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¿Se puede ser a la vez conceptual y comercial? ¿Y democrático y exclusivo? Así responde la semana de la moda de París

Loewe juega con los estereotipos de la alta costura para presentar una colección funcional y realista. Rabanne cambia el metal por una peculiar aproximación a la sastrería y Chloé vuelve a ser el Chloé que todo el mundo añoraba

Parte del desfile de Loewe durante la Semana de la Moda de París, el 1 de marzo de 2024.
Parte del desfile de Loewe durante la Semana de la Moda de París, el 1 de marzo de 2024.CHRISTOPHE PETIT TESSON (EFE)

Contaba el otro día la periodista Rachel Tashjian en su crónica de la semana de la moda de Milán para el Washington Post que resultaba un tanto extraño que la moda de las pasarelas se escudara en la democracia y el acto cotidiano de vestirse cuando se trata de un sistema excluyente por definición, tanto en lo económico (sobre todo con la escalada de precios de las firmas en los últimos dos años) como en lo conceptual. No le falta razón. Pero al mismo tiempo ese mismo sistema sigue teniendo una influencia real en la sociedad. En lo que trasciende a las tiendas populares donde todo el mundo se viste y en lo que, para bien o para mal, toman como punto de referencia cientos de miles de personas. No olvidemos que si Bernard Arnault es el hombre más rico del mundo no es, por pura aritmética, solo gracias al 1% de la población.

Por eso importa que Balmain el pasado miércoles noche contara con modelos de varias generaciones. O que Harris Reed este viernes 1 de marzo haya contado, como es habitual, con un casting de tallas y razas diversas. Pero también importa que, de alguna forma, la pasarela tenga una intención realista, aunque esas prendas se las puedan permitir unos pocos. Y, aunque parezca lo contrario, el realismo no está (o no debería estar) reñido con la conceptualización ni el discurso; a fin de cuentas, eso es lo que lo que debería ser un buen diseñador en 2023, alguien que sepa vender y al mismo tiempo sepa marcar la diferencia.

J.W. Anderson lo es; una mente prodigiosa a la que nunca se le agotan las ideas y que ha conseguido algo que en esta industria es algo así como el santo grial: cambiar de registro cada temporada, pero seguir siendo absolutamente reconocible, un privilegio que solo ostentan nombres como Prada o Dries van Noten. Este viernes, el interior del chateau de Vincennes se convertía en un laberinto de color verde, sobre el que colgaban los pequeños cuadros de Albert York. Sus minúsculos jardines del Edén, una apuesta por el escapismo en tiempos extraños, funcionaban como contrapunto a una colección en la que el diseñador irlandés ha mezclado los clichés de la alta costura con la confección de prendas cotidianas: pantalones estilo harem que parecían volar con el movimiento, pantalones cargos con drapeados en las caderas, chaqués con la cola hasta los pies, minivestidos armados, estampados que en realidad eran tejidos en tres dimensiones... Anderson es experto en hacer de lo ordinario algo extraordinario, pero en esta ocasión, con la que quizá sea su colección más comercial en años, ha demostrado además saber trasladar sus obsesiones (los contrastes con el tamaño, los patrones geométricos o los trampantojos) y, sobre todo, su identidad, a prendas que cuentan una historia, cada una por separado, sin perder su versatilidad en el día a día. Había tantas ideas y tantas buenas que quizá el único pero sea ese, la sobredosis de buenas referencias.

La moda pasa y el boho chic permanece. Gabi Aghion no inventó la estética de la bohemia, pero sí la conceptualizó con Chloé, la marca que fundó hace más de 70 años y que ejerció como contrapunto a la encorsetada y políticamente correcta alta costura de entonces. El jueves por la mañana la alemana Chemena Kamali volvía a la firma que fue su casa durante 20 años, está vez como directora creativa, y con un debut que dejó al público sonriente: el Chloé funcional y preciosista de Lagerfeld (allí estaban sentadas sus musas, Jerry Hall y Pat Celveland) y, sobre todo, el Chloé de Phoebe Philo, el más influyente de todos, por fin volvían tras varias intentonas de conceptualizar y “elevar” la firma. Kamali no tiene pretensiones y eso la hace perfecta para el cargo. Encaje, volantes, capas, gabardinas, cuñas, gafas de aviador... Ella misma lo dice en las notas que explicaban el desfile: “Chloé no impone ni transforma, permite ser uno mismo”. Un ejercicio de honestidad que además se traduce en prendas que serán superventas con bastante probabilidad, como los cinturones dorados o los impermeables con capa de vinilo. Porque esa estética setentera, entre la bohemia y el rock, nos guste o no, nunca se ha ido. Tiene compradoras de varias generaciones que necesitaban una enseña de lujo cubriera su demanda o, en cualquier caso, legitimara sus preferencias.

Desfile de Chloé en la Semana de la Moda de París, el 29 de febrero de 2024.
Desfile de Chloé en la Semana de la Moda de París, el 29 de febrero de 2024.TERESA SUAREZ (EFE)

Pero para ejercicio de honestidad, el de Rick Owens, que desde el pasado enero, cuando se presentó su desfile masculino, ha decidido cambiar el Palais de Tokio y sus máquinas de humo por el salón de su casa de París. Desfiles íntimos para menos de 100 personas “porque aquí es donde trabajo, de donde todo sale desde hace muchísimos años. Y porque creo que en estos momentos no está bien montar grandes espectáculos”, explicaba el creador. Owens puede repetirse todo lo que quiera, porque nunca se ha parecido ni se parecerá a nada (si acaso, los demás se parecen a él) y eso le convierte en un gurú para cientos de seguidores que, puedan permitirse o no su ropa, acuden a las puertas de sus desfiles para verle a él y no a las celebridades invitadas (en esta ocasión, ninguna). La distopía galáctica, el gótico futurista, las sacerdotisas y las cyborgs que habitan su mundo desfilaban por su salón, como en los primeros desfiles de moda, antes de que esta industria fuera espectáculo. No se trataba de forzar la exclusividad (y aquí sí estaban permitidos los teléfonos), sino más bien al contrario, de un ejercicio de humildad, abrir su casa a su público y parar por un ratito la maquinaria frenética en la que se han convertido estas semanas de la moda.

Julien Dossena es otro de esos diseñadores que tienen el don de poder cambiar para que nada cambie. El público lo descubrió el pasado jueves, cuando su colección de Rabanne, una de las mejores en años (y eso es mucho decir), se desembarazó del peso, literal y figurado, de los metales de Rabanne para realizar una colección brillante en la que su identidad como creativo no solo quedaba intacta, podía rastrearse en cada salida, con las modelos luciendo prendas superpuestas o en patchwork. Sus referencias recurrentes, del grunge a las flores o los drapeados, formaban una especie de puzzle perfecto que, como en Loewe, contenía infinitas referencias, todas buenas, increíblemente pensadas y confeccionadas y, por fin, todas comerciales. Es muy difícil hacer coincidir concepto y realismo, pero en casos como los suyos, es posible.

Tres modelos del desfile de Rabanne en la Semana de la Moda de París, el 1 de marzo de 2024.
Tres modelos del desfile de Rabanne en la Semana de la Moda de París, el 1 de marzo de 2024.

Harris Reed también ha “bajado a la tierra” su imaginario en Nina Ricci, que esta vez se ha inspirado en Suzy Parker y en las mujeres que vistieron la firma en los años cuarenta y cincuenta. Había lazos y lunares, señas de identidad de la casa, pero los vestidos con volumen se habían sustituido por trajes blancos y negros. “Hemos ido recuperando poco a poco el archivo. Ahora tenemos que ver qué quiere el público de la marca”, contaba el día anterior al desfile.

Modelo de Schiaparelli en la Semana de la Moda de París.
Modelo de Schiaparelli en la Semana de la Moda de París. Giovanni Giannoni (WWD/ Getty Images)

Después de que la temporada anterior la mayoría apostaran por el básico, en estas jornadas parisinas las firmas parecen también apostar por hacer conjugar lo comercial y realista con el discurso y la autoría. Hasta Daniel Roseberry en Schiaparelli, la marca del surrealismo, de la moda por la moda, ha aterrizado el archivo con una colección de trajes sastre repletos de matices, pero mucho más reales de lo que acostumbra. Y Nicolas di Felice, director artístico de Courrèges, también conservó esa idea del “uniforme futurista y minimalista” con la que siempre se aproxima a su trabajo, pero dejó de lado los artificios para realizar una gran colección en la que la geometría, marca de la casa, estaba presente en cada patrón de una forma tan diferente como comercial.

Vender ropa y firmar etiquetas no tienen por qué ser ideas opuestas. Puede que la moda de lujo no sea una industria democrática, y no lo es, pero es tan prescriptora a nivel global que a veces no se trata tanto de quién la puede comprar, sino de cómo va a influir en la forma que esa gente que no pertenece al 1% tiene de relacionarse con la ropa y la idea de belleza.

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