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A-ha: cómo tres tipos que no se soportan sobrevivieron a la canción pop más grande de los ochenta

El documental ‘aha: La película’ explora el extraño mundo del trío noruego que en 1985 publicó ‘Take on me’, una de las canciones más populares de Spotify casi 40 años después

La banda noruega A-ha en un retrato tomado en los inicios de su carrera, a mediados de los ochenta. Son Paul Waaktaar-Savoy, el cantante Morten Harket y Magne Furuholmen. En el vídeo, el trailer de 'a-ha: La película'. Foto: Getty Images
Miquel Echarri

¿Cómo se sobrevive al éxito prematuro de una canción excepcional? Mal que bien, a juzgar por lo que se afirma en a-ha: La película, el documental sobre la banda noruega que se estrena en España el 8 de julio. Si algo tienen en común los miembros del grupo, además de una poco menos que risible tendencia a despotricar unos de otros, es que los tres detestan Take On Me.

La ven como el pozo que perforaron juntos cuando eran unos críos. 37 años después, sigue dando petróleo. Pero es un petróleo nostálgico, de combustión cada vez más tenue y que les hace sentirse sucios. Para el cantante, Morten Harket, se ha convertido en una discreta “penitencia” que les pidan que toquen Take On Me noche tras noche. Se ven forzados a interpretarla una y otra vez, pero la sienten “ajena”, uno de tantos recuerdos, “y no necesariamente uno de los mejores”, de un tiempo muy remoto que ya no volverá.

El guitarrista, Paul Waaktaar-Savoy, mucho más resignado, entiende que la canción “forma parte de la memoria sentimental de varias generaciones” y por tanto ya no pertenece a sus autores: “Ni siquiera importa lo que pensemos de ella, tocarla es un tributo a nuestro público, que nos lo ha dado todo y una de las cosas que nos pide a cambio es Take On Me”.

Orfebrería pop eclipsada por una supernova

En cuanto a Magne Furuholmen, el teclista, un tipo mordaz con reputación de líder en la sombra, tiene una razón de peso para aborrecer su canción fetiche: “Es como un foco demasiado potente que ha eclipsado el resto de nuestro repertorio”. Furuholmen habla de temas que solo el reducto de incondicionales de la banda recuerda a estas alturas. Stay on These Roads, The Sun Always Shines on TV, The Blood that Moves the Body, Hunting High and Low o Cast in Steel. Magne los describe, con relajada inmodestia, como “obras maestras de la orfebrería pop” y le duele verlas opacadas por su hermana menor, una canción “curiosa, tal vez brillante”, pero que proyecta una luz excesiva.

El teclista recuerda que a-ha tiene una trayectoria sólida, con diez álbumes de estudio, y que grandes del negocio como Kanye West, Radiohead, Noel Gallagher, Chris Martin e incluso Leonard Cohen les han expresado su respeto. No son flor de un día. Pero la sombra que proyecta la más singular de sus canciones es tan alargada que resulta imposible ignorarla.

Take On Me se editó en el Reino Unido en octubre de 1984. Esa primera version (se puede escuchar aquí) pasó desapercibida y el grupo, consciente de su potencial, encargó una remezcla a Alan Tarney, productor de cabecera del veterano Cliff Richard. La nueva versión apareció en el álbum de debut de a-ha, Hunting High and Low, y se lanzó como single en septiembre del 85 acompañada de un vídeo a cargo del realizador anglo-irlandés Steve Barron.

Si el riff de teclado que servía de base a la canción resultaba inolvidable desde la primera escucha, ¿qué decir del vídeo de Barron? Esta obra maestra de la animación rotoscópica (es decir, realizada calcando fotograma a fotograma las imágenes de una filmación real con una máquina, hoy en desuso, llamada rotoscopio) contaba una historia muy simple. Una mujer, interpretada por la modelo y actriz británica Bunty Bailey, se sentía atraída por la versión garabateada de Morten Harket, protagonista de un cómic de estética vintage. Morten, en una de las imágenes más icónicas de los primeros ochenta, la invitaba a entrar en su mundo tendiéndole la mano desde las profundidades de una viñeta.

Tras apenas unos segundos de plenitud romántica, una camarera arrugaba el cómic en que la pareja de amantes había encontrado refugio y aquel universo en blanco y negro empezaba a desmoronarse. Al final, en un desenlace inspirado en el de Viaje alucinante al fondo de la mente, película de Ken Russell de 1980, Bunty y Morten conseguían escapar de su cárcel de papel arrugado y continuar su historia de amor como seres de carne y hueso.

Morten Harket, Paal Waaktaar y Magne Furuholm (A-ha)
Unos jóvenes a-ha (Morten Harket, Paal Waaktaar y Magne Furuholm) posan en una imagen promocional en 1986.ullstein bild (ullstein bild via Getty Images)

Aquella fantasía de poco más de tres minutos se filmó en un café y en un estudio de sonido del sudoeste de Londres. El equipo de Barron dedicó cuatro meses a transformar más de 3.000 fotogramas de imagen real en un universo alternativo de trazo minimalista. Visto hoy, sigue resultando una delicia.

El vídeo se convirtió en la principal apuesta de aquellos días de otoño de 1985 para la por entonces todopoderosa MTV. Por primera vez desde Wild Boys (Duran Duran, 1984), un videoclip producido en el Reino Unido podía competir con Thriller o Billie Jean, los irresistibles pelotazos con que Michael Jackson estaba revolucionando el género. Contra la fastuosa opulencia de aquellas superproducciones cinematográficas de bolsillo, Take On Me triunfaba gracias a una idea simple ejecutada con precisión y buen gusto, recurriendo a una pulcra artesanía de efectos visuales.

Más allá del videoclip

Si le preguntan a Barron, él les dirá que fue el vídeo el que hizo que de la canción (y, ya puestos, de la incipiente carrera de la banda) empezase a brotar petróleo. Hay sólidas razones que sustentarían esa tesis. 37 años después, el de Take On Me es uno de los videoclips más vistos de la historia. Solo en YouTube, supera ya los 1.300 millones de reproducciones, lo que la consolida como una de las cuatro canciones más reproducidas del siglo XX junto a Smells Like Teen Spirit, de Nirvana, Bohemian Rhapsody, de Queen, y Sweet Child o’ Mine, de Guns N’ Roses.

Más aún, la canción llegó al número 1 en las listas de sencillos de los Estados Unidos coincidiendo con el estreno del vídeo. A medio plazo, alcanzaría la cúspide de las listas de éxito en 36 países, incluida toda la Europa occidental con las excepciones de España, Francia y, curiosamente, el Reino Unido, lugar de residencia de sus autores, donde tocó techo como número 2 la semana del 28 de septiembre del 85, tras The Power of Love, de Jennifer Rush. ¿Cómo explicar sin la MTV que Hunting High and Low, el álbum de debut de un trío de noruegos desconocidos, acabase vendiendo más de diez millones de copias?

A-ha
El carismático Morten Harket, cantante de a-ha e ídolo juvenil durante los ochenta, durante un concierto de la banda en 2005.Kurt Vinion (WireImage)

Sin embargo, tal y como recuerda la periodista cultural Jenny Valentish, “sería injusto atribuir todo el éxito de Take On Me al vídeo de Barron”. La canción tenía sus propias virtudes, empezando por esa línea de teclado “mágico” que habla de “juventud, inocencia y entusiasmo por la vida”. Son apenas un par de notas, pero en ellas está “la esencia de todo lo que la banda tuvo de peculiar y de genuino”.

Furuholmen y Waaktaar-Savoy ya tenían ese riff en su repertorio a finales de los setenta, cuando empezaron a tocar juntos en una banda escolar bautizada como Bridges. Compañeros de colegio en Oslo, Magne y Paul tocaban versiones de los Doors y habían pergeñado ya una pequeña pieza instrumental, The Juicy Fruit Song, que incluía esa brillante introducción de teclado. Furuholmen explica que Bridges fue una banda “soñada para triunfar y por la que pasaron todo tipo de individuos extravagantes, pero a la hora de la verdad siempre acabábamos siendo Paul y yo tocando en un garaje, con un par de canciones a medio cocinar, una guitarra, un bajo y sin cantante”.

El hombre con pintura Dulux en el pelo

Esta última carencia intentaron solucionarla ya en 1981, según testimonio de Furuholmen, haciendo una oferta “irrechazable” (“vente con nosotros y serás el líder de nuestra banda”) al tipo más cool que conocían, otro noruego, Morten Harket, que, como ellos, frecuentaba Londres con la esperanza de abrirse paso en la industria musical: “Tenía una gran voz, pero eso nos parecía lo de menos. Lo que nos fascinaba era aquel tupé teñido de blanco con pintura Dulux y su conexión con la escena de los new romantics londinenses”. A Morten le dejaban entrar en locales tan exclusivos como el Camden Palace. Formaba parte de la escena, aunque no fuese más que el escandinavo imberbe con blancos en el pelo. Tenía ya un cierto estatus, así que rechazó la oferta de liderar una banda con un nombre espantoso, sin manager y sin repertorio.

Un año más tarde, cuando, ya de vuelta en Oslo, Paul y Magne volvieron a ponerse en contacto con Morten, tenían ya alguna canción más y habían cambiado de nombre. Como a-ha sonaba bastante mejor que Bridges, el cantante accedió por fin a ensayar con ellos. Juntos convirtieron The Juicy Fruit Song en un tema con letra, muy cerca ya de lo que acabaría siendo Take On Me.

Furuholmen explica que, como buenos vikingos, volvieron a cruzar el Atlántico Norte en dirección a Gran Bretaña, decididos esta vez a triunfar en aquella escena de adictos a la extravagancia y el glamur a la que habían asistido como simples espectadores: “Nunca tuvimos vocación de banda de garaje, aspirábamos al éxito”, reconoce el teclista.

El don de la oportunidad

El Londres que se encontraron en 1983 no era ya el de 1981. Los clubes punteros se alejaban de la ortodoxia new romantics una vez esta había irrumpido ya en el mainstream gracias a bandas como Spandau Ballet y Duran Duran. Una nueva hornada de bandas de pop con sintetizadores tomaba el relevo recuperando parte de la insolencia y la energía vanguardista del punk.

A-ha encajó como un guante en esta nueva mutación de la poliédrica new wave. Se hicieron con los servicios de un manager de la vieja escuela, Terry Slater, bajista en su día de los Everly Brothers. Slater les consiguió un contrato con Warner y, sobre todo, ejerció de incombustible perro de presa. Según Furuholmen, “preservó nuestra inocencia, nos mantuvo a salvo de las drogas y las malas compañías”.

Años después, descubrieron que el avispado manager había prohibido al círculo social y profesional de a-ha que se drogasen estando ellos presentes: “Había representado a bandas de yonquis en los setenta, empezando por los Sex Pistols, y decidió que eso no iba a pasarle con nosotros, que nos mantendría limpios, saludables y centrados en la música”.

La influencia de Slater y las propias inclinaciones del grupo explican en gran medida la considerable longevidad de la banda. Siguen juntos y en activo casi 40 años después de su segundo desembarco en Londres pese a que la convivencia en el seno del grupo empezó a enrarecerse ya a finales de los ochenta. Se han concedido largos paréntesis y han dado la banda por disuelta hasta en tres ocasiones. Pero siempre vuelven.

Tal como éramos

Hoy, tal y como muestra el documental dedicado a su largo periplo, queda muy poco de la sana amistad de sus primeros años. En palabras de Morten son “tres buenos profesionales condenados a entenderse”. El suyo debe de ser ya uno de los matrimonios de conveniencia más largos de la historia del pop. Una banda concebida como vehículo efímero para llegar lo antes posible al éxito ha sobrevivido contra viento y marea gracias a la obstinación de sus miembros, que, tal y como explica Paul, viajan por separado, se reúnen en el estudio o sobre el escenario y apenas hablan de nada que no tenga que ver con el grupo. Se conocen bien, se entienden en lo fundamental y, hasta cierto punto, se respetan. Pero ya apenas se soportan.

Esa es una de las preguntas más curiosas que plantea a-ha: La película. ¿Hasta qué punto resulta lógico y saludable que tres adultos con cuentas corrientes más que saneadas se obstinen en mantener a flote un vehículo creativo común por el que parecen sentir tan poco apego?

La respuesta, tal y como insinuaba Furuholmen en una entrevista con Financial Times, es que han comprobado que fuera de a-ha hace mucho frío. La fama resulta adictiva, ningún proyecto alternativo tiene ni de lejos la repercusión que garantiza el grupo. Y Take On Me, junto con las decenas de canciones que vinieron después, resulta un legado que defender y un patrimonio (económico y sentimental) que preservar. El pozo sigue dando petróleo.

Furuholmen sintetiza lo principal que ha aprendido de la vida en la carretera en un puñado de frases en que conviven con naturalidad la sensatez y el más descarnado cinismo: “Hay una serie de clichés a los que no escapa casi ninguna estrella del rock. Con tu primer éxito, te compras un par de cámaras japonesas último modelo porque crees que lo que está pasando es excepcional y necesitas documentarlo. Si el éxito continúa, empiezas a comprarte casas en todas partes. Luego hay que llenar esas casas vacías, así que empiezas a coleccionar antigüedades. El siguiente caso es llenar tus garajes de automóviles de época. Y ya por último te pones a coleccionar arte”.

Nada de eso hubiese sido posible sin Take On Me y todo lo que trajo consigo. Sin el riff mágico y el videoclip inolvidable, no habría arte que coleccionar, giras para presentar en directo Hunting High and Low en su 35 aniversario ni un documental en que los tres miembros de a-ha exhiban, con una cierta dosis de impudicia, lo mal que se llevan.

El peaje a pagar por todo esto es compartir escenario con un par de tipos a los que te encantaría perder de vista y que te pidan que toques noche tras noche una canción que detestas. Tal vez no sea la más edificante de las historias, pero es la que la banda noruega ha querido contarnos.

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Sobre la firma

Miquel Echarri
Periodista especializado en cultura, ocio y tendencias. Empezó a colaborar con EL PAÍS en 2004. Ha sido director de las revistas Primera Línea, Cinevisión y PC Juegos y jugadores y coordinador de la edición española de PORT Magazine. También es profesor de Historia del cine y análisis fílmico.

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