Hamburguesas absurdas y trufa hasta en la sopa: tendencias de cocina que no deberían repetirse
De la sobredosis de las ‘smash burgers’ a la burbuja de los vinos naturales, estos son los horrores y errores gastronómicos que deberíamos dejar atrás para siempre en 2025: sí, se puede
Señor, perdónales porque no sabían lo que hacíamos. Durante el año que acabamos de dejar atrás, hemos cometido pecados tan graves con la comida que los Cuatro Jinetes del Apocalipsis ya deberían estar entrando en España vía Perpiñán. En este manicomio agitado por el influjo de las redes no cabe un chalado más. Es como si la gastronomía estuviera pasando la edad del pavo a los 50. Pues bien, escuchad lo que tiene que deciros Paloma San Basilio: la fiesta terminó.
Es el momento de rendir cuentas por todos los horrores gastronómicos que hemos desatado. Quiero soñar con un 2025 en el que hacemos tabula rasa. Y la única forma de conseguirlo es rebobinar y repasar la lista de la vergüenza. Mucho bochorno y terapia de shock para que se nos pase la tontería. Tengamos un año tranquilo, por el amor de Dios.
La colina de la hamburguesa
Para Josep Sucarrats, director de la revista Arrels, una de las tendencias más cargantes de 2024 se gestó en las planchas de locales regentados por youtubers. “El gran timo fueron las smash burgers o cómo pagar lo mismo por menos. Y el último requiebro de esta ridiculez me lo encontré hace poco en el área gastronómica de unos grandes almacenes: una empanada argentina de smash burger. Me dio un telele”, asegura.
En el otro extremo, las hamburguesas hipertrofiadas que tanto gustan a influencers mazaos han tocado techo, literalmente. 2024 ha sido el año de las hamburguesas fantasía, contraindicadas incluso para la mandíbula desencajable de una boa constrictor, empapadas en chorreantes océanos de salsas, envueltas en pan psicodélico y, lo que más me aterra de todo este pandemonio, con ingredientes piradísimos como snacks o golosinas.
He visto inventos con dulce de leche, Cheetos o Kinder Bueno. Es la infantilización hipercalórica de la hamburguesa; sabíamos que pasaría, pero nadie nos dijo que nos tuviera que parecer normal, e incluso divertido, que la gente le eche ositos de goma a una bacon cheeseburger. Grow up (es decir, CRECED).
Lujo histérico
Es paradójico que en tiempos de lujo silencioso, la comida como símbolo hortera de estatus sea un mercado al alza: cada vez más hay más gente dispuesta a que la desvalijen. Puede que así se explique el boom del caviar, una de las mayores turras gastronómicas de 2024. Hemos comido supuesto caviar por encima de nuestras posibilidades, como si fuéramos uno de esos multimillonarios rusos que Putin arroja por alguna ventana cada cierto tiempo.
En bocadillos, cócteles, steak tartar, ensaladas, platos de pasta, niguiris, solo me ha faltado encontrarlo en un bocadillo de berzas. La democratización del caviar, lo llaman algunos. Hasta las huevas, digo yo. Porque ahora el caviar es estatus y postureo. Por eso triunfa en las redes. El hashtag #caviarbumps tiene millones de visualizaciones en TikTok. Si no lo prohibiera Sanidad, en muchos restaurantes de Ibiza y Marbella pondrían caviar en los aspersores, como hacen los vampiros de Blade con la sangre. Para este nuevo año, dejo para Gloria Serra y Equipo de Investigación lo de analizar si es realmente caviar lo que ponen en muchos restaurantes de moda. Vaya sorpresón nos llevaremos, y en prime time.
Aunque no sé qué es peor, la pérdida de papeles con el caviar o la moda de lo trufado. Es la colonia Brummel de la gastronomía actual; la falsa idea de que lo trufado es más exclusivo, cuando en realidad es más atufante. Los aceites y salsas trufadas que suelen utilizarse lo dejan todo perdido. Tanto da si es una hamburguesa, una tortilla, unos ravioli o una pizza; todo apesta y sabe igual: a una mezcla de escape de gas y fragancia de Bustamante.
Más allá de supuestos caviares y trufas, nuestra compañera y periodista gastronómica Lakshmi Aguirre señala otro de los puntales del lujo histérico. “Esos platazos de langosta con patatas fritas y huevo que han brotado en todas las cartas, a precios desorbitados, para acariciar el ego de los comensales que pueden permitirse ensuciarse las barbas sin que nadie les diga nada”, sentencia.
La fiebre viejuna
Quizás como reacción alérgica a tanta pamplina de fusión, en los últimos tiempos se han producido varios aludes de aperturas que apuestan por lo tradicional. Un giro encomiable que ya está siendo fagocitado por la moda. El cocinero y empresario Iván Surinder, celebra la revitalización de este formato. “Pero cuando todo el mundo apuesta por lo mismo, las leyes de la naturaleza son implacables: siempre llega la saturación”, afirma.
Ahora, abrir una bodega, una tasca o un bar de barrio es lo más cool. Y aunque hay muchos restaurantes viejóvenes que trabajan bien, han florecido en paralelo multitud de propuestas que no entienden un principio básico: las bodegas, tascas y bares de barrio no te cobran 18 euros por las lentejas de la abuela, como apunta el escritor Carles Armengol.
“Quizás nos estamos saturando de nuevas propuestas de cocineros que han acabado hartos de pillar cacho en restaurantes estrellados. Cogen un bar de barrio, le limpian la cara y lo decoran con materiales como el mármol, el acero inoxidable y la madera. Su ego engrandecido no les permite ofrecer tortillas simples y bien ejecutadas a un precio razonable. Y todo debe llevar su nombre”, comenta.
Juegos de mesa
2024 también se recordará como el año que tenían que pasar cosas en tu mesa. Aguirre asegura ponerse de los nervios con la fiebre de terminarlo todo sobre el mantel, en las narices del comensal. “Hay procesos que pueden resultar interesantes y aportar algo, y otros que no. Poner un plato con dos niguiris y enchufarles el soplete no me parece algo como para detener la conversación. Ya ni a mi hijo le hace ilusión mirar la llama. Y genera una situación incomodísima, porque el o la de sala está ahí sin nadie que les haga ni caso, con cara de ‘por qué tengo que hacer esto’”, afirma.
Hay otra finalización en mesa que vuelve majara al algoritmo de Instagram. De repente, aparecen tres camareros con un podio y una rueda de parmesano del tamaño del escudo del Capitán América. Tus espaguetis irán a parar a la desgastada cuenca del quesazo y uno de los camareros los removerá delante de tus narices, sobreactuando más que Al Pacino en Esencia de mujer. El objetivo: que la pasta se pringue con el queso semi fundido por el calor. La realidad: da igual. Es imposible resistirse a grabar el numerito con el móvil y no acabar publicando un estúpido reel, ajeno a que lo que acaba de ocurrir es como entrar en un jacuzzi por el que han pasado ya 70 personas. Brindo por un 2025 sin pasta alla rueda.
Por si fuera poco, en esta oleada de asaltos al comensal, el truncamiento de diálogos y las chapas se han disparado en la mayoría de restaurantes de alta cocina. Hay que ponerle freno, porque es imposible hilvanar dos frases seguidas cuando el personal de sala te suelta una perorata interminable para cada uno de los 15 platos del pase.
Abrumado por tanta labia a pie de mesa, el periodista y escritor Jesús Terrés confiesa estar hasta el píloro de los menús gastronómicos. “He llegado a mi límite con ellos. Es insoportable esa interrupción constante, que me cuenten un relato que no les he pedido durante cinco horas. Mi pareja ha dejado de acompañarme, y ahora voy solo. Y me llevo un libro, pensando que van a respetar mi lectura. Pues no, se paran y te sueltan ese storytelling, que es siempre igual. Y ese pase inicial de los snacks… es el día de la marmota, no importa la ciudad en la que estés”, afirma.
Popurrí de modas
Las modas de la gastronomía son misterios irresolubles. Un plato o una preparación se tornan omnipresentes sin previo aviso. Aparecen en infinidad de cartas, como sarpullidos contagiosos. La anchoa sobre mantequilla (ahumada o sin ahumar) ha triunfado demasiado en 2024, y Marc Martín, cocinero y copropietario del restaurante La Mundana, tiene la mosca en la nariz. “¿Me gusta la idea? Sí. ¿La pido? También. Pero no menos cierto es que comienza a estar en todos sitios y en muchos lugares la ponen sin demasiado criterio, pues hay que tener un buen género para que salga bien”, dice.
Steak tartar, vitello tonnato, kebabs de autor, la lista de cansinos de 2024 es interminable. Al periodista y escritor Carles Armengol, no obstante, le incomoda otro fenómeno. Es la doble B: baos y bols. “Los baos rellenos de cosas muy españolas o catalanas en clave fusión de culturas me provocan tembleque ocular. Después está el bol relleno de sobras de otras comidas acompañado de arroz, lo que los autónomos se preparan cada día para engullir delante del ordenador desde que alguien dijo que debían llamarse freelance. Añadirle lima, cilantro y soja no puede dar para tantas franquicias”, comenta.
También se nos ha ido la mano con los vinos naturales. Son tiempos de bar a vins miméticos que solo apuestan por lo natural sin criterio alguno y siempre tienen algo con burrata en la carta. Para Marla González, embajadora de marca de Vinícola Real, debería imponerse una regulación. “El término natural es muy ambiguo. ¿Por qué uno se llama natural y otro no? La fiebre de los bares de vinos naturales en España es curiosa. Vas a otros países con tradición vinícola y las cartas de vinos son cartas de vinos, naturales y no naturales. No está tan diferenciado. Si se regula, me alegraré; estoy saturada de tanto postureo”, asegura.
Para terminar un par de deseos muy personales. Digo yo que 2025 podría ser recordado como el año que los restaurantes dejaron de echarle rúcula a todo y los bartenders dejaron de vestirse como extras de Peaky Blinders. Puedes decir que soy un soñador, pero no soy el único.
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