Mamá, ¿cómo se hace esto?
Lo que pasa cuando te quedas solo en casa en verano, tienes gusa de comida de verdad y se te ocurre preguntarle a tu madre cómo se prepara. Sorpresa: al final, ni cocinas ni nada.
Estás de vacaciones. Solo en casa. Vas cantando y bailando desnudo por los pasillos. Miras la cama deshecha, sonríes y chascas los dedos; porque llevas una semana sin hacerla, tú eres así, un temerario. Estás en el paraíso, tu paraíso. Eructas sin pedir perdón y te rascas el alimoche bostezando, que se sepa quién gobierna. Tú no obedeces normas.
Entre tanto placer lo único negativo es la dieta. Llega un momento en que tu cuerpo no traga más pizzas congeladas ni fideos de microondas, y estás como las señoras del Activia, comparando tu tránsito con el de tus amigos y el de Carmen Machi. Ahí es cuando te das cuenta de que debes comer algo sano y de que tienes que cocinarlo tú mismo, porque todo lo que venden preparado es lo mismo y sabe a cebolla en polvo.
Entonces, como en cualquier emergencia, llamas a tu madre. Que siempre te ríes de ella cuando se hace un lío con el Facebook, pero aquí el anormal que no sabe ni freír un huevo eres tú. Con 38 años. En Paquistán, a tu edad, ya tendrías siete nietos y un rebaño.
Desbloqueas el móvil y vas a la eme de mamá. Has caído en la trampa. Enseguida vas a comprobar que una madre no es como un libro de cocina, que ellas tienen su particular sistema pedagógico y sus propias unidades de peso y medida. Cuando quieras descubrir esto ya será tarde: tu madre no soltará su presa. La has llamado en busca de consejo y te lo va a dar.
En primer lugar, una madre te comunicará instrucciones precisas de lo que debes comprar.
- ¿Cuánto cordero necesito?
- Compra una paletilla grandecita. Una bien hermosa, que tú no eres de boca pitusa.
- ¿Ya estamos con eso? ¡Que me ha cambiado el metabolismo!
- Déjate de metabolismos. A ti lo que te engorda son las cenas.
En una sola frase te acaba de decir que eres un agonioso comiendo y te ha planteado una nueva incógnita. Ahora tienes que pasar “grandecita” y “bien hermosa” a gramos, a ver cuánto es eso. Intentas sacarle una cifra más concreta.
- A ver, mamá, ¿cuántos gramos de cordero compro exactamente?
- Pues una paletilla de kilo o kilo y medio.
- ¡O kilo, o kilo y medio, aclárate!
- Es que depende del tipo de cordero que compres.
Otro problema. Por lo visto hay varios tipos de cordero: lechal, recental y resabiao, que más que para cocinar es para soltarlo en las verbenas.
Con el resto de ingredientes te quedas igual. Por mucho que te esfuerces, aunque implores, una madre nunca te va a dar medidas en gramos o minutos. La cantidad necesaria de ajo es de "dos si son pequeños o uno si es grande", el vino se mide en vasitos, el arroz en tazas, el aceite en chorros ("un buen chorro" o "un chorrito", no hay un volumen intermedio). Como unidades de peso o capacidad también tenemos la pizca, el pellizco, el pelín, la gotita o el dedo.
Cuando el plato requiere una cantidad generosa de algo, entonces utilizamos el “puñado”, que equivale a poner los dedos haciendo grúa y agarrar todo lo que te abarca la mano, como cuando coges caramelos en el banco. Una variante es el “puñadito”, que es lo mismo que el puñado pero con menos agonía.
El agua para un guiso tiene su propia unidad, que es el “hasta que cubra”. Si estás preparando algo que flota date por muerto. Aunque el agua también puede medirse en vasos o jarras. ¿Por qué, entonces, si haces paella y sigues la sagrada proporción de dos tazas de agua por cada taza de arroz, a ti te sale seco y a tu madre no? Porque ella le echa dos tazas de agua y “un poquitín más”, pero eso se lo calla para que tu paella sea siempre peor que la suya. El poquitín más es una licencia para expertos.
También existe una medida universal de las madres a la hora de calcular la cantidad, la denominada “lo que pida”.
- ¿Cuánta sal le echo?
- La que pida.
- ¿Cuánto brandy?
- Lo que pida.
Y así sucesivamente. Tú, como eres un mongolo gastronómico, no percibes que la comida te pide ella misma los ingredientes y condimentos. Algo que desconoces porque tampoco dominas las dos unidades universales de capacidad: el “a ojo” y el “lo que tú veas”. Si juntas el lo que tú veas, el a ojo y el lo que pida, ganas Masterchef.
Después de calcular los pesos y volúmenes, vienen los tiempos de cocción, fritura y horneado. Aquí tenemos el “a fuego lento” y el “a fuego fuerte” o “con el horno al máximo”. Una vez elegida la intensidad del cocinado, elaboraremos la receta atendiendo a unas rigurosas medidas de tiempo:
- Hasta que haga "chup chup".
- Cuando esté doradito.
- Tú le metes un cuchillo y si sale limpio ya está hecho.
- Vuelta y vuelta.
- Un ratito.
- Unos 20 o 30 minutos.
- Que se haga bien.
Y con eso te las tienes que apañar. Claro que aquí también existe una medida universal de madre para calcular el tiempo de preparación, y que puede sustituir a todas las demás: el “cuando tú veas que está”.
- ¿Cuándo tengo que sacar el cordero del horno?
- Cuando tú veas que está.
Y punto. Ahí tu madre ha hablado evangelios, poco más se puede añadir. Si se te ocurre insistir entrarás en un bucle de espacio-tiempo.
- ¿Y cómo sé yo si está hecho?
- Pues cuando esté doradito.
- ¿Y si no se dora?
- Entonces lo dejas otro ratito. 20 o 30 minutos. Que se haga bien.
Conclusión: que te vayas a comer de menú o te compres un libro de cocina. Y cuando tengas que quitar una mancha difícil o arreglar un enchufe, vas y llamas a tu madre para que te explique cómo se hace. Vas a terminar yendo a la tintorería y llamando a un electricista por dos razones: porque eres un inútil y porque tu madre prefiere hacerte algo ella misma que explicártelo, que pareces tonto.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.