Tom Glynn-Carney, de ‘La casa del dragón’: “Mi vida ha cambiado poco de momento, pero pregúntame en dos años”
Los últimos de episodios de la temporada han puesto el foco en el personaje de Aegon Targaryen, a quien da vida un intérprete que se prepara para algo más grande que cualquier creacción ficticia: la fama global
Tom Glynn-Carney (Mánchester, 1995) aún puede ejercitar con cierta tranquilidad las labores de una vida ordinaria. Pero no le queda mucho. El personaje de Aegon Targaryen, a quien da vida en La casa del dragón, pasará a ocupar un lugar central en la trama de la que está siendo una de las series más vistas de la actualidad (y presumiblemente será una de las más vistas durante los próximos años). Hasta ahora, ha aparecido a chispazos. Escondido en la oscuridad de los burdeles de Desembarco del Rey (el lugar ficticio en el que se desarrolla la mayoría de la trama); huido de la responsabilidad de reclamar ese Trono de Hierro que su madre, Alicent Hightower (Olivia Cooke), le obliga a disputar con su hermanastra Rhaenyra (Emma D’Arcy).
Pero los sucesos desencadenados en los últimos episodios han puesto el foco en su personaje, al que tanto los espectadores como los creadores de la serie han comparado con el sádico Joffrey Baratheon (Jack Gleeson) de Juego de tronos: “La diferencia es que Aegon no es un psicópata”, comenta el actor. “Sufre un profundo trauma que se desarrollará extensamente en la siguiente temporada”.
Cada capítulo de La casa del dragón ha tenido una media de 29 millones de espectadores, solo en Estados Unidos. Faltan dos años para que se estrenen los nuevos episodios, pero puede que la próxima vez que Glynn-Carney visite Madrid ya no pueda pasear con tanta holgura su cabellera rubia— es el atributo más llamativo de la familia Taragaryen— sin que decenas de fans se arremolinen a su alrededor. “Para la serie utilicé una peluca”, puntualiza. “Pero como no conseguía que se quedara quieta, acabé rapándome el pelo”.
Cinco meses tuvo que guardar el secreto de que le habían dado el papel. “Ni a amigos, ni a familiares. Por contrato no se lo podía contar a nadie”, explica. Y dos años hasta que se hizo pública su participación en la serie. De hecho, hasta hace un par de semanas su nombre ni siquiera aparecía en los créditos de La casa del dragón en IMDB. “Vivía en una pequeña prisión construida en mi cabeza”, rememora. Los saltos en el tiempo de la serie conllevaron una obligada sustitución de actores, en la que procuraron mantener la máxima discreción posible. Glynn-Carney entró a sustituir a Ty Tennant, que casualmente ya había interpretado su versión joven en Tolkien, el biopic del creador de El señor de los anillos.
Ya había trabajado en Dunkerque (2017), la película bélica de Cristopher Nolan. Comenta el actor que los medios con los que lograron recrear la intensidad y el sonido atronador de los bombardeos en la playa no eran nada comparados con el inmenso dispositivo de producción desplegado en el rodaje de La casa del dragón. “Nunca en mi vida había visto nada igual, solo con el equipo podrías llenar el espacio de un hangar de aviones”. Su amigo, el actor Alfie Allen, que interpretó a Theon Greyjoy en Juego de tronos, le dio un consejo que le resultó fundamental para adaptarse al ritmo de trabajo: “Cada actor es solo una pequeña parte en el engranaje de una maquinaria masiva. Y sin esa maquinaria no eres nada”.
El proceso del casting fue rápido y sencillo. Su agente le pasó un texto de HBO, cuyo contenido no tenía nada que ver con la serie, para hacer la prueba. “Lo único que me hizo sospechar fue que estaba escrito en un lenguaje clásico”. Se grabó con el móvil, mandó el vídeo, y a los pocos días los creadores de la serie, Ryan Condal y Miguel Sapochnik, le llamaron por Zoom para pedirle que no aceptara ningún otro trabajo en las próximas 72 horas: “Queremos que seas nuestro Aegon Taragaryen”.
Una vez superado el shock inicial, tuvo que confesar que no había visto ni un solo capítulo de Juego de Tronos. “Se partieron de la risa y le quitaron hierro al asunto”, recuerda. Tardó menos de tres semanas en devorar las ocho temporadas de la serie y terminó fascinado con la magia y la complejidad del universo que había creado George R. R. Martin. En los cinco meses que pasaron hasta el inicio del rodaje se empapó del personaje, se puso en forma y recibió entrenamientos de lucha con espadas. “Aunque al menos”, comenta, “a mí no me tocó aprender a actuar sobre las monturas que se utilizan para grabar las escenas sobre los dragones”. Lo único que no hizo fue leer Fuego y sangre, el libro en el que se basa la serie. “No quiero saber dónde acaba mi personaje. Me gusta dejarme llevar por el guion e ir reaccionando a las situaciones que se me presentan”, justifica.
En el podcast oficial de La Casa del Dragón, el autor de la saga asemejó la adaptación televisiva de su libro con una tragedia de Shakespeare, “llena de hijos de puta capaces de hacer cosas heroicas, y héroes capaces de hacer cosas horribles”. “Un Succession con espadas”, como la definió Glynn-Carney en una entrevista para Esquire, aludiendo a uno de los emblemas recientes de HBO, que a su vez se podría describir como un Rey Lear en Wall Street. Ambas series indagan en las lujosas cloacas de una familia con poder y dinero que se disputan la herencia, y lidian con todo tipo de carencias afectivas. Una guerra en donde obtener el botín es menos importante que lograr ser objeto de la mirada paterna.
Glynn-Carney describe a Aegon Targaryen como un personaje “potencialmente cruel y peligroso”. Hasta ahora hemos visto a un joven que busca placer a todo precio, más cercano a la perversión desbocada del Marqués de Sade que al hedonismo de Tyrion Lannister (uno de los personajes más queridos de Juego de Tronos), que como él, siempre estuvo lejos de contar con la aprobación de su padre. “Aegon siente una profunda rabia interna porque el rey Viserys (su progenitor) eligió a su hermana antes que a él para sucederle en el trono”. Pero todo cambia en el noveno episodio. “En el trayecto del camino que recorre junto a su madre en el carruaje real, escucha unas palabras que revuelven algo en su interior y le cambian la concepción que tiene de si mismo y de la relación con su padre”, comenta.
La violencia sexual indiscriminada y explícita, y los desnudos integrales en los que solamente participaban actrices femeninas, fueron en Juego de tronos señas de identidad tan sólidas como las conspiraciones en la oscuridad de los pasillos del palacio real, o la ironía de Tyrion Lannister. La Casa del Dragón, más acorde al espíritu de los nuevos tiempos, ha consumado una reforma estricta al eliminar las escenas de sexo gratuito y dejar a un lado la desnudez, tanto de actores como de actrices.
¿Adiós “al porno y la crueldad”, que Sergio del Molino señaló en su columna de EL PAÍS como la receta de su éxito? Glynn-Carney celebra el cambio y niega que la serie haya perdido algo de su esencia original. “El sexo podía llegar a ser algo superfluo en Juego de tronos. Clare Kilner (directora) ha hecho un magnífico trabajo al narrar las escenas sexuales desde una perspectiva femenina. Además, a veces dejar ciertas cosas a la imaginación del espectador puede dar un resultado más poderoso”, comenta. “Parte de nuestro negocio también consiste en proteger a la gente”. La última pregunta es obligada: ¿ha cambiado ya su existencia el éxito de la serie? Responde: “De momento poco, pero pregúntame dentro de dos años”.
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