Miss Beige: “Mi sueño habría sido que los seguratas de ARCO me persiguieran, y yo corriendo en bici por delante en plan ET”
Se hizo viral en la pasada edición de la feria de arte, en la que se presentó con su carcaterístico traje color crema, una mochila de Glovo y un martillo, pero Ana Esmith, Miss Beige, es la ‘influencer’ más sosa de todo Instagram. Para demostrarlo inauguró ayer una exposición con sus ‘performances’
Miss Beige sube las escaleras mecánicas tumbada sobre el pasamanos. Miss Beige va a la playa en hora punta y se entierra en la arena completamente vestida. Miss Beige se cuela en ARCO armada con un martillo y una mochila de Glovo extragrande. También come pipas y escupe las cáscaras, y no le importa si te caen a ti. Miss Beige se columpia en un neumático, suplanta a la Dama de Elche y baila bachata decididamente mal.
Siempre te sientes incómodo en presencia de Miss Beige. Por su aspecto se diría que ha sobrepasado con holgura la mediana edad, pero su comportamiento es tan impredecible como el de una niña de cinco años. Nunca dice nada y te mira juzgándote severamente. No es ni por asomo una influencer, pero tiene 23.000 seguidores en Instagram. Y ahora presenta Miss Beige: Taking The sTreeTs, una exposición con fotos y vídeos de sus performances, en la galería Ponce + Robles de Madrid.
Miss Beige no es una persona real sino un personaje. Como tal lo creó la actriz y performer Ana Esmith, que es a su vez el nombre artístico que se inventó Ana Gallego cuando estudiaba arte dramático en el Reino Unido. “He vivido allí 15 años, y como nadie sabía pronunciar nuestra doble ele me puse el apellido inglés Smith, pero españolizado, porque así lo dirían los españoles, igual que ‘Espain’ por Spain”. En 2015, recién regresada a España, Esmith/Gallego dio en el Rastro con un vestido ligero de color crema y empezó a ponérselo para hacerse fotos y colgarlas en las redes sociales. Un año más tarde oficializó el personaje: había nacido Miss Beige.
Además del vestido, el look completo se compone básicamente de bolso, guantes y zapatos a juego, pelo grasiento y grandes gafas de montura metálica. Y sobre todo la actitud, ese nosequé de adusto e impertérrito que hace única a Miss Beige. Así pertrechada se mimetiza especialmente bien en entornos que podemos interpretar como conservadores, pero mantiene una ambigüedad que suscita todo tipo de preguntas. En realidad no sabemos si interpretarla como un reducto recién descongelado del tardofranquismo o como una activista de extrema izquierda. Y en eso precisamente consiste su éxito. “Me gusta que provoque esa incertidumbre, porque me encanta la provocación”, admite Esmith. “La idea es que no pueda hacerse de ella un juicio inmediato como el que hacemos a los dos segundos de conocer a alguien, en la vida o en las redes sociales. Que el personaje cree controversia y que digas, pero esta, ¿por dónde va? La lectura fácil sería verla como una señora amargada que vive sola con sus gatos y tal. Pero a lo mejor no es eso, a lo mejor resulta tiene una vida mucho más interesante que tú”.
Algo amargada sí parece Miss Beige. De hecho, podríamos atribuirle el carácter agriado de un columnista al que año tras año le negaran el Premio Nobel. Es una misántropa inmisericorde. Y, en sus acciones, con igual soltura puede presentarse en la playa de Benidorm que en la feria ARCO, como ocurrió esta última edición. Allí cargaba a sus espaldas una enorme mochila de repartidora de Glovo con la intención de mover a la reflexión sobre la mercantilización del arte y la frágil situación de los creadores: “Mi mensaje era que ARCO es un mercado como cualquier otro. Y que el postureo de esas ferias esconde un problema de fondo muy grande, que es la precariedad de los artistas. Ir a ARCO siendo artista es como ir a cenar al palacio de la Zarzuela y luego pasarte el resto del año sin comer. Mi idea original era presentarme en bici y con la bolsa, como un repartidor auténtico, pero la galería que me ayudaba no me dejó meter la bici. Mi sueño habría sido que vinieran a perseguirme los seguratas, y yo ir corriendo en bici por delante en plan ET”.
En realidad los empleados de seguridad de Ifema ni siquiera le pusieron objeciones por un pequeño detalle que es otro de los rasgos característicos del personaje: si Jesucristo entró en el templo para echar a los mercaderes látigo en mano, ella irrumpió en ARCO con un martillo asomando por su bolso. “¡De hecho a la salida lo pasé por el escáner y no dijeron nada!”, ríe Esmith. “El martillo es una metáfora de la violencia machista. Obviamente no estoy a favor de la violencia, pero es un elemento que también funciona como una especie de advertencia, como diciendo: no tengáis lástima de mí, que me defiendo bien y de pobrecita no tengo nada”.
Esmith se define como “feminista a muerte”, y por eso manifiesta su disgusto cuando pretenden endilgarle algún Mister Beige. “Hay señores que hasta se postulan para serlo. Que quede claro: Mister Beige ni existió ni existe ni existirá. Que el patriarcado acepte que las mujeres no necesitan a un hombre al lado. Y además está lo de dar por hecho que a Miss Beige le gustan los hombres. ¿Es que a Chaplin le decían que le hacía falta una mujer como él? ¿O decía alguien ‘ay, qué solito veo a Jacques Tati, vamos a ponerle una señora Tati'? Me parece una falta de respeto. Eso y lo de las meninas, es que me enerva”.
Llegamos con esto a un punto candente: las meninas intervenidas con las que el ayuntamiento de Madrid ha plagado las calles de la capital, entregando el espacio público a las marcas comerciales (y al mal gusto). ¿Es posible que Miss Beige, con su obsesión monocromática y su áspero carácter, sea la antimenina que necesitábamos? “Las meninas son una monstruosidad, pero tengo un plan al respecto”, anuncia. “Por no vulnerar la ley no puedo quemarlas o dañarlas, pero algo he de hacer, porque como artistas tenemos una responsabilidad social, y hay que involucrarse. ¡A por todas, que no quede ninguna!”.
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