El tapón de rosca no es un sacrilegio
Por costumbre, por inmovilismo o por postureo, en España no podemos ni ver el vino con tapón de rosca. Pero fuera gana posiciones, y ya empieza a haber buenos vinos españoles con este cierre.
Al tapón de rosca le ocurre como a la comida de las plazas mayores de media España, que los extranjeros lo ven como lo más normal del mundo –incluso los hay que hasta la fotografían y la suben a Instagram– y a nosotros nos produce cierto rechazo tirando a asquete.
¿Qué tiene la pobre rosca, con su metal y sus aristas, con ese arte en el giro (¡olé!), que en España no podemos ni verla? Que apareces con un vino con rosca y ya le has dado la excusa a tu cuñado para que te dé la comida… Que qué cutre, que si es del chino, que si la próxima vez trae el vino él que conoce a un tío que trabaja en una bodega de Rioja que le saca las botellas del reserva sin etiquetar a 2€.
¿Es la rosca una blasfemia? No, no lo es. Pero parece que el consumidor hispano no quiere asumirlo. La rosca es tan corcho como el corcho (con matices que veremos más abajo, guarda ese lanzallamas de momento, por favor). Lo saben los extranjeros y lo saben las bodegas. Y punto pelota, nadie más lo sabe. El resto, al corcho, que la ceremonia de descorchar una botella –que bonita es, que no lo vamos a negar– como si estuviérmos ante un Château Lafite y no ante la última oferta del 2x1 del supermercado de debajo de casa no nos la quita nadie.
Que se entiendo, oye, y que para algo habrá que usar el sacacorchos recuerdo de la visita a Logroño, pero eso no justifica el odio a la rosca. Que no deja de ser un cliché, como tantos otros que hay alrededor de este sencillo mundo –que queremos complicar– que es el vino.
Uno sale fuera de España y se cruza con roscas por todos lados. En los aeropuertos, en las tiendas. Vinos sudafricanos, australianos, incluso europeos, que llenan los estantes de los supermercados de media Europa. Sin ir tan lejos, en los Lidl de aquí venden un shiraz australiano de nombre Cimarosa que cuesta menos de tres euros y que bebido un poco más fresco de lo habitual da el pego en cuaquier comida. Y el tapón es de rosca. En España, por contra, los experimentos son mínimos, escasos y casi marginales, pero los hay, y no precisamente con vinos de baja o cuestionada calidad.
La bodega Pazo de Barrantes, que es el proyecto de albariños en Rías Baixas de la archiconocida riojana Marqués de Murrieta, ha comenzado a cerrar algunas partidas de su albariño joven con tapón de rosca. ¡Blasfemia, llamen al exorcista, lapidación! No. “Llevábamos mucho tiempo queriendo hace una experiencia real. El uso de la rosca está muy comprobado en el mercado. Hemos decidido probar en el albariño porque una de las virtudes de la rosca es que conserva bien el aroma del vino, es capaz de dejar ahí quieta la gama de olores”, comentaba María Vargas –enóloga de la bodega–, poco antes de verano en una visita que tuve la suerte de hacerles.
Y lo que teníamos delante era Pazo Barrantes 2013, un albariño joven que ya llevaba más de un año embotellado y cerrado con el tapón de marras. Y toda la razón, el vino había evolucionado en botella tan bien como si hubiera llevado el clásico corcho. “Está hasta más bonito que el día que se embotelló”, comentaba María.
Otra excepción es la de Bodegas Prado Rey, de Ribera del Duero, que lanzaron hace tres años un comunicado explicando el porqué de la introducción del tapón de rosca en algunos de sus tintos: que los tiempos cambian, que el consumidor es diferente, que fuera la tradición estricta, y que no todos los vinos necesitan corcho. ¿Un Ribera del Duero con tapon de rosca? ¡Traición, sabotaje, a las barricadas! Pues no, ahí están, tres años después, con varios de sus tintos tan felizmente enroscados en los lineales de las tiendas y en los restaurantes, listos para ser degustados.
Los motivos del enrosque
Si eres un consumidor habitual de vinos ya te has tenido que cruzar con este tipo de cierre en alguna ocasión. La rosca hace su función en vinos pensados para consumirse en el corto plazo, que no necesitan evolucionar en botella por los siglos de los siglos. Tranquilo, que nunca vas a encontrar un Chateau Lafite coronado por una rosca (por mucho que la rosca no sea una blasfemia).
Los motivos por los que el tapón de rosca gusta tanto a las bodegas son básicamente tres:
Primero, el precio: sí, no te voy a sorprender diciéndote que es más barato un trozo de metal que un trozo de alcornoque.
Segundo, el futuro: el corcho es natural y como todo elemento natural hace cosas de elementos naturales como cambiar a lo largo del tiempo, cosa que puede acabar afectando negativamente al vino.
Y tercero –pero no menos importante–, el olor. El tan temido olor a corcho, mezcla de humedad y madera que a veces tiene un vino porque el corcho nos la ha liado.
Como veis, nada de eso tiene que ver con la calidad.
Muchos son los elaboradores españoles que tienen que embotellar un mismo vino con corcho para el mercado nacional y con rosca para el internacional. La bodega de Rueda Cuatro Rayas publicaba hace unos años en su blog que “países como Reino Unido, Holanda o Alemania, nos demandan el verdejo Cuatro Rayas con este tipo de tapón, de hecho, su utilización nos ha ayudado a posicionarlo en tiendas especializadas de gran renombre. En el caso de Australia o Nueva Zelanda, prácticamente no se concibe un vino blanco sin screwcap” (donde screwcap, sí, lo has acertado, es tapón de rosca).
Pero en España, a lo nuestro: la animadversion a la rosca se debe a un tema cultural por parte del consumidor (que no de la bodega) y con cierto, por qué no decirlo, postureo. Al consumidor medio le pone el empaque que da un buen corcho, y listo. Y eso que vivimos en un país en el que nadie compra un vino para guardarlo 10 años. Nos lo bebemos casi según entra por la puerta, argumento en pro de la rosca. Pero 'na de ná'.
Las bodegas –con contadas excepciones– no se la juegan en el mercado nacional, y eso que el verdadero aficionado al vino no se fija en si el tapon es de corcho, de rosca, sintético… valora el vino, y punto.
Si bodegas como Prado Rey o como Pazo de Barrantes (y otras) tienen claro que los tiros van por ahí, antes o después iremos viendo más y más vinos cerrados con rosca en las estanterías de las tiendas. Y entonces llegará el día en que se nos atascará la rosca y le daremos golpecitos, la meteremos debajo de agua caliente y llevaremos a cabo toda esa ceremonia establecida para cuando se nos resiste un cierre de rosca.
Y entonces pensaremos: ¿dónde quedó el corcho? ¿Y aquél bonito sacacorchos recuerdo de la visita a Logroño?
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