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Ben Yart: “Antes en el trap alguien hablaba de droga era porque la vendía, hoy la gente finge ser de la calle”

El músico Ben Yart, parte de Chill Mafia, presenta su primer disco en solitario y demuestra que es uno de los artistas de voz más única, adictiva e inconfundible de nuestro país

Ben Yart fotografiado para ICON en Madrid. Se acababa de afeitar allí mismo, en el cuarto de baño del bar. Y sin espuma.
Ben Yart fotografiado para ICON en Madrid. Se acababa de afeitar allí mismo, en el cuarto de baño del bar. Y sin espuma.Yago Castromil

Muchos memes acaban desvinculados de su origen. Algo parecido le pasa al cantante Ben Yart (Pamplona, 29 años), a quien algunos paran por la calle sin saber muy bien de qué le conocen. “Un tío me ha saludado y me ha felicitado por el disco. Me ha dicho algo así como: ‘Yo te conocía pues... por Ben Yart, pero hostia tío, tu música es buena, me he escuchado el álbum dos veces y voy ahora al gimnasio a ponérmelo”, relata en una cafetería de Madrid. “Me conoce mucha gente porque en Twitter he sido muy sonado, he sido muy meme también”.

No es habitual encontrar un entrevistado con más ingenio y recursos que Beñat Abarzuza Ruiz Delarramendi, el nombre real del cantante. Hay que renunciar, eso sí, a esperar un orden cronológico en el relato del artista y a que en este impere el principio de causalidad. Hace unos meses publicó Ceros, su primer álbum en solitario, grabado en apenas unos días. Desde entonces no ha dejado de publicar temas, entre los que destaca una oda al popper interpretada al ritmo de cumbia. “No necesito mucho tiempo para hacer una canción. Yo pienso mucho, pero las frases no las pienso mucho”, suelta como si fuese una barra sacada de una de sus letras”. (Barra: verso redondo que destaca del resto de la canción).

Ha llegado puntual a la cita, pero sin afeitar. Antes de hacerse las fotos, saca una cuchilla de una bolsa de deporte y entra al baño de la cafetería, aparentemente, sin un bote de espuma o sucedáneo que le permita ejecutar la operación con normalidad. Sale del aseo, ya sin pelos en la cara, y se cambia de camiseta en mitad de la acera. Hay algo indiscutiblemente punk en todo lo que hace, incluido su estilo musical, que combina elementos del trap, electrónica, flamenco y folclore vasco. Tiene un discurso provocador en el que despliega un terminable catálogo de referencias al mundo de las drogas. El ejemplo más destacado es Mañaneo, firmado en solitario por Yart, donde se describe el final (o el comienzo) de un día tras una noche de fiesta. “No me acuerdo de cómo se me ocurrió, estaría en el Lakarri [un bar de Pamplona], esperando que viniera gente que también había salido. Cuando veo las cosas, las apunto en el momento”.

Es el miembro más reconocible de Chill Mafia, un colectivo musical navarro al que todavía se siente muy unido. “Yo tengo mi proyecto independiente, pero soy de la Chill Mafia. Ahora han acabado hasta la polla, y yo también un poco, pero como lo mío está un poco lanzado pues no puedes parar. Cuando viene una ola o la surfeas o te traga. Esta frase se la he cogido a Paquita Salas”, afirma. En los próximos días planean alquilar una casa rural para producir nuevas canciones. “Cuando quedamos puede acabar cantando cualquiera. O podemos obligarle a alguien a cantar, uno se siente muy chetado cuando se pone los cascos y suena con autotune, compresor y reverb. Nos gusta que lo viva todo el mundo”.

Su proceso creativo se basa en destellos de inspiración antes que en una rutina, a excepción de la época en la que quiso ser guitarrista flamenco. “Hubo un tiempo en el que creí que me dedicaría a eso. Me dejé las uñas largas y llegué a tener cierto virtuosismo. En mi plaza había dos o tres cracks, y yo era uno de ellos”. Esa plaza estaba en el barrio de Mendillorri, en Pamplona, donde Yart se juntaba con quien pasara por allí. “Me llamaban el alcalde, no por tener poder de ningún tipo, sino por conocer a todo el mundo. Yo estaba a cualquier hora, la gente tenía sus rutinas y yo no. Sobre todo conocía a todos porque vendía porros”.

Dominaba varios palos del flamenco, desde tangos a bulerías: “La rumba no se me da muy bien, la verdad”, se lamenta. “Tengo mano antigua, que le decimos, mano payo tengo, mano… mano iglesia”, remata. Este estilo todavía perdura en su música, especialmente cuando canta. “Me sale solo. Ahora se ha puesto de moda el Detroit rap, cuyo ejemplo más conocido en España probablemente sea Bb Trickz, y básicamente consiste en cantar como si te diera igual. Pues yo soy un poco lo contrario. El flamenco es un poco lo contrario, morirte diciéndolo”. ¿Qué opina del fenómeno Bb Trickz? “Me encanta, es una hija de puta”.

Durante la conversación salta de tema con frecuencia, y agita con intensidad un sobrecillo de azúcar. “Tengo un TDA [trastorno por déficit de atención] increíble”, se diagnostica. “Me cuesta mucho concentrarme en algo durante mucho tiempo. Lo único que puedo hacer es scroll sin parar en el móvil”. ¿Y el speed no es un poco contraproducente? “Al revés, a mí de hecho el pitxu [speed en argot vasco] me relaja. Hace poco volví a tomar Concerta [un medicamento cuyo principio activo es un estimulante del sistema nervioso central] y creo que por eso he podido tener dos meses de hacer música de manera más o menos constante”.

Afirma que ha pasado tiempo desde que dejó de consumir sustancias de cualquier tipo, aunque es difícil distinguir entre verdad y mentira en su personaje. En una de sus canciones con Chill Mafia, BARKHATU, se cantan cosas como “siete balas en un zulo eso sí era trap” o “Muevo el culo y gora ***”. “Pura provocación. Nosotros no tenemos intención de que vuelva ETA, ni ningún tipo de pretensión política. Qué política voy a hacer yo. A lo mejor el mayor incentivo de cantar en vasco es que luego te dan una subvención”.

Juega un papel particular en la nueva generación de traperos. Más próximo al underground en el que se movieron durante muchos años figuras como Cecilio G, con quien colaboró, que al de veinteañeros como Quevedo o Saiko, que acumulan millones de oyentes con un estilo alineado más en lo urbano que en el trap primigenio. “Ahora hay más gente fingiendo ser calle. La diferencia es que al principio el trap no prometía nada, y la gente que estaba ahí sí que era ese rollo. Si hablaban de droga era porque la vendían. Ahora como es un género popular hay muchos que deciden tirar por ahí”.

Le gusta escuchar y elegir referencias sin fijarse demasiado en el género o en el artista. “He tocado en dos grupos de punk, uno de ellos hace nada. No salió porque uno estaba de gira, el otro era anfetero y el tercero heroinómano; si el grupo ganaba dinero se lo quedaba él. No, es broma, le quiero mucho. Si pones algo de eso pon que le quiero mucho, ¿vale?”. También tomó consejos de su padre, quien canta en coros. “Él me habló del valor de cantar piano. Si cantas en tono bajo, el público baja y te oye. Le dije: ‘Tienes razón, pero no te acostumbres”.

¿Qué espera del futuro? “Mis tres deseos serían tener siempre batería en el móvil, entrar en Estados Unidos porque lo intenté una vez y no me dejaron pasar y, sobre todo, tener disciplina”. Es lo que más admira de Rosalía. “Me disfracé de ella para un videoclip, porque quería llamar su atención. En cuanto a talento, alguien como El Capullo de Jerez podría parecerme mejor, pero he aprendido a admirar que una persona sepa llevar un bolo tan bien y tenerlo todo calculado. Es prodigioso, sobre todo, porque para mí eso es casi imposible”.

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