San Sebastián: inesperado, nublado y teatral
Una vez más, resulta sorprendente este país que habitamos: mientras el sur se derrite, en el norte respiras una llovizna fresca y sedosa
Es curioso cómo en verano lo inesperado se adueña de nuestros días. Empieza una ola de calor, sin poder evitarlo te encuentras sentado delante del mapa meteorológico de la televisión viendo como todo se pone rojo mientras te achicharras cerca del aire acondicionado y convencido, además, de que no sabrás cómo entender la endiablada factura eléctrica. En mi casa se planteó una salida: escapar fuera de Madrid. Recordé que Loles León estrenaba en San Sebastián Una noche con ella, su particular show autobiográfico y preferimos invertir la parte proporcional de la factura eléctrica de estos días en acompañar a una actriz electrizante en su nueva aventura teatral.
San Sebastián, ese pequeño y afrancesado South Kensington, te recibe con una serenidad tan bella como hipnotizante. Sus magnÍficas calles entre el río y la bahía de La Concha te dicen que, sin duda, estás en Europa. Y, una vez más, resulta sorprendente este país que habitamos: mientras el sur se derrite, en el norte respiras una llovizna fresca y sedosa. San Sebastián es sofisticada, fácil y blanca, allí secarte después del baño de mar es uno de los pequeños rituales del día. Hay fuentes de buen acero vasco en las rampas de acceso a la playa donde puedes eliminar la arena de los pies después del baño. Vas hacia los soportales bajo el paseo marítimo y mientras te secas, de improviso, entablas una conversación. Que tras esa primera y estimulante inmersión, que es como un bautismo, trató sobre Kabul y los talibanes. Las ejercitadas señoras vascas parecían neptunos preocupados por las mujeres afganas. Otra, que se sumó mientras arreglaba sus espardeñas, calzó su comentario: “Siempre hay alguien que sale ganando, se está disparando la demanda de burkas”. Humor negro, puede ser, pero también la constatación de que el verano es esa estación donde lo inesperado se apodera de todo.
Antes de acudir al estreno de Loles, nos sumergimos un poco en la gastronomía local. Una religión que ha hecho de San Sebastián y alrededores una especie de Meca de los más firmes valores vascos. La primera parada es un restaurante que acerca el sushi al gusto local y que ofrece niguiris y rolls con piparras, bonito y boquerones. El servicio explica, con mucha seriedad, que se trata del euskosushi . Llevan el sushi a su terreno y lo convierten, siempre manteniendo la ortodoxia del Basque Culinary Center, en una nueva finger food. Pero el “momento sensacional” que genera comer con los dedos, mezclando el euskera con el japonés, hace sonreír a cualquiera por su milagroso resultado. “Amén”, susurra una escéptica, pero risueña comensal.
La siguiente parada será Elkano, en Guetaria. Aprovechamos para conocer antes el Museo Balenciaga, quizás de los edificios más bellos e inesperados del norte de España y que le sienta como un guante a Guetaria, eso sí acompañado por una historia rocambolesca en su construcción y gestión inicial. Pero todo lo truculento se difumina cuando avanzas en la exposición temporal donde descubres la arquitectura de los trajes de Balenciaga acompañados y enfrentados a los de Azzedine Alaïa, gran modisto y admirador del costurero vasco. Se convierte en un juego maravilloso adivinar cuál es el Alaïa y cuál el Balenciaga, creaciones distanciadas por más de 40 años que sintetizan que el estilo es una gran paradoja, un destilado de personalidad, trabajo y talento antes de llegar a ser simple tendencia o capricho.
Lógicamente, llegamos a Elkano con gran apetito y sensibilidad abierta. Macarena Rey, diseñadora de MasterChef, nos explica que el restaurante es emocionante y favorito porque se basa en la materia, como los vestidos de Balenciaga. Allí la materia se transforma, pero no mucho, esquivando las indicaciones del Basque Culinary Center. Igual que el poema de Gertrude Stein en el que una rosa es una rosa es una rosa, en Elkano el changurro es changurro es changurro y lo mismo sucede con el mero. Este pescado, lo ofrecen en dos cocciones distintas a la vez. Y, siempre lo imprevisto, la lechuga se convierte también en protagonista. Intensamente verde, como una esmeralda, apenas sazonada con aceite y vinagre entre gajos de cebolla crujiente. Sencillo, exquisito y fresco, el nuevo lujo parece estar en lo honesto. Después de esta comunión, levitando, llegamos a Zarauz por la costa.
Asistimos oxigenados y bien nutridos, al estreno de Loles en el Teatro Victoria Eugenia, que aparte de una bella platea posee un escenario formidable, “totalmente plano”, como me advierte uno de los actores . Es otro lujo, sobre todo en una gira teatral, plantarse en un escenario que no está inclinado y disponga de profundidad escénica. Percatándose de esa circunstancia, la intuitiva actriz que es la señora León, se da cuenta de los detalles que deben pulirse en la obra. Algo que siempre sucede cuando el escenario te enseña sus huecos. Una noche con ella es un trepidante viaje por la vida de una actriz española que nace en un sitio muy alejado del glamour, el barrio de La Barceloneta, pero muy cerca de la aventura. Desde una pequeña ventana orientada al mar, Loles León reconstruye una vida emocionante que la ha llevado de Bertolt Brecht a Pedro Almodóvar pasando por Raffaella Carrà. De los churros que freía su padre a fiestas con Jane Fonda en Santa Mónica, un insólito encuentro entre arbustos con Jack Nicholson o la accidentada noche con Jeremy Irons en un rimbombante hotel madrileño. Hechos e hitos que siguiendo el hilo de lo inesperado le han cambiado la vida hasta convertirla en una de las grandes damas de nuestros escenarios.
En el camerino, Loles conversa junto a sus actores en una discusión apasionante sobre el texto que acaban de presentar. El mundo del teatro es tan vivo y crepitante como la cocina de un gran restaurante. “Todo se puede mejorar. Para eso son las giras”, me explica Loles, encantada de tener un ojo “extranjero” e inesperado, dispuesto a ser muy honesto. Al menos en un día tan nublado y tan vasco como este.
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