Así es Frank Pollaro, el ebanista (y consejero) de Brad Pitt: “Tiene la obsesión por los detalles de los grandes de antaño”
Favorito de figuras como el actor de ‘Érase una vez en Hollywood’ o Robert de Niro, el diseñador se ha convertido en gran depositario del legado de Émile-Jacques Ruhlmann, puntal del ‘art déco’
En una película, la vida del ebanista Frank Pollaro (Livingston, Nueva Jersey, 55 años) se nos presentaría el día que su padre, un contratista estatal, le llevó a ver la demolición de un edificio. El guion detallaría que Pollaro tenía 5 años y apretó la mano de su progenitor en el instante en el que las grúas arremetían contra la fachada. Luego, la cámara se abriría paso entre los escombros, retratando el paisaje de polvo, ladrillos y muebles desmembrados de la demolición: toneladas de esfuerzo y trabajo hechas añicos. “No entendí por qué lo habían derribado. Yo decía: ‘Pero si era bonito”, recordó muchos años después en una entrevista a un medio local. “Me fui de allí trastornado. Fue el comienzo de mi voluntad de construir cosas, en lugar de destruirlas”.
Avanzada la película habría una aparición estelar de Brad Pitt. El actor es uno de los mejores amigos del ebanista y haría de sí mismo para contar cómo le conoció y se hizo su socio; una historia que, por cierto, tiene mucho que ver con la de su divorcio con Angelina Jolie. Pero deshagamos ahora este salto en el tiempo.
En la adolescencia, mientras su padre seguía echando abajo casas en Nueva Jersey, Frank Pollaro comenzó a trabajar la madera fabricado cuencos de ensalada para su madre y sus tías con trozos de palés. A los 15 años, había entrado de aprendiz en una ebanistería cuando creó su primera mesa. El chaval la juzgó tan buena como las que salían en sus revistas favoritas y no se cortó al decirle a su jefe que pensaba venderla por 800 dólares. “Me miró y me dijo que jamás conseguiría vender una mesa por ese dinero. En lo que se refiere a esa mesa tenía razón, porque nunca logré venderla, pero en lo de que nunca vendería una por 800 dólares se equivocaba. La más cara que he vendido hasta ahora costaba 280.000″, contó Frank Pollaro hace una década.
Un momento decisivo de su formación tuvo lugar cuando en 1985 cayó en sus manos el especial que la revista Fine Woodworking dedicó al mobiliario de Émile-Jacques Ruhlmann, el ebanista más exquisito del siglo XX. La portada mostraba un gabinete de ébano con un jarrón de flores con incrustaciones de marfil de una finura y belleza que Pollaro nunca antes había visto. “Me impresionó su uso de los materiales y el refinamiento que se consigue al yuxtaponer marfil y ébano de Macassar. Su manera de utilizar los adornos daba a las piezas una tensión y elegancia sin precedentes en la historia del mueble”. Ruhlmann se convirtió a partir de entonces en su Everest. El joven se propuso igualar la calidad del trabajo del maestro, reproduciendo sus muebles o creando otros inspirados en ellos. “Ruhlmann fue el sumo sacerdote del movimiento art déco. La idea de intentar recrear su trabajo me pareció interesante y un desafío técnico al que decidí lanzarme de cabeza”.
A los 21 años, tras abandonar sus estudios en el Art Institute de Filadelfia, el ebanista fundó la empresa Pollaro Custom Furniture con esa idea en mente. Corría 1988, un año que curiosamente también marcó un hito en la carrera cinematográfica de su futuro socio y amigo. Fue el año en el que Brad Pitt se hizo con su primer papel protagonista en una película, aunque la verdad es que nadie se acuerda de aquel chico enfermo de la piel al que interpretó en El lado oscuro del sol. Rodada en Yugoslavia, y coproducida por este país y Estados Unidos, la postproducción acabó enredada en la guerra de Croacia y la película no se estrenó hasta 1997, directamente en vídeo, en una época en la que el actor se había convertido ya en una estrella con películas como Entrevista con el vampiro (1994), Leyendas de pasión (1994) o Se7en (1995). Mientras, también Pollaro había superado los obstáculos para hacerse un nombre en el mundo de la alta ebanistería y cumplir su particular versión del sueño americano.
Lo que más le costó en sus comienzos fue llegar al tipo de clientes que pudieran pagar sus “muebles con calidad de museo”. Para lograrlo entendió que necesitaba la publicidad de las principales revistas de interiorismo, y así durante los primeros años de su empresa, Frank Pollaro empleó mucha de su energía en conseguir que Architectural Digest sacara alguno de sus muebles. La diminuta fotografía en la que finalmente esta cabecera mostró una chifonier ruhlmanniana en la última página de un número de mediados de los noventa fue tan decepcionante como beneficiosa, porque a pesar de todo consiguió llamar la atención de su cliente más importante hasta entonces: un hotelero que le encargó piezas por un valor de 600.000 dólares.
Un par de años después, en 1997, Frank Pollaro se anotó otro tanto publicitario cuando el New York Times relacionó su trabajo con el de Thomas Chippendale (una de las figuras más relevantes de la historia de la ebanistería) en un artículo sobre uno de sus muebles más curiosos: una mesa de recepción para las oficinas de Jim Henson, creador de Los Teleñecos, con dibujos de la rana Gustavo o la cerdita Peggy en la marquetería. En esa misma época, la histórica empresa de fabricantes de pianos Steinway & Sons le encargó la creación de un piano art déco (vendido al Bellagio Hotel de Las Vegas). Según Pollaro, su empresa ha hecho desde entonces más pianos Steinway que ningún otro fabricante en la historia, incluido el modelo Fibonacci con el que esta firma celebró la creación de su piano número 600.000 (se vendió por más de dos millones).
Para crear prodigios como ese piano el ebanista lleva años recorriendo el mundo a la busca de los troncos de ébano, okoumé, Zebrano o cocobolo más preciosos. En su taller de Hillside (Nueva Jersey) guarda una colección de maderas exóticas que, según sus cálculos más recientes, posee un valor de entre cinco y siete millones de dólares y no tiene rival en el mundo. Allí, los clientes de Pollaro pueden elegir maderas tan especiales como la de un roble blanco bajo el que, tal y como aseguró el ebanista hace unos años, se sentó a comer el presidente George Washington en una ocasión y en el que, al cortarla, su equipo descubrió una bala disparada durante una batalla de la Guerra de Independencia.
Algunos de esos clientes son tan famosos y poderosos que si se lo propusieran también podrían hacer especial un árbol por pura asociación. Frank Pollaro es el ebanista preferido de actores como Robert de Niro, fabrica los yates de magnates como Larry Ellison, cofundador de Oracle, y ha trabajado para figuras del diseño y la arquitectura tan destacadas como el arquitecto Charles Gwathmey, quien una vez dijo que su trabajo era tan bueno que costaba diferenciar sus réplicas de los muebles de Ruhlmann de los originales.
El gran maestro del mobiliario art decó sigue siendo el ídolo que pone el listón de su trabajo en lo más alto. Así, hace unos años Frank Pollaro emprendió la hazaña de recrear uno de los mejores trabajos del francés, el aparador Elysée, conocido de esta manera porque tras ser expuesto en la Exposición Internacional de París de 1925 (la feria que difundió el art déco) fue adquirido por la República de Francia para el palacio del Elíseo: según explicó Pollaro al anunciar este proyecto, fabricar el mueble como en los tiempos de Ruhlmann e incrustar a mano uno a uno los cientos de círculos de marfil con los que está decorado iba a llevarle más de un año.
Normal que en sus entrevistas suela protestar por el abuso que se hace de la etiqueta “de lujo” por parte de fabricantes de muebles que tienen muy poco de artesanos. Pollaro cree que la carpintería cortada con láser carece de “alma” y defiende que se reserve esa palabra, “lujo”, para trabajos como el panel a lo Jean Dunand que presentó en el Salon Art+Design de Nueva York en 2019: los cientos de cáscaras de huevo que lleva incrustadas el panel provenían de un tipo determinado de gallinas criadas por Pollaro en su finca.
Además de madera, Frank Pollaro colecciona y sabe mucho de vinos. Fue uno de los temas de los que conversó con Brad Pitt cuando, en mayo de 2008, viajó a la mansión que el actor acababa de comprarse en la Provenza, el Château Miraval, para entregarle personalmente el escritorio que le había encargado como regalo de cumpleaños para Angelina Jolie. En un reciente reportaje de Vanity Fair sobre el divorcio del exmatrimonio de estrellas, Frank Pollaro contaba que, después de instalar el mueble en el château, le comentó a Brad Pitt que la noche antes de su encuentro había probado en su hotel el vino de la centenaria bodega de Miraval, adquirida por los Brangelina con la mansión. “Le dije que era un vino rústico bastante decente [….] pero que no pensaba que fuese a ganar ninguna medalla con él”. Pitt le confesó que no sabía mucho de vinos (“Creo que lo que más le gustaba por aquel entonces eran las Heineken”, dijo Pollaro a Vanity Fair) y le pidió consejo para mejorar su bodega.
El ebanista se convirtió entonces en el Virgilio del actor en el mundo de los vinos franceses. Pollaro le mostró leyendas del valle del Ródano como un Châteauneuf-du-Pape 1990 de la bodega Château de Beaucastel y, lo más importante, le presentó a Marc Perrin, el prestigioso enólogo francés que, en 2012, se asoció con Pitt y Jolie para lanzar el rosado Miraval, considerado desde entonces uno de los mejores rosados del mundo. Comenzaba así lo que Vanity Fair ha llamado, parodiando la famosa película de Danny DeVito, “la guerra de los Rosé”: años después, en medio de la batalla por la custodia de sus hijos con el actor de 2021, Angelina Jolie vendió en secreto su parte del negocio a un productor de vodka ruso, decisión que Brad Pitt llevó a los tribunales y que, en fin, ha derivado en un culebrón del que todavía se desconoce el final.
Más impresionado que con los conocimientos del actor sobre vinos quedó Frank Pollaro, en ese primer encuentro en Miraval, con lo mucho que sabía de arquitectura y diseño, un campo que interesa a Brad Pitt desde hace muchos años y en el que ha colaborado con maestros como Frank Gehry. Es una afición que, por cierto, guarda relación con la adquisición de su château. Como ha explicado orgulloso el actor en algunas entrevistas, fue en Miraval donde a mediados del siglo XIX Joseph Louis Lambot hizo sus experimentos con ferrocemento, un invento suyo, y fletó (en el lago del château) la barca que fabricó con este material, abuela de los muelles artificiales con los que los aliados desembarcaron en Normandía o de las estructuras en hormigón armado de arquitectos como Miguel Fisac.
En la época que conoció a Frank Pollaro, también Brad Pitt estaba haciendo algunos experimentos. Aquel día de 2008 en Miraval, al ebanista le llamó la atención un cuaderno: contenía cientos de bocetos de muebles diseñados por Brad Pitt. “Le pregunté: ‘¿Por qué no fabricamos algo de todo esto?’. Brad me dijo que pensaba que podía ser divertido”, contó años más tarde Frank Pollaro en un artículo de Architectural Digest.
En 2012, se asociaron para lanzar una colección limitada de una docena de muebles de lujo, diseñados por Brad Pitt y fabricados por Pollaro, completados desde entonces con otras piezas. El primer mueble que crearon fue una cama inspirada en los cruceros de estilo art déco que a Pollaro y a su equipo les llevó más de dos años fabricar, tal es la minuciosidad de este ebanista que, según explicó Brad Pitt en ese mismo artículo de AD, es la encarnación de “esa obsesiva y loca atención a los detalles” que hizo grandes a los artesanos de antaño: la que se necesita para crear belleza que mantenga a raya a las grúas de derribo.
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