_
_
_
_
_
La memoria del sabor
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Transgénicos en la cuna de la biodiversidad

Perú es un extraordinario banco genético, un granero de variedades. En un mundo que pierde su patrimonio agrícola a velocidad de vértigo, la estructura agraria peruana asegura y estimula la diversidad

Un campo de maíz en Coporaque, Perú.
Un campo de maíz en Coporaque, Perú.Giovanni Mereghetti (GETTY)

El mensaje preferido de la cocina peruana es el de la biodiversidad. Lo escucho o lo leo cada día desde hace catorce años y es una historia real. El país disfruta 84 de las 117 zonas de vida y 28 de los 32 climas registrados en el planeta, lo que se traducen en más de 20.000 especies botánicas, 7.590 de ellas endémicas, y una fauna todavía mayor. Perú es un extraordinario banco genético, un granero de variedades. En un mundo que pierde su patrimonio agrícola a velocidad de vértigo, la estructura agraria peruana, basada en el minifundio y la agricultura familiar -reúne unos 2,2 millones de familias-, asegura y estimula la diversidad. Los datos son apabullantes: alrededor de 3.500 variedades de papa, más de 50 de maíz, y así sucesivamente hasta trazar un mapa del que todos hablan, aunque muchos peruanos no lo conocen. No son pocos los productos que se transforman y se exportan antes de ser consumidos en el país. La inmensa mayoría no aparecen en los mercados o los restaurantes; hay buena parte de autoconsumo y de menudeo local en la agricultura peruana. La invisibilidad y la marginalidad lastran el desarrollo del medio agrario y en consecuencia el de la despensa.

En marzo de 2011, el Congreso peruano estableció una moratoria de diez años para el ingreso de productos transgénicos -organismos vivos modificados-, en respuesta a la autorización firmada meses antes por el presidente de Alan García. Fue uno de sus últimos actos de Gobierno, respondiendo más a los intereses de algunos de sus socios que a las necesidades del país. Si los productores de pollos -el principal era entonces el ministro de Agricultura- pedían maíz y soya transgénicos para redondear el negocio, otra parte del Gobierno andaba enredada en un plan de agrupación de terrenos en el departamento selvático de Madre de Dios, con la presumible intención de sustituir el bosque por cultivos intensivos de soja. Las nuevas elecciones trajeron la moratoria y abrieron un periodo en el que debería investigarse al respecto, mientras se fortalecían lo que llamaron “capacidades nacionales”.

La moratoria se extingue en abril de 2021, las únicas capacidades fortalecidas han sido las de los grandes exportadores agrarios y cada quien ha hecho una parte de su tarea. El Ministerio de Medio Ambiente estudió de la distribución de variedades y razas nativas, el Instituto Nacional de Innovación Agraria, siempre al lado del lobby de los transgénicos, diseñó el reglamento que regulará su presencia en el mercado, el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología informó que no encuentra motivos para determinar que los transgénicos sean nocivos para la salud, y así sucesivamente. Nadie esperaba la pandemia y lo que viene con ella, empezando por un consumidor que asocia su salud con los cambios en el medio natural y pasa a poner en valor los productos locales y los cultivos responsables. La mesa del Congreso registró en agosto tres proyectos de ley que establecerían nuevas moratorias de entre 10 y 15 años. Si sus promotores se ponen de acuerdo, Perú seguirá cerrando la puerta a los transgénicos.

El debate empieza en la oportunidad de otra moratoria para trasladarse al modelo agrario del país. El latifundio proporciona los ingresos, pero la diversidad agraria es el argumento que posiciona a Perú en los mercados de alto nivel. Los tubérculos, el maíz en todas sus formas, los ajíes, los granos andinos, o frutas como la chirimoya, el cacao o el camu camu, son el sustento de la Marca Perú, el sello distintivo que tira del comercio peruano en el mundo. La agricultura familiar cultiva el 82% de las tierras dedicadas a leguminosas, el 76% a tubérculos, el 74% a cereales, el 72% a hortalizas y el 63% a frutas. También contribuyen al mantenimiento de los recursos naturales. Lo dejaba claro el último informe del Banco Mundial, presentado en marzo de 2018, cifrando en un 7.4 % el crecimiento de la producción agraria en la costa, donde están los grandes latifundios dedicados a uva de mesa, espárragos y otros productos destinados a la exportación. Por el contrario, apenas había aumentado en la sierra, mientras retrocedía ligeramente en la selva. En esos datos están las claves del debate.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_