¿Y si volvemos a hacer vino como los romanos?
Carles Llarch hace tinajas para viticultores. Para entender mejor a sus clientes, empezó a elaborar también su propio vino

“No tengo catálogo ni lista de precios. Cuando alguien me encarga una pieza, le pregunto por sus vinos y por su forma de trabajar, porque es lo primero que necesito entender. Si sé para quién trabajo, pienso en esa persona y en sus vinos mientras hago la pieza”. Con esta declaración de intenciones se presenta Carles Llarch en su casa de Font-rubí, en el Alt Penedès, que es a la vez taller y vivienda. Basta con llegar a su puerta para encontrarse con una muestra de su trabajo: unas grandes tinajas de barro que se utilizan para producir vino.
Carles es hijo del Penedès y proviene de una familia que siempre estuvo relacionada con el sector vinícola: su abuelo trabajaba en la viña y su padre fue comercial de vinos. Entre sus recuerdos de infancia, ir a coger uva ocupa un lugar especial, pero él nunca sintió inclinación por dedicarse a ello. Por aquel entonces, el vino en esta zona se vivía de una manera muy industrial que no le resultaba atractiva. Confiesa, sin embargo, que de pequeño andaba siempre moldeando con plastilina. Más adelante descubriría que eso era un oficio, el de ceramista.

Estudió en el Museo de Cerámica de Barcelona y comenzó a trabajar haciendo restauraciones en edificios antiguos. A lo largo de su carrera dentro de la gran industria ha hecho desde baldosas para la Sagrada Familia hasta ceniceros para las peluquerías de Llongueras, pero un día se hartó y cambió de rumbo. “Tenía un buen sueldo, pero me di cuenta de que me estaba enterrando en vida”. Durante esos años, Carles se familiarizó con las piezas de gran tamaño que, dice, siempre le han apasionado por el reto que suponen. Su interés por las tinajas también viene de lejos: “Recuerdo cuando era estudiante, que iba al Museo del Vino en Vilafranca del Penedès (lo que hoy es el Vinseum) con una libreta y un lápiz, y empezaba a dibujar todos los modelos de ánforas y tinajas que tenían allí”.
Hoy, Carles fabrica sus propias tinajas de barro artesanales, muy apreciadas en la producción de vino. Las hace por encargo y no sabe a ciencia cierta cuántas salen de su taller cada año, aunque, eso sí, no las elabora para cualquiera. “Una vez un cliente me pidió 25 piezas y le dije que no, que le podía hacer cinco o seis ese año y al año que viene otras tantas. Al final acabaría teniendo las 25, pero no de golpe. Que alguien me encargue una cantidad grande no me ayuda, porque me impide dedicarle tiempo a otra gente y siento que me estoy perdiendo cosas”. Su forma de trabajar no es para todo el mundo, pero es la que hace que se levante cada día con ganas de ir al taller. Si abandonó la gran industria fue, precisamente, para poder trabajar de otra manera. “Me resulta sorprendente haber sobrevivido hasta ahora pensando como pienso. Que haya gente que tenga la suficiente paciencia como para venir aquí y encargarme cosas, me sigue pareciendo un milagro”.

Elaborar cada tinaja le lleva semanas. Lo primero que hace es seleccionar las tierras y, dependiendo de lo que busque cada cliente, hace una mezcla u otra. Una vez que la arcilla está preparada, comienza a darle forma, un proceso que dura entre 10 y 15 días. El barro tiene que ir secando a medida que la pieza crece en altura y Carles siempre deja que lo haga al natural, evitando usar sopletes que podrían crear microfisuras. “Si es un objeto de decoración no pasa nada, pero si se trata de una pieza utilitaria como lo son las tinajas, por ahí vas a perder líquido. Por no querer respetar los tiempos naturales, te puedes encontrar con una pieza que no te sirve. Lo mejor es ir despacio y hacer menos cantidad”.
Cuando termina de moldearla, debe secar entre 20 días y un mes hasta entrar en el horno, donde cocerá durante tres días. Este traslado es uno de los momentos más delicados, porque antes de cocerse, las piezas se rompen con la misma facilidad que una tableta de chocolate. Todo este trabajo es el que hace que sus tinajas oscilen entre los 800 y los 3.000 euros, dependiendo del tamaño y de los accesorios que se le quieran poner.
Para entender mejor el funcionamiento de sus piezas y poder asesorar a sus clientes, Carles decidió empezar a elaborar su propio vino de mínima intervención: ViTal. “Pensé ‘¿cómo voy a hablar yo con alguien del sector del vino si mi especialidad solamente es la cerámica?’. Compartimos el mismo idioma, pero no el mismo lenguaje”. En sus vinos solo hay uva, nada más. No se toma temperatura de fermentación, no se clarifica y no interviene ningún tipo de maquinaria. “Mi abuelo no tenía termómetro ni densímetro, y hacía vino. Tampoco tenían todos estos aparatos en la Antigüedad. Se suele decir que los griegos y los romanos no bebían buen vino, pero cuando ves las copas que usaban te das cuenta de que son diseños pensados para disfrutar esta bebida. Son copas pequeñas, de cerámica, con un encaje perfecto para el labio. Mi intención es demostrar que nuestra especie no se ha tirado 5.000 años bebiendo vinos malos”.

La forma que Carles tiene de gestionar sus encargos y su manera de entender el vino y todo lo que lo rodea, generan otro tipo de relaciones con sus compradores, relaciones más cercanas y también más humanas. “Tengo un cliente en Grecia que me dijo ‘vi una foto que colgaste en redes sociales abrazando una tinaja y me entraron ganas de conocerte’. Abrazo mis piezas porque son mi trabajo, las hago con mis manos y pongo todo mi amor. Las tinajas son como mis hijas”.

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