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Marcelo Criminal, el murciano que canta sobre Mercadona: “Los Beatles sacaron sus mejores discos cuando no hacían conciertos. Eso hoy el mercado no lo permite”

El indescriptible cantautor acaba de publicar ‘La última casa de apuestas’, el disco que mezcla sus obsesiones por lo conspiranoico con las marcas comerciales que ocupan nuestra vida

El cantautor Marcelo Criminal.
El cantautor Marcelo Criminal.María Caparrós

Marcelo Criminal (Marcelo García, Murcia, 1997) está un poco harto de que lo comparen con Daniel Johnston (el cantautor estadounidense de culto que encadenó la genialidad en su música con los problemas psiquiátricos en su vida personal). “Lo divertido sería que alguien se refiriese a Johnston como el Marcelo Criminal de Texas, o a Bill Callahan como el Marcelo de Maryland”, bromea. Pero enseguida se pone serio: “Para mí fue una influencia porque me mostró una forma nueva de acercarme a la música y de entender qué es bueno o malo y qué tiene sentido. Lo de relacionarnos es un tópico que ha llegado a cargarme porque mi música no tiene tanto que ver con la suya. Muchas veces el problema es que se habla de Johnston con cierto paternalismo y es muy fácil reducirlo a ‘un colgado al que le salía la música de casualidad’. Yo no creo que fuera así: tenía muchísimo talento y era consciente de sus procesos”.

Quizá esa sea la referencia más habitual porque no hay muchos proyectos como el de Marcelo en el panorama nacional. Por edad y planteamiento, podría estar cerca de Rebe o de Autoescuela. Por sonido, de Miguelito Nubesnegras, Primogénito López y otros cantautores lo-fi en las catacumbas de la escena madrileña. Y, sin embargo, su público suele coincidir con el del indie clásico que bebe de Los Planetas (además, ha colaborado con Carolina Durante y Amaia o con Nacho Vegas) y él se animó a hacer canciones después de asistir fascinado a los primeros años de Pxxr Gvng. De hecho, la primera canción que Marcelo subió a Bandcamp es una versión de Tengo que calmarme, de Yung Beef con Marko Italia. “Si digo que hago música urbana sería una boutade, pero hubo un momento hacia 2014 en el que continuamente sacaban temas con un valor de producción muy bajo, y a mí eso me inspiró mucho. Lo que me gustaba era esa inmediatez, ese descaro y ese ingenio que no puede ser asimilado por las multinacionales o las radios. Aquel fue un momento muy importante para la cultura española”.

La última casa de apuestas es el cuarto disco de Marcelo Criminal, publicado, como los dos anteriores, con Sonido Muchacho. Presenta 22 temas, que apenas pasan de los dos minutos, así que el álbum no llega a los tres cuartos de hora. Pero, siendo tan cortas, cada canción es un prodigio de la elipsis y de la concisión, y todas contienen una idea y un relato completo, con personajes y desarrollo. “Para mí, el factor narrativo es mucho más importante que el lírico. Creo que mi rechazo al estribillo tiene que ver con la idea de que todo debe tirar de la historia hacia adelante. No me gusta la repetición e incluso cuando incluyo un estribillo intento cambiar alguna palabra o frase”, explica. Entonces, si trabaja como un escritor de ficción, ¿lo que dicen las canciones lo dice Marcelo García? “Muchas de mis canciones son asimilables a mi voz, porque el personaje suele ser un hombre de mi edad, con algunos problemas que yo he tenido, pero no suelo pensar las canciones como una expresión de mi experiencia, quien habla no soy yo y no hago terapia con ellas. Quienes hablan en las canciones son personajes distintos”.

Las canciones de Marcelo funcionan como pequeñas historias y como píldoras de desconcierto cotidiano y surgen de la elaboración ingeniosa de cosas que, en palabras del músico “vive la gente normal”. Otras veces son un gesto de asombro ante fenómenos insólitos y divertidos que están a la vista de cualquiera pero que él detecta con una sensibilidad especial: “Cómo negociar en Qatar es una frase sacada de El Chiringuito de Jugones: el mundo está lleno de asociaciones de palabras extrañas”, señala, y añade: “Aunque hay razones personales, puedo justificar vivir en Murcia desde una perspectiva profesional porque tengo la sensación de que en Madrid y otros centros de producción cultural lo que se hace es reflexionar sobre la propia producción cultural, y a mí eso no me interesa. Yo intento llevar una vida lo más convencional posible, sin una relación muy directa con músicos de éxito. Creo que eso me ayuda a escribir mis canciones”.

Solán de cabras, un tema muy sencillo de voz (distorsionada) y apenas tres notas sostenidas en el teclado, fue el primer viral de Marcelo. En el vídeo se le puede ver bebiendo agua mineral en distintos espacios de un hipermercado. Desde entonces, la presencia de marcas es una constante en sus letras, y no precisamente porque quiera flexear [en lenguaje del trap, exhibir poder, mostrar lo que uno tiene para presumir] o porque busque que alguna empresa repita el gesto que Solán de Cabras tuvo con él (le envió decenas de botellas).

El cantautor Marcelo Criminal fotografiado en el lugar en el que vive y que le inspira: Murcia.
El cantautor Marcelo Criminal fotografiado en el lugar en el que vive y que le inspira: Murcia.María Caparrós

“Lo de las marcas no es solo cosa mía”, aclara. “Es una forma de acercarnos al mundo en ciudades donde todo está mediatizado. Casi todos los elementos de nuestro entorno están dispuestos para que compres y eso genera muchos sentimientos contradictorios. Yo no sé si intento ser crítico, pero no quiero hacer anuncios. Pero claro, si quieres hablar de las cosas a tu alrededor, tienen que aparecer porque el Mercadona y El Corte Inglés son casi formas de existir”.

La vida virtual y los sentimientos —ya casi miradas y formas de pensar, después de tantos años— que producen las horas frente a la pantalla también ocupan buena parte de sus letras: “Llevo participando activamente en Internet desde que tengo doce años”, recuerda, “y me preocupa cómo ha marcado mi vida de formas que quizás no sean del todo sanas. Todavía estamos aprendiendo cómo vivir en Internet y, como tantísima gente, yo he sido un conejillo de indias”. En cuanto a sus paseos virtuales, equivalentes a los del flâneur por las metrópolis modernas (ya se están empezando a organizar screen walks en directo en los que un creador muestra y comenta el escritorio de su ordenador a un público conectado), él los describe así: “Lo que más he consumido son videos, foros y blogs del mundo del misterio y las conspiraciones que están llenos de gente un poco pasada de vueltas. Y en estos tiempos de marca personal o de imagen hipermedida, entrar en webs antiguas es interesante. Por ejemplo, a veces descubro una entrada de un blog con una sección de comentarios donde la gente se va volviendo progresivamente loca”.

¿Le preocupa a Marcelo haber prestado atención a personas o movimientos que parecían divertidos, pero han terminado teniendo consecuencias nefastas en la realidad? “Precisamente me ha pasado con el mundo del misterio, que está dominado por gente muy de derechas, o con el mundo intelectual de la Fundación Gustavo Bueno. Una curiosidad más o menos inocente puede acabar convirtiéndose en una ideología muy seria y muy dura. Tengo un proyecto de canción sobre cómo personas a las que seguí durante la adolescencia no eran fascistas de forma irónica, sino que eran verdaderos fascistas. Hay un problema con esa diversión que produce prestar atención a gente radical. Algo falla, no sé si en Internet o en nosotros cuando alguien pasa de una sincera curiosidad por cómo funciona una vacuna a creer que su raza está en peligro”.

Frente a todo ese cinismo virtual y en línea con lo que los críticos literarios llaman “nueva sinceridad”, cuando Marcelo escribe una canción, intenta no hacer juicios. “El problema al que progresivamente me he ido enfrentando cuando he sido más autoconsciente es el de cómo hacer algo que no sea del todo literal, pero que tampoco sea irónico de una forma malvada, que no mire por encima del hombro a nadie. No hago música para reírme de nada, sino para entender el mundo o para explicar cosas que otras canciones no explican”.

Y, más allá de ese proceso, casi solitario y circunscrito a su habitación, de la escritura y la producción, ¿qué tal lleva los directos? “El directo es algo que me gusta mucho por el factor comunicativo, disfruto al crear un diálogo con el público. Lo que peor llevo es el viaje y la soledad: ir de un sitio a otro, el hotel… Lo demás me ha ayudado mucho a nivel personal, exponerse es un ejercicio que recomiendan los psicólogos para vencer la timidez y, aunque sea un poco cursi decirlo así, a mí me ha resultado sanador”. ¿Y la posibilidad de montar una banda? “A veces lo he pensado, pero no tengo intención de ir por esos caminos. En mi carrera ha habido limitaciones impuestas por la precariedad, pero también hay una cuestión de gusto. La música que más me gusta no es muy barroca, y tampoco me interesa muchísimo el rock como concepto o tradición”.

El murciano tampoco se plantea vivir exclusivamente de la música. “Tanto los Beatles como Dylan sacan sus mejores discos cuando dejan de hacer conciertos y eso es algo que el mercado actual no permite. Encima, casi ninguno de mis ídolos vive de la música o ha estado cerca de ello, así que nunca se me ha ocurrido que yo pudiera vivir de mis canciones”.

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