Hasta fin de existencias
El proceso por el que objetos que definían nuestra experiencia urbana acaban en la basura ha servido para una exposición
La última mercería de mi barrio está de liquidación y su abigarrado escaparate de botones, agujas, lazos, medias, cremalleras, ropa interior, coderas, hilos y ovillos de lana seguramente acabará como cualquiera de los últimos gritos de comercio urbano. De las tiendas de neoartesanía a la burbuja gastronómica que toque, de las pastelerías sin gluten a las ubicuas cadenas de café de filtro, da un poco igual.
El problema no es tanto el contenido y su inevitable trasvase, sino el desprecio general por el continente, aunque en el caso de la última mercería haya poco que salvar. En mi barrio había locales extraordinarios, como las espectaculares cocheras del viejo edificio LaMarca, que quedaron reducidas a la nada. Muy cerca, había una zapatería de señora de los años cincuenta, elegante y pequeña, cuyo doble escaparate de cristal curvo y su interior de madera y mármol eran una joya. Cuando se lo cargaron para poner una tienda de lo que sea entré airada al local y entre escombros mostré mi indignación al grito de “¡qué vergüenza, aquí no compraré nunca!”.
Fue entonces, a principios de los dosmiles, cuando se publicó el curioso libro Hasta fin de existencias, del diseñador industrial Leandro Lattes. Se trataba de un floppy book de formato panorámico que recogía fragmentos urbanos de un Madrid en peligro de extinción. Es un largo muestrario de los viejos escaparates del centro y, sobre todo, de las tipografías de los rótulos y neones del pequeño comercio. Un catálogo de detalles perdidos de una ciudad que ha demostrado una y otra vez nula sensibilidad hacia su patrimonio. El libro de Lattes era una llamada de atención a cómo estaban acabando en la basura los objetos que definían nuestra experiencia urbana: detalles iconográficos, marqueterías, pomos de portales, rejas y hasta telefonillos. Poco después, lanzó un segundo volumen dedicado al destrozo que más apela a la nostalgia: el de los bares y cafeterías.
Muchos de estos rótulos (35, recién restaurados) se han expuesto durante este año en La Casa Encendida gracias al ejemplar colectivo Paco Graco, un proyecto nacido en 2017 para la “defensa del patrimonio gráfico comercial, testigo de la historia de esta ciudad y sus vecinos y vecinas”. Como colofón, el espacio CentroCentro ha inaugurado bajo el título No va a quedar nada de todo esto, una amplia muestra del trabajo de Paco Graco. Se exponen, entre otras maravillas encontradas en contenedores, más de 150 gráficas comerciales de establecimientos que cerraron. “Un cementerio de negocios, un museo de tiendas y calles desplazadas, o un testigo de lo que ha sido y podría ser nuestro espacio público”, dice el texto de la exposición.
Imagino que todo esto tiene mucho de generacional y quizá por eso el escritor y cineasta Juan Cavestany, de mi quinta, prepara con Guille Galván una película documental dedicada a Madrid y sus “fabulosas aberraciones y milagros gráficos”. Cavestany descubrió hace unos años la película Souvenirs de Madrid, de Jacques Duron, rodada a finales de los años noventa y terminada en 2009, y con esa y otras referencias decidió embarcarse con Galván en su propia “película sinfónica” de un Madrid que, rótulo a rótulo, se despide de ustedes.
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