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“Es un privilegio, la representación del lujo del espacio”: cómo el patio se reinventa para sobrevivir en las ciudades

Aunque ha perdido protagonismo, el espacio es reivindicado por la arquitectura como lugar de encuentro comunitario y aparece en otras fórmulas y escalas como el jardín central con piscina y pista de pádel de las nuevas urbanizaciones

Nacho Sánchez

Hoy es un lujo. El crecimiento en altura y el encarecimiento del suelo han hecho que regar unas macetas y cuidar de una parra se convierta en un privilegio al alcance de pocos. Al menos en las ciudades, porque en el mundo rural aún resiste. El patio nació en los climas cálidos y sin inviernos fríos repleto de ventajas: ilumina las viviendas, las dota de ventilación, regula el calor, permite disfrutar de la vegetación y encontrar privacidad e incluso facilitar la recogida de agua de lluvia. Todo sin tecnología ni recursos invasivos, a la antigua usanza. “Es un recurso universal. Una necesidad que ha sentido cualquier cultura en casi cualquier lugar del mundo y cualquier época”, afirma Luis Tejedor, profesor de la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Málaga, quien destaca que este espacio ha sido la manera en la que el ser humano ha reducido la naturaleza a su escala para controlarla: la vegetación y sus olores, el agua y su frescura, la ventilación cruzada; disfrutar del sol desde la sombra. Y, aunque hoy parezca en vías de extinción, sigue tan vigente como nunca. No hay más que irse a las urbanizaciones a las afueras. El jardín con piscina y pista de pádel al aire libre es su renovada versión y cumple su misma función.

Resulta difícil pensar en la arquitectura de Egipto, Creta, Grecia, Roma, el islam, la Edad Media cristiana y la primera Edad Moderna en Europa meridional sin imaginarse los patios”, escribió José Pérez de Lama en su Biografía del patio mediterráneo, que la editorial Recolectores Urbanos ha lanzado este septiembre y donde el autor, precisamente, se preguntaba por qué hoy este elemento ha quedado al margen de la arquitectura a pesar de su gran recorrido histórico. Y es largo, porque uno de los ejemplos más clásicos de casa con patio se encontró en la vieja ciudad de Ur −al sur de Mesopotamia, en la actual Irak− y se levantó unos dos mil años antes de Cristo. Las culturas posteriores, principalmente a orillas del Mediterráneo y en Oriente Próximo, incorporaron este espacio ya como un básico. En la arquitectura islámica su uso ha sido tradicional. Es el corazón −o el ojo− de la residencia y otorga principalmente intimidad además de control del clima al proteger del sol y los vientos; sistema que sigue vivo en numeras regiones a lo largo del planeta y que, más cerca, se puede ver fácilmente en pueblos de Andalucía −así como en sus cortijos− y la arquitectura que han heredado ciudades como Sevilla o Córdoba. Allí hay patios repletos de macetas −con especies como helechos y aspidistras que rara vez se ven fuera de ellos− que evocan un jardín y que mantienen intactos sus cometidos originales.

La tradición árabe viajó hacia el sur y distintas culturas africanas construyeron sus viviendas de adobe con patio. Ciudades chinas como Beijing se levantaron hace miles de años a partir de casas patio, denominadas siheyuan. También era habitual en la antigua Grecia, donde la única conexión de las casas con el exterior era la puerta y, por tanto, las habitaciones recibían la luz del patio central. “Era en gran medida una casa defensiva y el patio un mundo propio, no sólo en el sentido habitacional, sino también en el de la seguridad y el aislamiento”, subraya Antón Capitel en La arquitectura del patio (Editorial Gustavo Gili, 2005). El imperio egipcio y Roma también lo usaron. La domus romana es, de hecho, uno de los mejores ejemplos: conocido como atrium, solía contar con un impluvium —estanque que recogía el agua de lluvia—y las estancias se distribuían a su alrededor. Se puede ver aún en las mejoras casas de ciudades como Pompeya —o casos más cercanos como la Villa de la Estación en Antequera— y hoy sigue inspirando proyectos como la Casa Tres Patis, levantada en 2024 por el estudio Twobo en Albons (Girona) bajo la inspiración de los yacimientos de la época.

La Edad Media recogió el guante e incluyó claustros en monasterios, iglesias y catedrales, así como otros edificios públicos y privados, ya de una manera más monumental. “Hasta que en el siglo XIX, con la revolución industrial y el crecimiento sin precedentes de las ciudades, el patio empieza a ser entendido como algo de lo que se puede prescindir porque no es rentable económicamente”, explica Luis Tejedor. También nacieron, entonces, los primeros rascacielos en Estados Unidos con la idea de multiplicar el suelo tantas veces como la técnica lo permitiese. Y las fachadas se acristalaron para prescindir del patio: la luz venía del perímetro y no hacía falta un hueco interior. “Es ejemplo de cómo en la cultura capitalista, donde lo económico prima sobre cualquier factor, se prescinde de la tradición”, añade el docente universitario.

Impulso moderno

El patio fue la consecuencia de un determinado modelo de ciudad que hoy en las grandes urbes ya no se da. Y no lo hace por economía, pero también por sostenibilidad ambiental: si haces casas con estos espacios abiertos ocupas mucho territorio para pocas personas”, indica Susana García Bujalance, directora del estudio Laboratorio de Urbanismo y profesora de la Escuela de Arquitectura de Málaga. Ello hace que las infraestructuras sean más caras −no es lo mismo que una misma tubería lleve agua a una casa que a un bloque de 40 pisos− al igual que la movilidad. “Hay que optimizar porque somos muchos en el planeta. Pero el patio sí que vive en pueblos o ciudades pequeñas, por continuidad histórica y porque la demanda de vivienda y suelo es más baja”, añade García Bujalance. “Hoy el patio es un privilegio. Es la representación del lujo del espacio”, subraya la especialista, que cree que esta construcción es “un indicador de la transformación histórica, económica y social del modelo de ciudad”.

El concepto, eso sí, nunca desapareció. “En la época que estamos cuesta ponerlo por economía y porque parece que estás perdiendo o desaprovechando espacio, pero su vigencia sigue ahí. La arquitectura moderna tiene ejemplos preciosos”, cuenta el arquitecto Pablo Twose, uno de los responsables del estudio barcelonés TwoBo. El propio Le Corbusier lo utilizó en su icónica Villa Saboye, con un patio elevado sobre pilotis. El arquitecto suizo también incluyó el concepto en las Maisonettes, sus inmuebles-villa diseñadas para formar parte de una gran comunidad, con espacios compartidos y que se convertirían en el arquetipo posterior de casa patio en forma de L. Mies van der Rohe le dio relevancia en su proyecto −nunca construido− Casa con tres patios; y Alvar Aalto lo incluyó en obras carismáticas como el Ayuntamiento de Sàynàtsalo o la casa experimental en la isla de Muuratsàlo. Entre otros muchos, Josep Lluís Sert también lo utilizó en sus viviendas.

Hoy las lujosas villas de Marbella o Ibiza suelen olvidarse de él, pero la arquitectura contemporánea lo incluye cuando hay sensibilidad, presupuesto y, sobre todo, espacio. “Antes tenía tipologías concretas como el claustro medieval, el palacio barroco o la casa mediterránea, pero hoy, con un contexto diferente, la arquitectura ha sabido reinterpretarlo en viviendas colectivas, hospitales, oficinas o colegios”, relata Marta Colón, de Isla Architects, que pone como caso de interés el trabajo del estudio suizo de Jacques Herzog y Pierre de Meuron para un hospital infantil en Zurich repleto de patios que aportan una atmósfera de curación alejada de los clásicos e infinitos pasillos sanitarios. También habla de las viviendas de Sergison Bates en Londres, donde el patio de acceso a las viviendas y se entienden “como filtros, espacios de transición que forman parte del ritual diario de pasar de la ciudad al hogar”, apunta Colón. Hay, más allá, multitud de ejemplos en países tan diversos como Eslovenia o México. Y, por supuesto, los hay en Andalucía, donde uno de los referentes de la arquitectura vernácula, Bernard Rudofsky, construyó a finales de los años sesenta en Frigiliana (Málaga) La Parra, casa patio ejemplar que resumía toda su arquitectura mediterránea. Décadas después, Campo Baeza hacía lo propio en la Casa Guerrero, cerca de Vejer de la Frontera (Cádiz).

“Nunca se ha ido”

“Es una tipología que no ha perdido vigencia a lo largo de la historia y que sigue reinterpretándose en constante evolución”, añade Colón. “Y nunca se ha ido”, insiste el arquitecto Álvaro Carrillo. “Pero quizá el patio ya no está incorporado a la vida cotidiana como antes. El clásico con tendederos ayudaba a la ventilación y también al intercambio con los vecinos, algo que ha ido a menos”, destaca quien cree que no hay por qué entender este espacio como un lugar solo para macetas y flores. “Hoy puede ser también un rincón con una pantalla y un proyector de cine para que el vecindario se junte”, aclara. Y aún más: como espacio comunitario que permita acceder a los portales y, a la vez, sirva de zona de encuentro y juego, además de ayudar en la climatización. Es lo que ocurre en las viviendas sociales diseñadas por Marta Peris y José Toral en Cornellá, galardonadas como el Premio Internacional RIBA o en el proyecto piloto de la asociación Pax Patios de la Axerquía en Córdoba, donde seis familias reunidas en una cooperativa han recuperado un histórico edificio.

“Lo que pasa es que su inclusión es más difícil porque las normativas urbanísticas actuales juegan en su contra. Los planeamientos imponen edificios aislados y alejados de los vecinos. Pierdes sitio en las parcelas y, así, el patio ya no cabe”, destaca Alejandro García Hermida, profesor de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de la Universidad Politécnica de Madrid, que cree que este lugar no debería ser un privilegio “Tradicionalmente los edificios de vivienda colectiva se hacían entorno a uno y también eran el centro de lugares como los corralones de muchas ciudades. Ahora las urbanizaciones con jardín, piscina y pista de pádel son herederas porque, a su manera, también lo tienen. Es una zona comunitaria y cumple todas las funciones clásicas: iluminar, ventilar y dar privacidad en este caso grupal, además de confort”, añade García Hermida. “Siguen vigentes con otra imagen, otras fórmulas y otras escalas, pero con las mismas ventajas de siempre aunque no sea un patio de Córdoba lleno de geranios”, concluye el arquitecto Pablo Farfán, que lo considera, además, una herramienta esencial para la salubridad y el diseño bioclimático actual. Justo para lo que nació.

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Sobre la firma

Nacho Sánchez
Colaborador de EL PAÍS en Málaga desde octubre de 2018. Antes trabajé en otros medios como el diario 'Málaga Hoy'. Soy licenciado en Periodismo por la Universidad de Málaga.
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