Cómo el ‘french touch’ de Daft Punk conquistó Estados Unidos y cambió el destino de la música electrónica
El concierto del dúo francés, que anunció su disolución ayer, en el festival Coachella de 2006 significó el punto de inflexión para la entrada de la música electrónica en el mercado estadounidense. Y eso lo cambió todo
En la historia de las exageraciones hay que hacer un sitio para esta afirmación que se publicó en la web estadounidense Magnetic Magazine. “El set de Daft Punk de Coachella en 2006 fue para la eclosión de la música de baile en el siglo XXI lo que el asesinato del Archiduque Franz Ferdinand de Austria para la primera guerra mundial”. Mejor compararlo con eso que con la invasión de Polonia por Hitler, la verdad. Pero en lo que no anda desencaminada la web es que aquel concierto en una carpa para 10.000 personas en la que pretendían entrar 40.000 del dúo francés, que anunció su separación ayer causando una pequeña conmoción, fue el punto a partir del cual se demostró que la frase “la música electrónica no gusta a los estadounidenses”, un mantra repetido hasta la saciedad durante décadas, había dejado de tener sentido. Sí, es cierto: el house se inventó en Chicago y el techno creció en Detroit, pero no hablamos de escenas más o menos underground. Vale, Moby había triunfado y también británicos como Fatboy Slim, pero solo cuando se integraban como artistas pop. Nada que ver con la electrónica masiva, eso que ahora se llama EDM, Electronic Dance Music, que congrega multitudes en EE UU y que empezó a triunfar en 2010, con directos inspirados en Daft Punk de las ahora estrellas del género: Skrillex, Deadmau5, Steve Aoki o incluso Kanye West que incluso convirtió su Harder, Better, Faster, Stronger en su éxito Stronger
Aquella pirámide construida para Daft Punk por la empresa Bionic League le dio a los estadounidenses eso que les faltaba cuando veían electrónica en vivo: espectáculo visual. No es casualidad que la capital de ese género en EE UU no sea Nueva York ni Los Ángeles, sino Las Vegas, el epicentro de todos los shows que requieran muchas luces y pirotecnia. Y cuando EE. UU. se convierte en potencia en un mercado, todo el ecosistema cambia. Entonces empezaron los lamentos de los promotores europeos, especialmente los ibicencos, porque la competencia americana era extremadamente dura y cada vez costaba más traer artistas de primera a la isla mediterránea. Porque Daft Punk no solo contribuyeron a crear un star system de artistas estadounidenses, también habían abierto el camino para que los del viejo continente entrarán en el mercado de ese país.
En su monólogo para Netflix, el cómico Trevor Noah habla de cómo los acentos cambian la percepción de las nacionalidades. “Un ruso siempre parece peligroso, diga lo que diga. Los franceses son sexys y es todo por el acento”. No es un tópico nuevo, ¿Recuerdan a Pepe Le Pew, la mofeta macho francesa perpetuamente enamorada de los dibujos animados? Nació en 1945. Y antes estuvo la pasión de los escritores estadounidenses por el París de entreguerras. Los músicos electrónicos franceses, aunque hicieran ritmos a machetazos, eran por definición refinados a los oídos americanos. Eso se resumió en dos palabras: “french touch”. Ese toque francés se atribuía a cualquier sonido salido de París. Valía para Air, que puso música a Las vírgenes suicidas de Sophia Coppola (donde la directora conoció a su hoy marido Thomas Marrs, de Phoenix, la versión dance pop del touch), para los juegos con el jazz de Saint Germain, el house de Bob Sinclair o para sonidos bastante más macarras, como los de Justice, a los que durante años se llamó “los nuevos Daft Punk”. Contribuyó a darles ese toque de elegancia que les avalaban las grandes marcas de moda francesas, deseosas de penetrar en el sector más joven del mercado estadounidense. Esa generación rave a la que se sumó hasta Miley Cyrus, cuando en 2013 le cantó a Molly (uno de los apodos de la droga de diseño MDMA) en We can’t stop.
En 2014, Daft Punk recogió cinco Grammies en Los Ángeles por Random access memories, el disco que habían grabado en la ciudad californiana y cuyo estilismo había realizado Hedi Slimane para Yves Saint Laurent. Era un momento histórico, por primera vez artistas de música electrónica se hacían con el premio a Mejor álbum del año. Aunque el que ya es su último disco era el menos electrónico de sus álbumes, ya se podía decir oficialmente que la electrónica había conquistado el mundo.
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