Los cordones planchados de Carlos de Inglaterra o el nieto favorito de Isabel II: el libro que radiografía el último cuarto de siglo de los Windsor
La periodista Tina Brown, exdirectora de ‘The New Yorker’ y ‘Vanity Fair’, publica ‘The Palace Papers’ (’Los Papeles de Palacio’), un recorrido por los principales hitos de la familia real británica en 25 años
Pocas son las recetas para escribir con éxito de la familia real británica, pero infalibles cuando se adquiere la suficiente maestría. Primero, prometer nuevas y sorprendentes revelaciones, aunque no sean tales. Segundo, trufar el relato con decenas de fuentes “del entorno de palacio” (insiders), aunque todas hablen desde el anonimato. Tercero, recrearse en las anécdotas más estrambóticas pero inofensivas; aquellas que describan al personaje como malévolo, torpe, envidioso, calculador o simplemente tonto, y resulten imposible de rebatir. ¿Quién va a acudir a la prensa, en nombre de Carlos de Inglaterra, para desmentir los consejos de su pareja, Camilla Parker-Bowles, en busca de algo de alegría en el acto amoroso?: “Imagínate que yo fuera un caballito balancín de juguete”. Y finalmente, un estilo de escritura irónico y punzante que sepa sacar todo el jugo posible a los Windsor, un grupo de actores en busca de un papel con algún sentido en pleno siglo XXI, que revolotea en torno a la única figura que ha sabido estar en su sitio durante 70 años: Isabel II. Todas estas cualidades las tiene la periodista Tina Brown (Maidenhead, Reino Unido, 68 años), exdirectora de las revistas Tatler, The New Yorker y Vanity Fair, y autora en su día del libro que definió el canon para abordar de modo desenfadado y crítico los avatares de Buckingham: The Diana Chronicles (Las Crónicas de Diana).
Brown reaparece ahora y retoma el relato donde lo dejó. Casi 600 páginas para contar la redención de Camilla, la madurez de Carlos, los desatinos de Andrés, el distanciamiento ente los hermanos Guillermo y Enrique, y la nueva rivalidad para recreo de los medios: Kate Middleton y Meghan Markle. The Palace Papers: Inside the House of Windsor-The Truth and the Turmoil (Los Papeles de Palacio: Dentro de la Casa de Windsor-La Verdad y la Tormenta) ha sido ya convenientemente rastreado por los tabloides británicos para extraer los chascarrillos más jugosos. Es cuestión de fe, como ocurre siempre con las informaciones sobre la casa real del Reino Unido, aceptar la veracidad de muchos de ellos, pero se non è vero, è ben trovato (si no es cierto, está bien tirado). Y Brown sabe tirar de las anécdotas más divertidas para construir con ellas el estereotipo comúnmente aceptado de cada uno de los protagonistas.
Carlos de Inglaterra exige que el servicio planche los cordones de sus zapatos, y envía con un día de antelación a la casa de campo de las amistades que planea visitar su cama ortopédica, su marca favorita de papel higiénico y hasta los lienzos con paisaje escocés de los que gusta rodearse. Cressida Bonas, la novia durante dos años del príncipe Enrique (de 2012 a 2014), que salió huyendo de todo aquello para preservar su carrera de actriz y, sobre todo, su salud mental, fue la que recomendó al hijo pequeño de Lady Di que buscara ayuda médica y terapia para superar la rabia acumulada contra su hermano Guillermo y contra su padre Carlos. Acabó usando los servicios de los psicoanalistas del MI6, el espionaje británico (no está de más en estos casos reforzar la confidencialidad médico-paciente). “Le escribió más tarde una carta muy dulce en la que expresó su admiración hacia ella, le deseó lo mejor y, sobre todo, le dio las gracias por haberle ayudado a gestionar sus demonios internos y haber buscado ayuda”, cuenta a Brown un amigo de ambos.
Enrique, relata la periodista, estaba convencido de que su hermano Guillermo acaparaba las mejores tareas públicas, sin respetar el reparto de funciones que habían acordado. “El príncipe, al parecer, no había recibido el memo [informe interno del palacio de Buckingham] que explica que el futuro rey siempre logra los patronatos más interesantes”, concluye la autora. Carlos de Inglaterra y la reina aparecen en el libro como padre y abuela realmente entregados. Enrique ha sido siempre, realmente, el nieto con quien Isabel II ha construido una mayor complicidad. Pero los “demonios” internos del duque de Sussex han sacado en ocasiones lo peor de sí mismo, como cuando devolvió con desprecio a su padre la chaqueta de fiesta de noche que un sastre de Savile Row, la famosa calle londinense símbolo de elegancia masculina, había confeccionado después de acudir a su residencia para tomarle las medidas. Una manga era más corta, y Enrique interpretó lo que era un regalo paterno como una ofensa oculta.
Y entonces llegó Meghan Markle
Brown ha vivido muchos años en Estados Unidos, a pesar de no haber perdido nunca de vista la evolución del drama constante que es la Casa de Windsor. Entiende mejor, por esa razón, el fracaso que supuso la entrada en el círculo de la actriz Meghan Markle, hoy duquesa de Sussex, y la visión que el público al otro lado del Atlántico tiene de ese conflicto, muy diferente a la de los tabloides británicos y con mayor comprensión hacia ella. Markle nunca fue capaz de adaptarse al cuento de hadas que se había formado en su cabeza. Brown usa una metáfora deliciosa para explicarlo: la famosa tarta que encoge y agiganta en Alicia en el País de las Maravillas, para describir una historia frustrada. “Incluso al convertirse en una estrella cada vez mayor en la escena internacional, debía de un modo simultáneo encogerse y perder su voz para atender las exigencias de servicio a la Corona”, escribe.
Markle fue la aliada perfecta para un príncipe ansioso de rebelión y ruptura. “Su nueva complicidad exigía que Meghan se enfrentara a todas las reglas a las que él llevaba años dando patadas. Ahora eran camaradas en armas. Uno de sus ayudantes me describió esta postura continua de enfrentamiento como una “adicción mutua al drama”, concluye la autora.
Parte de la prensa seria del Reino Unido ha sido bastante implacable en sus críticas al libro. Acusan a Brown de dejarse llevar por los cotilleos de fuentes dudosas y de no aportar ninguna novedad sobre la familia real. No entienden que el hambre constante de un determinado pero amplio público sobre todo lo que tenga que ver con los Windsor no entiende de sutilezas o deontología, y que el gran mérito de Brown, de nuevo, ha sido interpretar la sensación colectiva de que la casa real británica es tan absurda como necesaria, tan inexplicable como convencional en sus dramas. Y que, de desaparecer, los ingleses tendrían que reinventarla.
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