Del Rey a Suárez o Carrillo, cómo vistieron a los protagonistas del 23-F: “Es historia de España”
Fernando García, director de vestuario de ‘Anatomía de un instante’, explica por qué, incluso en un momento en el que la ropa era lo de menos, la indumentaria sigue diciéndolo todo

La noche del 23 de febrero de 1981 a nadie le importaba la ropa. Cuando se está escuchando el sonido de las metralletas, en medio de lo que parece ser en un intento de golpe de estado, y cuando una democracia recién nacida se tambalea no es momento de despistarse. Sin embargo, 44 años después, con la distancia que da el tiempo, sí podemos hacerlo. De hecho, observar cómo vestían los que estuvieron presentes (y ausentes) ese día nefasto de la historia en el hemiciclo del Congreso de los Diputados es también observar cómo era esa España, la golpista, la antigolpista y la que no sabía si era lo uno o lo otro.
Ayer, 20-N, se estrenó en Movistar+ la miniserie Anatomía de un instante, basada en el libro monumental de Javier Cercas del mismo título, dirigida por Alberto Rodríguez y coescrita con Rafael Cobos y Fran Araújo. Sus cuatro episodios son una buena excusa para mirar aquello que, entonces, no se miraba: la forma de vestir de los protagonistas del 23-F, porque esta es una historia masculina. Podríamos fijarnos en las grabaciones originales que se encuentran sin problema en YouTube y veríamos imágenes en colores burdeos, caquis y pardos de militares y civiles trajeados. Que lo recordemos por las imágenes que emitió la televisión no hace más que aumentar su sensación de irrealidad. Además, según Javier Cercas, “es el único golpe de la historia grabado por televisión y el hecho de que haya sido filmado es al mismo tiempo su garantía de realidad y su garantía de irrealidad”.

Ahora, este momento seminal en nuestra historia reciente regresa a la pequeña pantalla centrándose en los tres hombres que no se agacharon ni achantaron ante los tiros de Tejero y sus secuaces: Adolfo Suárez, Santiago Carrillo y el general Gutiérrez Mellado, interpretados de manera impecable por Álvaro Morte, Eduard Fernández y Manolo Solo. La mirada de Rodríguez sobre el golpe no sería posible si no tuviera detrás un trabajo meticuloso de diseño de vestuario, como es el de Fernando García, colaborador suyo y ganador de dos Goyas, por La Isla Mínima y Modelo 77. Este sevillano ha liderado un equipo de 19 personas que ha vestido no solo a los tres hombres, sino a los 3000 figurantes que encarnaban a diputados, militares, periodistas, procuradores, secretarios...
“En realidad tengo un pelo estupendo, pero se lo he prestado a Felipe González”, dice con sorna Carrillo en el capítulo 2
García explica a ICON: “Nunca pensé cuánto me iba a interesar. Es historia de España”. No todos los días se tiene la fortuna de vestir a la historia. Aquella tarde de invierno del 23 de febrero de 1981 era importante: se elegía al nuevo presidente del Gobierno: Leopoldo Calvo Sotelo. José Bono lo recuerda en el documental 23 F: Documental. EL PAÍS, con la Constitución: “Me había casado dos meses antes y me había puesto el traje de la boda”. No era para menos. Las imágenes, las filmadas ese día y las creadas por Alberto Rodríguez, muestran a más de 200 políticos en traje y corbata. Entre ellos, destaca Suárez, un político de raza que, tras haber sido el wonderboy de la política española, vivía sus peores momentos: la derecha le consideraba un traidor, la izquierda, también y su amistad con el Rey ya no era la que fue.

Álvaro Morte reproduce su energía y su carisma. Con la ayuda de una prótesis de nariz (el trabajo de Yolanda Piña en maquillaje y peluquería es excelente) y el vestuario, el actor desaparece tras el personaje. Adolfo Suárez era un hombre bien vestido y así quería serlo. En la serie, el general Armada le espeta con sorna en una visita a la Moncloa: “Llega tarde, ¿no sabía qué ponerse?“. Fue un político que, conocedor de la importancia de la comunicación, siempre supo que su mensaje era también su aspecto. No descuidaba ningún detalle, ni el nudo de la corbata, ni los dos dedos que se subía de la manga del traje, porque eso denotaba el cuidado en la confección. La serie le dedica un capítulo, como hace con los otros dos protagonistas y hace un repaso exprés de su ascenso desde finales de los cincuenta al final de sus días, cuando pasó en tiempo récord de vendedor de lavadoras a expresidente del Gobierno. El rey Juan Carlos lo nombró presidente en 1976, siete meses y medio después la muerte de Franco, acontecimiento del que esta semana se cumple medio siglo. La serie retrata ese momento.
En el pequeño Madrid del poder, expresión acuñada por Cercas en su libro, lo llamaban “falangista de provincias”. En medio, lo vemos en su etapa de director de RTVE, con sus camisas de cuellos largos, cuando tuvo claro el apoyo de la imagen en la construcción de la nueva realidad del país. También aparece jugando al tenis con el rey, a quien tuteaba en privado, ambos vestidos de Lacoste y Fred Perry. Los dos tenían algo en común: eran dos tipos jóvenes esperando su momento. Adolfo era adolfista igual que España terminó siendo juancarlista. El día 23 de febrero, Suárez era un político en horas bajas, muy bajas. Ese día, cuando ya no tenía nada que perder, el político astuto y fotogénico que era Suárez se sentó en el Congreso petrificado con su traje bien cosido petrificado, esperando quién sabe qué.

Alberto Rodríguez reconoce que Álvaro Morte no era la opción más previsible para el reto de encarnar a un hombre cuya imagen conocen varias generaciones de españoles. “Cuando acabamos los ensayos, unas semanas después, y empezamos el rodaje me descubrí un día pensando que no podíamos haber elegido un actor que hiciera mejor de Suárez, porque Álvaro ya era Suárez. Quizás no con su físico exacto, era más alto, más corpulento, pero se movía como él, era elegante, incluso hablaba tan rápido como él. Un brillante motor siempre en movimiento, eso debía ser, eso era”.
“Cuando acabamos los ensayos, unas semanas después, y empezamos el rodaje me descubrí un día pensando que no podíamos haber elegido un actor que hiciera mejor de Suárez, porque Álvaro Morte ya era Suárez”
Morte está espectacular. El actor estaba representando en Londres la obra Barcelona junto a Lilly Collins cuando Fernando García le probó el primer traje. La sastrería es clave en la serie y el personaje y el diseñador contó con un sastre de Peris (histórica sastrería para cine y teatro) para tener trajes a medida, como lo eran entonces. Suárez tenía que parecer lo que era, un dandi al que preocupaban los gemelos, el doble puño de la camisa, los relojes, los calcetines y llevar la ropa encajada. Para la serie, los detalles se cuidaron de manera obsesiva: Suárez guarda la pitillera en el bolsillo, aunque no se viera. “Había que crear el personaje desde dentro”, afirma García en medio de la promoción de Los Tigres, la película que acababa de terminar, también, con Alberto Rodríguez.

En su etapa de RTVE el tono de Suárez es más informal y elige americana de pata de gallo y pantalón de tergal; aunque sean los setenta no se atreve con la pata ancha. A medida que va ascendiendo comienza su larga relación con la sastrería a medida. Pajares era su sastre y se dice que Suárez usaba su probador en la calle Eduardo Dato para reunirse sin miedo a miradas indiscretas. Apenas elegía chaqueta cruzada, siempre llevaba media calcetín y el zapato en perfecto estado de revista. El traje que vistió ese fatídico 23-F era un traje gris de tres piezas que se reprodujo de manera literal para la serie. La camisa era gris claro y la corbata azul; le encantaba este color.
“El vestuario del 23-F, meticuloso hasta el extremo de graduar las gafas tintadas que se llevaban en ese momento, estaba organizado y clasificado casi como si fuera un Corte Inglés de la época”
El que había sido el yerno de España, el Kennedy español, “el arquitecto de la democracia”, como le llama Cercas en el libro, nunca descuidó su aspecto y, hasta en medio de un intento de golpe de Estado estuvo impecable. Las imágenes que conocemos de memoria de aquellas horas son de color gris, pardo y marrón, con pocos toques de color; además, era un día de invierno con una temperatura mínima de 1 grado y máxima de 11 grados. La serie muestra matices y estiliza la realidad. García declara que el vestuario de aquella escena, meticuloso hasta el extremo de graduar las gafas tintadas que se llevaban en ese momento, estaba organizado y clasificado “casi como si fuera un Corte Inglés de la época”. A un lado, cuenta, estaban colocados los perfiles de izquierda, con sus panas, cuellos cisne, pellizas y a otro los de derechas, con los abrigos loden, los chaquetones marineros y los trajes impecables. Por otro, los 300 uniformes. El retrato de los militares debía ser muy riguroso y para eso se contaba con un asesor. El rey, a cargo de Miki Esparbé, aparece en la serie en entornos domésticos (Moncloa, La Pleta) y relajados (jugando al billar), seguro de sí mismo, con jersey y en camisa, sin tensión, excepto en el 23-F. El auténtico rey escribe en sus memorias recién publicadas, Reconciliación, sobre de ese día: “Me he puesto la chaqueta de general. Para ir más rápido, ni siquiera me he puesto los pantalones. Mi discurso es sobrio y eficaz, de 90 segundos”. Esos 90 segundos son, también, parte de la historia de España.

Santiago Carrillo es otro de los tres hombres que no se tumbaron en el suelo del hemiciclo. La serie recorre parte de su vida, desde el exilio en Francia a su vuelta a España. Lo vemos en su piso parisino, con su familia. “Los hijos de Carrillo cenaban en pijama, los de Suárez vestidos de calle”, destaca Fernando García. La serie muestra a un tipo coqueto que llevaba un peine en el bolsillo. “En realidad tengo un pelo estupendo, pero se lo he prestado a Felipe González”, dice con sorna Carrillo en el capítulo 2, dedicado a él. La serie recrea su vuelta a España, con su famosa peluca que le preparó Eugenio Arias, el barbero de Picasso. Carrillo regresó a su país acompañado de Teodulfo Lagunero “Fufo”, amigo y mecenas, haciéndose pasar por arquitecto y vestido como tal, con un traje caro que le compraron en París. Fue solo en esa ocasión; el resto del tiempo llevaba corbatas anchas, chaquetas de espiguilla, bufanda de cuadros, gafas de montura metálica y gabardina.
Francisco Umbral escribió en este periódico, en el artículo titulado Santiago Carrillo (el 28 de mayo de 1984): “Se ha vuelto a poner su gabardina. El chico del PCE también entró en el reservado de gabardina. A lo mejor es el uniforme del partido para este año”. La tarde del 23-F, en la que tuvo la certeza de que iba a morir, vestía traje pardo, camisa blanca y corbata. Rodríguez reconoce que “desde que (Eduard Fernández) apareció vestido de Carrillo el primer día de rodaje me dio la sensación de que era más real que el propio Carrillo”.
El tercer hombre que no se agachó el 23-F fue Gutiérrez Mellado, vicepresidente del Gobierno de Adolfo Suárez y general del Ejército e interpretado en la serie por Manolo Solo. En cuestión de meses, pasó de ser uno de los militares más respetados a convertirse en uno de los más repudiados por sus propios compañeros, que lo tildaron de traidor, como a Carrillo y a Suárez. En esa tarde de febrero, vestía de civil, con un traje oscuro y de tres piezas. Sus gafas de pasta negras con cristales tintados, su figura ágil y enjuta y, sobre todo, su actitud digna, han pasado a la historia.
¿Y las mujeres? Pocas, esta es una historia protagonizada por hombres. En esa tarde, en el hemiciclo había seis diputadas (Soledad Becerril, Ludivina García Arias, Carmen Solano, Carmen León, Isabel Beteta y María del Rocío García Gaytán), además de periodistas, abogadas y concejalas como Cristina Alberdi, Pilar Cernuda, Rosa Villacastín y Cristina Almeida. En la serie aparece, siempre acompañando a Suárez, Carmen Díez de Rivera. Interpretada por Alejandra Onieva, García la viste con piezas de Diane von Furstenberg y Pertegaz. Parafraseando a Sabino Fernández Campos y exagerando algo la paráfrasis, en la serie las mujeres ni están ni se las espera. Fernando García resume a ICON que está “contentísimo” con el trabajo del equipo. “Quería que la gente viera ese momento histórico con frescura. No puedo superar a lo real”. Quién podría.
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