“Mi ex, el innombrable” (o el efecto Voldemort): en qué consiste la incapacidad de pronunciar el nombre de alguien
La alexinomia todavía se investiga y aún no cuenta con un diagnóstico sólido y definido, pero cada vez más personas comparten la ansiedad que les causa llamar a ciertas personas por su nombre
![Parejas nombres](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/ENAI2YD2PZBDFMI3ZY432EZPX4.jpg?auth=927480a0ba786d4d1fe85de2210a7266fd95fec46129e0876c94c4c46d87346d&width=414)
Esa persona de la que usted me habla. Las palabras de Mariano Rajoy, que se hicieron célebres y con las que se refería en 2014 a personas a las que no le convenía (políticamente) mencionar, son una muestra de la fuerza que puede tener un nombre. A ese poder alude, por ejemplo, el gurú de la autoayuda Dale Carnegie y autor de libros como Cómo hablar bien en público (Booket, 2025). “Decir el nombre de una persona es para ella el sonido más dulce e importante”, asegura. Pues bien, solo hay que darle la vuelta y pensar en el otro gran poder: no decirlo.
La alexinomia es el nombre que recibe la incapacidad total para utilizar nombres propios de personas. “En 2023, un grupo de psicólogos dio nombre a este fenómeno. Las personas que lo sienten con mayor intensidad evitan dirigirse a la gente por su nombre. Para otros, la alexinomia es más fuerte alrededor de aquellos de quienes están más cerca. Algunas personas no pueden decir el nombre de su esposa, novio o mejor amigo, porque les hace sentirse demasiado vulnerables, demasiado formales o simplemente, incómodos”, escribió la periodista Shayla Love en un artículo publicado en The Atlantic, en el que también confesó que no se siente cómoda diciendo jamás el nombre de su novio.
El problema de la alexinomia es que hoy no cuenta con una base científica lo suficientemente sólida como para poder establecer adecuadamente sus características y los límites en su diagnóstico. “La incapacidad de emplear tales nombres pocas veces la veremos aislado de otra sintomatología que sí que cuenta ya con respaldo y evidencia científica, como puede ser el mutismo selectivo, en el que la persona tiene la capacidad del habla pero ante ciertas personas, no realiza actos comunicativos, o la fobia social, en la que la interacción con los demás genera una ansiedad que limita el funcionamiento diario”, explica a ICON Aleix Comas, profesor colaborador de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación de la UOC. “Más allá de cuándo podemos o no determinar la presencia de alexinomia, lo que podemos ver con esto es que decir el nombre propio de alguien no deja indiferente ni al emisor, que a veces ni se atreverá a decirlo por lo que puede sentir al hacerlo, ni al receptor, que se sentirá muy enfocado y probablemente aumente su respuesta emocional, ya sea agradable cuando recibe un halago o desagradable cuando recibe una crítica”, asegura.
Llámame por mi nombre
Carlos G. Ortuño, sociólogo y experto en comunicación, habla de una alexinomia parcial y en cierto modo, a la carta. “Se utiliza en función de las necesidades psicológicas de cada uno dependiendo del contexto en el que esté. Es decir, se puede utilizar en casa o con el círculo de amigos al hablar de alguien, pero no en el contexto laboral. En el caso de las parejas, la evitación del nombre no tiene por qué ser un problema grave, depende de la razón de fondo. Si es una costumbre llamarse “pichu” o “cari” sin más implicaciones emocionales, no es un problema. Otra cosa es que sea un síntoma de fatiga en la relación o de miedo a asumir el vínculo emocional. Si fuera así, podría ser un problema a largo plazo, una señal de que uno de los dos (o ambos) evita ser sincero con la relación”, advierte.
Como asegura Shayla Love, la función social de los nombres en la sociedad occidental es ciertamente atípica. “En muchas culturas, decir el nombre de pila de otra persona es una falta de respeto, especialmente si esa persona tiene un estatus superior al suyo. Incluso puede que tus hermanos, padres y cónyuge nunca te llamen por tu nombre”, asegura. Precisamente la capacidad limitada de pronunciar el nombre de otras personas conlleva una falta de conexión que como indica el conferencista experto en atención al cliente Juan Carlos Quintero Calderón, es especialmente nocivo para los negocios en un momento en el que la tendencia en muchas culturas empresariales aboga por emplear los nombres propios para eliminar barreras de comunicación. “Y con el cliente, más aún, porque las relaciones comerciales exitosas se basan en la confianza y el respeto. ¿Cómo vas a confiar en alguien que no se sabe tu nombre o no es capaz de pronunciarlo?”, se pregunta. “Cuando nos llaman por el nombre, notamos que somos valorados por la otra persona, como si de algún modo fuésemos más tenidos en cuenta. Hablar con alguien utilizando su nombre es como utilizar un amplificador emocional: intensificará la emoción y el impacto de lo que vendrá después. Tenerlo en mente y utilizarlo a favor hará que se facilite un ambiente más agradable”, añade Coimas.
“Nuestro nombre es uno de los primeros elementos de identidad que interiorizamos cuando somos pequeños, y nos acompaña siempre”, prosigue Coimas. “Cuando escuchamos nuestro nombre nos activamos fácilmente y prestamos atención. Si, además, lo dicen en un tono serio, brusco o contundente, nuestra mente lo asocia rápidamente con una advertencia o amenaza. Como entonces reaccionamos con más intensidad emocional, es fácil que quien dice nuestro nombre quiera volver a hacerlo la próxima vez, ya que le resulta de utilidad para que reaccionemos”.
Y ahora hablemos de amor
Lupita Nyong’o está tratando a su ex como a Voldemort, tituló Jennifer Zhan a un artículo de en Vulture en el que la periodista explicaba que para comunicar su ruptura sentimental con el presentador y comentarista deportivo Selema Masekela, la actriz hizo en sus redes sociales un comunicado en el que jamás dijo su nombre. Al referirse a él como “alguien en quien ya no puedo confiar”, Zhan compara lo ocurrido con lo que pasa en el universo de Harry Potter, cuyo enemigo, Voldemort, es conocido como “el que no debe ser nombrado”. El denominado efecto Voldemort ya tiene su entrada en Urban Dictionary.
“El nombre propio nos aproxima y nos conecta. Incluso cuando nos presentan a una persona por primera vez y esta recuerda nuestro nombre, lo percibimos como algo positivo”, indica la escritora y sexóloga Mara Mariño. “Por eso, en el caso de no utilizarlo, no nos vincula igual. La excepción está en el hecho de utilizar nombres específicos, concretamente apelativos cariñosos, que es cuando tenemos un nivel mayor de confianza y se mezcla el cariño. Este tipo de nombres que se usan en pareja es algo que forma parte de la burbuja de las dos personas. Un aspecto muy privado de la relación, que además de ser sinónimo de intimidad, se vive como algo gratificante. Como el lenguaje es también una forma de reafirmarnos, que se nos dirijan de esa forma tan única y personal, indica de antemano que el interlocutor o interlocutora nos quiere”.
Por eso es importante analizar por qué hay quienes intentan evitar decir los nombres de sus exparejas. “Poner un mote al ex o evitar decir su nombre es fundamentalmente para nosotros mismos, pero también funciona dentro de un contexto social, ya que se usa cuando hablamos de esa persona con familiares o amistades”, dice Mariño. El tío ese, aquella, el innombrable. Son formas de referirse a una expareja de la que no se guarda buen recuerdo que casi todos hemos presenciado. “No sólo sirve para dar contexto a quien nos escucha, sino también para marcar una distancia emocional al evitar mencionar su nombre”, prosigue Mariño. “Este borrado nos permite pasar por alto a la persona, reducirla a algo que quedó en el pasado. Es porque quizás decir el nombre puede llevarnos a recordar ciertas vivencias que, a su vez, pueden despertar de nuevo emociones que no queremos sentir en ese momento. Es un mecanismo de defensa a modo de tirita que tiene también sus efectos, ya que no nombrarlo no cambia que haya marcado nuestra vida en mayor o menor medida. Si duele pensar en ello, de nada sirve ponerle parches. Transitar esos sentimientos es la manera de gestionarlos. Decir un nombre supone referirse a alguien, no invocarlo”.
Cuando se emplean características personales para referirse a ligues o relaciones informales, en lugar de su nombre, se está creando una barrera emocional, señala Carlos G. Ortuño. Explica que el nombre propio implica reconocimiento y cierta oficialidad en la relación, por lo que se aplica, casi siempre de manera inconsciente, es un mecanismo de defensa tanto interno, que impone protección, como externo, que tiene que ver con la salvaguarda de la intimidad, de los sentimientos reales. “Por eso hablan de la psicóloga que han conocido o el musculitos con el que quedaron. Este mecanismo obvia el nombre real, porque llamarla Magdalena o Carlos haría que sonara más personal y serio. El paso de llamar a las personas por su nombre ante otros, equivale a pasar de pantalla en la relación”, asegura. Por lo tanto: primero el nombre, después la boda. Y a veces, tras la ruptura, ni el nombre queda.
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