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Guía para evaluar el caché de las universidades

Las clasificaciones internacionales no sirven como fuente de información única, sino como primera orientación a la que ir sumando otros datos

EXTRA FORMACION 2 08/09/24
GETTY IMAGES

Hace unos años, al catedrático de la Universidad de Granada (UGR) Teodoro Luque lo llamó un alumno chileno interesado en un máster que coordinaba. Hablaron de sus contenidos y, al final, el joven preguntó por el puesto de la UGR en el ranking de Shanghái; resulta que podía optar a una beca de su Gobierno siempre que la universidad de destino estuviera entre las 400 primeras de la susodicha lista. Clasificaciones como la de Shanghái o Times Higher Education (THE), el QS World University Rankings o el NTU Ranking se airean sobre todo en los ámbitos político y empresarial, y en los titulares de prensa, según comenta con cierta sorna Joan Guàrdia, rector de la Universidad de Barcelona (UB). Porque tienen el atractivo de la simplicidad, de convertir ecosistemas tan complejos como una institución de educación superior en un número ordinal; en una posición dentro de una tabla.

Esa es la gran baza de los llamados rankings sintéticos, que eligen ciertas características —producción científica, premios Nobel y medallas Fields entre la comunidad educativa, publicación en revistas como Science o Nature—, las ponderan y transforman en una determinada puntuación (hay otros que ofrecen datos de características por separado, sin mezclarlas, normalmente de producción académica).

Otra cosa es que los aspirantes a universitarios sepan cómo funcionan estas listas y, mucho menos, que las utilicen en su toma de decisión. Luque los compara con un medicamento, cuyo prospecto hay que leer con atención —cómo, quién y para qué se hacen; qué tienen en cuenta; bajo qué criterios—, y que conviene tomar con precaución. “Son un elemento más, no el más importante”, insiste Guàrdia, mientras pide desdramatizarlos como herramientas y no convertirlos en una obsesión.

Ojear la posición en los rankings sintéticos sería una más de una ristra bastante larga de características por mirar: respecto a los requisitos de entrada, léanse notas de corte para la titulación que interese al estudiante; durante la formación —programa de estudios, prácticas, instalaciones, relaciones internacionales— y sobre resultados —tasa de inserción laboral, número de becas predoctorales y para la formación del profesorado conseguidas por la institución—; indicadores de producción científica; proyectos nacionales e internacionales conseguidos, contratos de investigación.

Cuidado con el ‘efecto halo’

“El peor uso que se puede hacer de un ranking es considerarlo la única fuente de información; ha de ser una primera orientación a la que añadir otras informaciones, restricciones o preferencias”, insiste Joaquín Aldas, investigador del Ivie (Instituto Valenciano de Investigaciones Económicas). Entre otras cosas, por su efecto halo o paraguas, como lo denomina Luque: una buena posición global induce a pensar que todas sus especialidades tienen el mismo nivel, aunque no sea cierto. “Siempre ha de analizarse desde el conocimiento de su metodología y la necesidad del usuario: ¿qué necesito saber?”, apunta Aldas. ¿Consideran características o atributos determinantes para nuestra decisión?, plantea el investigador como clave.

Aldas recuerda además que la mayoría de listados internacionales se centran en la investigación, y “nada o muy poco” en el desempeño docente. También penalizan a las instituciones de menor tamaño (y presupuesto), sin tener en cuenta objetivos o razón de ser, añade a las contraindicaciones Joan Guàrdia, muy crítico con estas clasificaciones pese a que la UB suele ser la única entre las universidades españolas que suele situarse entre las 200 primeras. En el ranking de Shanghái de 2023 había nueve centros nacionales entre los 500 mejores del mundo. Por tanto, su utilidad es más bien escasa para la inmensa mayoría de alumnos patrios, que cursará sus estudios superiores en un campus nacional. “Muchas veces no se trata de elegir la mejor universidad, sino la mejor de entre las que cumplen mis necesidades; por ejemplo, que estén cerca si no quiero desplazarme, o que ofrezcan los estudios que me interesan”, detalla Aldas.

El experto sugiere utilizar los rankings nacionales. Él es uno de los codirectores de U-Ranking, de Ivie y Fundación BBVA, que valora toda la actividad de las universidades españolas, tanto docente como investigadora y de transferencia, a partir de una batería de 20 indicadores cuya información se obtiene de fuentes públicas o públicamente accesibles (no solicita datos a las instituciones interesadas). Aldas apuesta por los que utilizan fuentes independientes de las propias universidades, y sobre todo por los que no se basan mayoritariamente en encuestas, “puesto que esto convertirá en subjetivas muchas valoraciones”, acota.

“Elige una clasificación que haga explícita su metodología y ésta sea accesible y detallada”, pide Aldas. “Ojo con su modelo de negocio; si es una institución con ánimo de lucro, si admite publicidad, si asesora a universidades…”, advierte Teodoro Luque. Ambos aconsejan decantarse por las que tengan una trayectoria dilatada, y sean transparentes y estables. “No tiene sentido que una misma universidad cambie muchas posiciones de un año a otro, o haya grandes altibajos”, observa Luque, que ve interesante analizar su evolución en el tiempo.

Termómetros internos para los centros

Sus responsabilidades de gestión en la UGR —primero como vicerrector y después al frente del proyecto de Campus de Excelencia Internacional— han llevado a Teodoro Luque a conocer el índice de Shanghái. Alrededor de 2009, la universidad granadina se planteó estar en su top 300, y para ello comenzó a trabajar en la mejora de los indicadores del ranking. Con todo lo criticable que sea, ocupar un buen puesto “no le desagrada a nadie”, reconoce. El espaldarazo reputacional es apetitoso. La Universidad de Barcelona, por su parte, se sumerge en los datos que manejan las clasificaciones como una suerte de termómetro interno para medir progresos y comprobar que sigue avanzando, según expresa su rector, Joan Guàrdia. Joaquín Aldas, investigador del Ivie, insiste en que el objetivo ha de ser el aumento de la calidad y, a través de él, la mejora en los parámetros. Por ese orden. “Dado que el ranking de Shanghái valora como indicador el número de premios Nobel en sus plantillas, hay universidades en Oriente Próximo que directamente han contratado a profesores”, señala como ejemplo de “actuar sobre el indicador en lugar de sobre lo que se supone que el indicador está midiendo, la calidad de la investigación en este caso”.

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