Podría ser usted
Si el gran descubrimiento de nuestros días es que lo único normal es que todos nos sabemos especiales, lo lógico es que nuestras particularidades, nuestras cuidadas personalidades, se hayan convertido en la nueva tranquilidad suburbial que alberga monstruos
Un sábado por la mañana hace pocos días conocí a Tristán Ulloa. Fue en un estudio de fotografía, durante un descanso de la sesión de fotos para la portada de este número. No pude evitar preguntarle lo más obvio: ¿cómo hace uno para meterse en la piel de un hombre como Alfonso Basterra? “Es insondable”, contestó, con una seriedad que contrastaba con el traje de cuadros de colores que le había puesto el equipo de moda. Basterra, uno de los dos cónyuges acusados, condenados y encarcelados por el asesinato de su hija, Asunta, en un caso doloroso, muy público y muy polémico, es uno de los personajes más enigmáticos de la ficción-realidad reciente.
Porque El caso Asunta, enésima vez que Tristán Ulloa ha vuelto a ser el actor del momento a lo largo de una carrera prácticamente perfecta, es también la constatación de un género, el true crime, que suma lo trágico y lo truculento al irracional encanto de los hechos reales. La clave, para mí, la explica Miquel Echarri en un momento de la entrevista de portada: posiblemente lo más perturbador del personaje que Ulloa encarna sea la banalidad del mal. La posibilidad de que ese hombre, aparentemente un vecino cualquiera de cualquier ciudad, haya cometido ese crimen tan terrible por razones más o menos pedestres y con una frialdad casi totalmente exenta de inteligencia.
En realidad ese es el argumento de cualquier buena trama que se precie: lo que se esconde bajo la normalidad. Me lo recordó el documental American Psycho, disponible en Filmin, que traza la línea que llevó a Bret Easton Ellis a escribir su hipnótica novela del yuppie psicópata. Línea que representa toda una tradición de la narrativa estadounidense: un barrio tranquilo, una familia feliz, nunca imaginarán lo que ocurrió después. Este arranque ha dado para las más maravillosas revisiones, desde Eduardo Manostijeras (¿recuerdan las callecitas con casas pintadas de colores pastel? Sí, esas mismas que ocultaban una sociedad mezquina y violenta) hasta Los asesinatos de mamá o Los Soprano. ¿Quién te iba a decir que la amable ama de casa que poda el seto del chalet de al lado es la esposa del mafioso que controla tu zona de la ciudad?
Otro entrevistado de este número de ICON, el novelista Joël Dicker, es también experto en hurgar en las entrañas criminales de la supuesta normalidad: “Actuamos frente a nuestros amigos, en el trabajo decimos que todo está bien, pero en nuestra vida todo es caótico”, le dice a Caio Ruvenal. Dicker, uno de los mayores superventas de la actualidad (Un animal salvaje, su último libro, fue el más vendido del último Sant Jordi), es un virtuoso de esta línea argumental. “Gran parte de los crímenes son cometidos por psicópatas, pero podría ser cualquiera”, sostiene el suizo. Y el planteamiento sigue funcionando incluso ahora, en un momento de pocos consensos, que ni siquiera sabemos si existe lo normal. ¡Si hasta hubo que crear una tendencia, el normcore, para tener un disfraz de ropa neutra! Y de esto hace ya diez años, léalo en la columna de Ferran Pla. Su razonamiento me lleva a una conclusión: si el gran descubrimiento de nuestros días es que lo único normal es que todos nos sabemos especiales, lo lógico es que nuestras particularidades, nuestras cuidadas personalidades, se hayan convertido en la nueva tranquilidad suburbial que alberga monstruos.
No sé cómo podría ser un argumento de thriller contemporáneo nacional. En un bar neocastizo de la capital, unas cañas, unos reels... Podría ser usted. Pero claro, no lo es.
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