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Por qué nos da felicidad ordenar el armario o trasplantar un geranio: lo que esconden los “placeres refugio”

En un mundo cada vez más caótico e incierto todos encontramos calma y placer en pequeñas tareas cotidianas que son fáciles de ejecutar y dejan un efecto inmediato. Pero es importante no terminar siendo esclavos de ellas

“Nuestras rutinas diarias pueden ser sorprendentemente efectivas para desconectar del estrés porque ofrecen una combinación de automatismo, atención y sensación de haber completado una tarea”, informa la neuropsicóloga Beatriz González.
“Nuestras rutinas diarias pueden ser sorprendentemente efectivas para desconectar del estrés porque ofrecen una combinación de automatismo, atención y sensación de haber completado una tarea”, informa la neuropsicóloga Beatriz González.George Marks (Getty Images)

El gustillo, quizás el diminutivo más poderoso de la lengua castellana, capaz de dominar voluntades muy encima de su forma empequeñecida y ridícula, tiene casi siempre un origen evidente. No es necesario una lupa de detective para encontrar el rastro del placer tras la mordedura de una onza de chocolate; tampoco tras los verbos que aplacan tradicionalmente el hambre, el sueño y las ganas. Y al mismo tiempo es conocida la recompensa en serotonina de las proezas, los esfuerzos heroicos que el cuerpo premia accionando el spray interno del bienestar, como ese volver a casa en aparente levitación de quien ha estado una hora machacándose en el gimnasio. Pero hay otros placeres banales, microscópicos, lejos de la virtud (hacer deporte) o el vicio (consumir drogas), que nos equilibran por dentro. Tareas casi siempre domésticas como ordenar los armarios o cortar las uñas a una mascota que pueden convertirse en un amparo frente al caos de la vida. Pequeñas minucias que no a todo el mundo le gusta hacer pero que a algunas personas les centra. Son los placeres refugio.

“Nuestras rutinas diarias, tanto si son domésticas como si no, pueden ser sorprendentemente efectivas para desconectar del estrés porque ofrecen una combinación de automatismo, atención y sensación de haber completado una tarea”, informa a ICON la neuropsicóloga Beatriz González. “Estas actividades suelen ser simples, repetitivas y requieren concentración moderada, lo que ayuda a enfocar la mente en el presente y alejarla de las preocupaciones. Es, en definitiva, algo similar en cierto modo a la meditación o el mindfulness”.

En el año 2014 se popularizó en España El método Osmin, un programa de televisión que animaba tonificar la autoestima tonificando el cuerpo presentado por un culturista histriónico cuya frase aún resuena en los memes de hoy, diez años más tarde. “La calle es mi gimnasio”, decía Osmin mientras convertía cualquier farola en tecnología propicia para las dominadas. La naturalización del trabajo en remoto desde la pandemia ha facilitado que muchos profesionales tengan en sus propias casas un gimnasio para el estrés. La periodista Raquel Piñeiro, autora del libro Manual de supervivencia para viajar por España y teletrabajadora nata, está familiarizada con estos trucos para sobrevivir a la tensión del cursor de Word parpadeando burlonamente sobre un enorme espacio blanco. “Mi placer oculto para liberar serotonina es tender la ropa. Recogerla y doblarla no me gusta nada, pero tenderla, darle vueltas para que seque... Oh, sí”, revela.

Todo don lleva aparejado una maldición; y la posibilidad de esquivar la presión mental con unas pinzas también tiene su contrapartida. Por eso Piñeiro ha de mantenerse sujeta a unas reglas de hierro para que su truco funcione: “Las camisas siempre colgadas boca abajo y con las pinzas en las costuras que unen espalda con delanteros. Si es una prenda muy gruesa o de algodón gordo, la pinza sólo debe sujetar la parte delantera o trasera, no las dos a la vez, para que se aireen bien por dentro. Me gusta darles al menos una vuelta a todas las prendas a mitad de secado para que les dé el aire en la zona que ha estado previamente sujeta por una pinza. Jamás una pinza en medio de una prenda, da igual que sea una braga, una camiseta o un pantalón. Siempre en una esquina y en una costura, a poder ser”. Esta última norma sólo admite excepciones en el caso de toallas, sábanas y manteles.

Piñeiro sabe que ha llevado esta técnica demasiado lejos. “En momentos de estrés, he llegado a poner lavadoras que no necesitaba sólo por el placer de tender después”, admite. “Soy consciente de lo absurdo que es encontrar placer en algo que hay que hacer, de una forma u otra, en algún momento. Por un lado lo veo como el placer mísero de quien no conoce placeres más grandes, me da hasta un poco de vergüenza. Algo doméstico, pequeño, como esa gente que dice: el hobby de mi madre es limpiar. Eso no es un hobby, es una obligación, maldita sea. Por otro, ojalá obtener el mismo placer de tareas que odio como pasar el aspirador, la verdad”.

Lucas Suárez, que también trabaja en casa, prefiere la botánica como estrategia de evasión para combatir la ansiedad. “Trasplanto cosas y compruebo la idoneidad de los sustratos. Voy de macetas más pequeñas a macetas más grandes, o de macetas que están bien a otras que me parecen más idóneas. Tengo un montón de cachivaches para medir la acidez del suelo o la humedad o si no, el viejo y confiable método de meter el dedo en la tierra”, explica. No sabe cuántas plantas tiene: calcula que unas 30. Este no es su único salvoconducto hacia el nirvana en momentos de ruido mental. “También me gusta mucho cortar verdura en trocitos exactamente iguales”, añade. A la pregunta de si alguna vez se ha visto obligado a preparar un plato específico porque previamente había sucumbido a la necesidad terapéutica de verdurear, responde: “Si necesito cortar doce kilos de zanahoria sé bien a qué los voy a destinar”.

Lo cierto es que no deja de ser retorcido encontrar un bálsamo ansiolítico en actividades que, para muchas personas, suponen todo lo contrario, es decir, una carga, pues las asocian con todo ese trabajo gratis con el que la casa te castiga cuando terminas el trabajo que sí te han remunerado. Según la psicóloga Beatriz González, “este contraste refleja muy bien cómo cada persona gestiona el estrés y da significado a sus actividades cotidianas: al igual que como tantas otras cosas, lo que a algunos les encanta, otros no lo soportan”. En el caso de Lucas y Raquel, “estas mismas actividades pueden ser un refugio porque ofrecen estructura y predictibilidad en un día a día caótico. Las personas que se sienten cómodas realizando estas tareas suelen valorarlas como un espacio para desconectar o como una forma de recuperar el control”.

¿Pueden llegar a generar este tipo de trucos caseros contra el estrés adicción? Según González, se puede desarrollar una cierta habituación, pero la dependencia sólo se da en supuestos demasiado extremos. “Si la vida cambia, por ejemplo, si hay que volver al trabajo en la oficina, donde ya no se puede realizar esa actividad, es probable que la persona experimente una sensación de vacío o ansiedad inicial al perder su recurso habitual. Por eso es importante diversificar las estrategias de manejo del estrés y no depender de una sola”, advierte. Es lo que le pasó a Daniel Ponte, cuyo placer refugio es “estar al sol cuando hace mucho frío y que se me calienten los pies, a ser posible apoyado contra una pared y con los ojos cerrados”. Es un deseo tan específico que plantea la duda de si dispone de algún rincón soleado en casa al que recurrir en momentos de estrés y frío. “Lo tenía”, responde Daniel sobre ese lugar mágico, y detalla: “El balcón interior de mi casa hasta hace dos meses, pero se lo quedó mi exmujer. Ahora... la calle, y me da igual que me mire la gente”.

Aunque no es lo habitual, Beatriz González se ha enfrentado en su consulta a algún caso en el que el placer refugio acabó revelándose como jaula. En particular, recuerda a una paciente que se acogía a ciertas rutinas como limpiarse con movimientos idénticos, levantarse a la misma hora o ponerse en pie de la cama siempre con el pie izquierdo. “Evidentemente, en sesiones posteriores ella entendió que no solo le relajaba, sino que también representaba un momento de control en medio del caos que sentía en su vida laboral. Sin embargo, cuando empezó a darse cuenta de a qué se debía precisamente esa necesidad de desconexión, se convirtió en una fuente de ansiedad. Trabajamos para que pudiera mantener esa sensación de control, pero desde una perspectiva positiva, no como una serie de obligaciones autoimpuestas. Lo recuerdo divertido, porque ella pensaba que eran algunas pequeñas cosillas y tenía realmente todo un cúmulo de TOCs. En cualquier caso, el darse cuenta de que estas acciones eran compulsiones y a qué se debían le ayudó muchísimo en el medio plazo a mejorar su bienestar personal”, relata la terapeuta.

De cara a evitar que la situación se vaya de madre, además de diversificar las estrategias de relajación, González aconseja establecer límites saludables: “Hay que disfrutar de estas actividades, pero sin que lleguen a convertirse en una obligación o en un escape constante que evite afrontar problemas de fondo. Hay que darles el tiempo y el espacio que merecen”. Pero, mientras las hagamos de forma pautada, razonable y no nos abandonemos a ellas como único compás mental de una realidad precaria y sobreestimulada, podremos mantenernos lejos del abismo, atravesando con la bala de la rutina a la ansiedad y a la intendencia doméstica de un solo disparo. “Muchas de estas actividades, como tender la ropa, limpiar la casa o trasplantar arbustos implican un movimiento físico suave que puede liberar tensión acumulada. También generan una sensación de dominio, lo que resulta especialmente importante en momentos de estrés, cuando sentimos que todo está fuera de control. Ver un espacio limpio u ordenado al finalizar refuerza esa satisfacción y calma emocional, lo que unido al proceso de realización de la tarea en sí misma nos permite abstraernos durante un corto periodo de nuestras preocupaciones”, recalca la experta.

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