenó en Netflix en 2020, donde interpretaba a un detective que acaba enfundándose mallas y capa), te habría dicho que me faltaba hacer de superhéroe, ahora ya no”, responde. Aquel fue, de hecho, uno de sus trabajos más comentados: “Probablemente sea mi proyecto que más polariza al público. He hecho cosas que han funcionado mucho, pero de esta es de la que más me piden una segunda parte”. Él estaría encantado. ¿Se ha arrepentido de rechazar algún papel? “Sí”, responde antes de quedarse en silencio. ¿Nos va a decir cuál? “No”.
Su última película estrenada en cines, La casa del caracol, no fue un gran éxito. Poco después de su paso por las salas estaba disponible en streaming. “Amigos míos la han visto en Amazon Prime. El ‘no, me espero a...’ es ya normal. Ahora mismo, considerar una película fracaso o éxito solo por la taquilla creo que es un error”. En cualquier caso, es optimista: “Me parece buena noticia que la gente vaya a ver blockbusters: en el cine ve un cartel o un tráiler de una peli española que se va a estrenar, y cuando le apetezca volver quizá vaya a esa. Lo sano hoy es que la gente vaya al cine”.
Suele decir que ser actor le ha convertido en una persona más empática, ¿viene bien eso para navegar estos tiempos de enfrentamiento? “Me sirve para dar un paso atrás, pero son momentos muy complicados de ‘estás conmigo o contra mí’. Se fomenta que no exista un diálogo”.
Algo se consigue avistar del Javi que existe fuera del trabajo. Es un ávido lector, tanto de novelas como de cómics (recomienda Los pa-cientes del doctor García, de Almudena Grandes, y Transmetropolitan, de Warren Ellis, “una obra maestra”). Le encanta Instagram, pero a su manera: “Cuando subo contenido quiero que a mí me guste. Porque veo muchas pelis, tengo amigos fotógrafos e Instagram es un sitio para poner cosas bonitas”. Viste con cuidado porque ha acabado entendiendo la moda: “Hay mucho trabajo detrás de un jersey, mucha gente pensando el diseño, los materiales... Es un trabajo artístico porque se diseña desde un boceto en blanco, casi como un cuadro, una escultura o un guion”, dice.
Con Pedro del Hierro, la firma de moda española que viste en este reportaje, le gusta experimentar en la alfombra roja. Se ha convertido en uno de los hombres que mejor interpretan la flexible elegancia contemporánea. Ayuda su afición al deporte: “Corro, voy al gimnasio, hago maratones con amigos, carreras, juego al tenis... me lío con cualquier cosa. Es lo bueno de criarse en un pueblo de costa”. Eso sí, tristemente la bici ya no la toca: “En Madrid es muy complicado”. Quizá en el futuro, cuando vuelva a Noia.
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