¡Oh, la valiente banda de los arqueros!
La arquería da para mucho en el vestir, puedes ir de apache, de Robin Hood, de superhéroe Ojo de Halcón, de Legolas o, en el tramo superior, de Eugen Herrigel como aprendiz de kyudo
Después de tantos años practicando tiro con arco (deporte en el que jamás has de encomendarte a San Sebastián, ni a Filoctetes) puedo afirmar que la indumentaria no es decisiva. Lo único indispensable, aparte del arco y las flechas, claro, es el protector del antebrazo, la dactilera para no hacerte daño en la yema de los dedos con la cuerda y la correa para sujetar el arco a la muñeca. Todo lo demás depende de tu gusto. Yo, por ejemplo, llevo como complemento un carcaj de ante decorado con cuentas, plumas y mechones de cabello humano (mío) que envidiaría Kicking Bird en Bailando con lobos.
La arquería da para mucho en el vestir. Puedes ir de apache, de Robin Hood, de superhéroe Ojo de Halcón, de Legolas o, en el tramo superior, de Eugen Herrigel como aprendiz de kyudo, el tiro con arco tradicional japonés, es decir con la clásica falda pantalón hakama y el wafuku y, aunque suene raro, siempre con calcetines blancos. Ataviarte de maestro zen japonés de tiro con arco queda muy elegante y tiene la enorme ventaja de que no has de dar necesariamente en el blanco: basta con que te desprendas de ti mismo y lo envíes con la flecha, o sea, satori, o sálvese quien pueda, como decíamos el grupo de viejos amigos arqueros cuando tiraba con nosotros Curro Estabanell japanese style. Yo, como tengo bastante puntería, recurro menos a la filosofía; mi estilo es directo, suelto y viril, incluso salvaje y mauvais garçon, a lo Burt Reynolds en Deliverance, el causante de que adquiriera en 1973 mi primer arco, y suelo vestir de casual archery. Es decir, lo primero que pillo.
He tirado con bermudas, camiseta imperio, badana a lo Cochise, y hasta con el torso desnudo a lo Rambo, sin tanto problema, visto mi menor perímetro torácico, como Sylvester Stallone, que parece que vaya a amputarse las tetillas —dudo si usar el diminutivo en su caso— cada vez que suelta la cuerda de su arco compuesto vintage Hoyt Eastern. Lo que nos lleva a las amazonas y lo aconsejable de usar peto si uno (una) es chica (i. e., la Katniss de Los juegos del hambre), mucho más práctico que quemarse el seno como quiere la leyenda que hicieran para no entorpecerse las valientes hijas de Ares. En todo caso la variedad de mi vestuario —ahora mismo voy a disparar con unos shorts viejos, una camiseta del Sónar y abarcas— no es nada comparable con lo pintoresco de los compañeros de línea que he tenido y de los que conservo, ay, sólo a Evelio P., que tira como un comanche octogenario tuerto pero viste como un señor, el tío: parece que esté siempre en la escena aquella de Emma en que Jeremy Northam y Gwyneth Paltrow lanzan flechas al blanco, sin técnica alguna pero tan elegantes... Lo que me recuerda a Pep Bofill, abogado y poeta, que venía a tirar al arco con una petaca de Remy Martin y ataviado como si fuera al Yacht Club de Mónaco o a The Hurlingham. Eran los tiempos en que nuestra vieja sociedad de arqueros forestales (tirábamos en un claro del bosque para minimizar los riesgos), con May, con Tato, con Kiko, con Jordi Llobet, transpiraba un aroma eduardiano. Nadie, bueno, excepto yo, acertaba en el centro de la diana (y algunos ni siquiera en la diana) pero ¡qué conversaciones teníamos! “Great shot indeed, pásame la petaca, anda”. Oh, the brave Band of Archers!
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