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LA PARADOJA Y EL ESTILO
Columna
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Invierno en Ibiza

Me gustan los hombres, pero, como a cualquiera, en un deporte me atrae el juego, su lógica y su emoción

El jugador del Real Madrid Marco Asensio celebra su gol ante el Granada durante el partido del 6 de febrero de 2022.
El jugador del Real Madrid Marco Asensio celebra su gol ante el Granada durante el partido del 6 de febrero de 2022.OSCAR DEL POZO (AFP)
Boris Izaguirre

Escribo esta primera paradoja del año despertando en Milán, pendiente del funeral de Benedicto XVI, el Papa más teológico de la historia reciente. Pienso que debo esforzarme en la búsqueda de la luz y alejarme de las tinieblas, recordando que Benedicto fue el Papa que dictaminó que el Infierno existe. Mi preocupación, observando la ceremonia, es la sensación de que enfocan poco al bello Georg Gänswein, el secretario y amigo personal del difunto Papa. Georg ha tenido un cargo importante en El Vaticano tras la renuncia de Benedicto y su paso a emérito. Posee una fotogenia emocionante e insisto en que no le dan el protagonismo que merece, hasta que en el repaso de las mejores imágenes del funeral veo una donde se arrodilla ante el féretro de Benedicto y le da un beso. Su personal despedida.

Fue una amistad estable que levantó rumores y que termina arropada en el silencio de la muerte. Una entrega y un misterio dentro de una de las instituciones más opacas del planeta. De entre las obras que se le reconocen al difunto, esta relación podría ser una de sus más nobles y conseguidas. Puede que el bello Georg sea la obra de educación teológica que haya oficiado el Papa emérito. Y eso queda visto y resguardado en ese beso final.

Georg Gänswein, el pasado 3 de enero en la basílica de San Pedro, ante el féretro del papa Benedicto XVI.
Georg Gänswein, el pasado 3 de enero en la basílica de San Pedro, ante el féretro del papa Benedicto XVI.ALBERTO PIZZOLI (AFP)

Mientras me dejo llevar por los besos de las rebajas, en la Noche de Reyes me alcanza la cabalgata de polémicas en las redes. En una de ellas soy un protagonista de refilón. En la edición del lunes del MasterChef Navidad, donde participo, recibí una pregunta que se ha vuelto viral señalándola como homófoba. Allí dejé claro que “detestaba” la odiosa y casposa pregunta de si me gustaba el fútbol por el deporte o por los jugadores. Fue algo nihilista, porque volvía a oler a ese tufo propio del pensamiento retrógrado y su mediocridad. Un pésimo ejemplo, pero expresé mi desacuerdo y creo que el programa también al no omitir esa respuesta en su edición. Me gustan los hombres, pero, como a cualquiera, en un deporte me atrae el juego, su lógica y su emoción. Lo veo como un guion con final incierto, a veces como una coreografía, como sucedía con el Barça de Guardiola.

Puede que al integrarme en la sociedad española haya descubierto y asimilado mejor el fútbol, como dije en MasterChef. Siempre he sentido fascinación por la natación sincronizada. Fui compañero de Ona Carbonell en MasterChef Celebrity y de ella me asombró su disciplina y concentración. Sea gay o no, lo que más admiro de los deportistas y del deporte es su sentido de esfuerzo, de sacrificio. Algo que asocio al éxito y, cómo no, a una cierta espiritualidad.

Detesto que a través de mí no permitan a otros como yo expresarse libremente sobre los deportes que les gustan. No soy un experto del fútbol, no siempre pillo lo que es un fuera de juego. Y sí, me parece que Asensio es un hombre atractivo y aplaudo que se deshaga de la camiseta para celebrar un gol. Todo eso tiene cabida en el deporte y en el espectáculo.

Celebramos el Año Nuevo en Ibiza, una idea que surgió espontánea, como un fuera de juego, en una fiesta de Carles Sans y su esposa María Antonia, en Barcelona. Mientras cambiábamos de vino, circuló la invitación de recibir el 2023 en la isla y hacerlo en la cena que preparaba Pino Sagliocco, histórico promotor musical, responsable de las visitas de los Rolling Stones y Michael Jackson a España. Mi marido y yo fuimos acogidos por Eugenia Martínez de Irujo y su esposo, Narcís Rebollo, una de las parejas más felices de Occidente, en la casa que la madre de Eugenia, la duquesa de Alba, levantó en el noroeste de la isla. Se llama La Albahaca, y es uno de los mejores espacios para entenderla como mujer y como decoradora, su título menos reconocido. Recorrer junto a Eugenia ese jardín sobre el Mediterráneo, me ofreció el regalo de contemplar serenamente el primer día del año, entre pinos y romeros, la vida y su belleza.

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