Deporte de caballeros
Hay muchos deseos ocultos que se esconden detrás de la competitividad del deporte
“Descubrí algo muy violento en el autocontrol del tenis”, le dice a Carlos Primo nuestro personaje de portada, Luca Guadagnino. El cineasta italiano acaba de estrenar Rivales, una “comedia dramática, deportiva y romántica” ambientada en la competición de élite que, francamente, lo tiene todo, empezando por un trío afectivosexual entre sus guapísimos protagonistas: Zendaya, Josh O’Connor y Mike Faist. Efectivamente, hay algo violento y sexual en los gritos, los raquetazos, la ambición, el dinero y las lesiones de un deporte que se presupone elegante y táctico, aunque hace mucho que dejó de parecerse a aquel lawn tennis que hace un siglo se jugaba con camisa y pantalón blancos.
Según la leyenda, el tenis es un deporte de caballeros poblado por carismáticos solitarios: cuando era pequeño, a mi padre le encantaba Jimmy Connors, un estadounidense que nunca se ofuscaba y sabía “hasta perder”. Por entonces, a finales de los ochenta, jugar al tenis era la única opción para los que, como yo, odiábamos el fútbol, pero estábamos condenados a hacer algún tipo de ejercicio físico. El problema, aparte de sudar y competir, es que exigía concentración. Y yo recuerdo de forma mucho más vívida la ilusión que me hacía ir a clase con all stars fucsias y bermuda morada con efecto lavado que mi pericia con la raqueta. Tengo pocos recuerdos en las pistas. El problema no es que yo fuera malo, aunque lo fuese. ¡Es que los había muy buenos! La cafetería del club de tenis de Toledo, donde jugaba los veranos, estaba forrada de fotos ampliadas de mi amigo Quique y sus hermanos mayores, que ganaban torneos cada año. Así que mi matrimonio concertado con las raquetas duró poco. Mi padre jugaba bien y quería que yo jugara también, pero solo insistió lo imprescindible antes de que mi falta de entusiasmo cayera por su propio peso.
Mis recuerdos del tenis, tibios y borrosos —ni siquiera son traumáticos—, contrastan con el fenómeno de superhombres ultracompetitivos que encarnan Alcaraz, Djokovic o Rafa Nadal. En Rivales, Luca Guadagnino sí ha sabido captar ese rotundo sex appeal. Y también su cara tenebrosa: “En el tenis también descubrí algo que me resulta más familiar, que es el modo en que la gente se construye armaduras para alcanzar sus metas, y para esconder las metas que quiere alcanzar”, le dice el cineasta a Carlos en otro momento de la entrevista. La represión, la violencia, el deseo y las consecuencias de la tensión entre ellos forman un hilo argumental muy próximo a Guadagnino: desde el amor de verano entre un adolescente y el ayudante de su padre de Call me by your name a la cárcel burguesa de Io sono l’amore o, más recientemente, el incómodo romance caníbal de Hasta los huesos. El director concluye su razonamiento: “El hombre teme su propio deseo”.
Antes de que piense demasiado en todo esto que le acabo de decir —¡sexo! ¡masculinidad! ¡represión! ¡pistas de tenis!—, conviene recordar que, en las últimas semanas, Zendaya ha hecho promoción de Rivales vestida de amarillo pelota de tenis y con una pelota de verdad a la altura del ombligo. O con vestido blanco decorado con pequeñas raquetas brillantes. O con diversas variaciones de faldita de jugadora de tenis vintage. Sus compañeros de reparto no se han prestado a esa glamurosa forma de disfraz. Teniendo en cuenta que ella manda en la trama y que la canción del trailer de la película es Maneater, de Nelly Furtado, igual aquí lo que pasa es que... ¡Zendaya se ha comido a los caballeros!
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