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Las seis claves que Chloé le debe a su fundadora

Sesenta años después, Gaby Aghion recibe una condecoración de la Legión Francesa por haber ideado una de las marcas de moda más revolucionarias.

cover Chloe

Se llama Chloé porque es un apelativo común, que suena bien y que remite a la mitología. Su fundadora prefirió usar el nombre de una amiga porque el suyo no sonaba ni tan francés ni tan refinado. Ahora, con 92 años, Gaby Aghion va a recibir la medalla de la Legión de Honor y su nombre, por fin, va a quedar ligado a la historia de una marca que revolucionó la forma de concebir la moda en las décadas centrales del siglo XX.

El año pasado la firma cumplía 60 años y lo celebraba con una exposición, Chloé Attitudes, en la que se repasaban sus principales hitos. Seis décadas en las que la casa ha cambiado de diseñador en numerosas ocasiones, de dueño (actualmente pertenece al grupo Richemont) y de estrategia comercial pero que, sin embargo, conserva la misma actitud que le imprimió aquella inmigrante egipcia que no comulgaba con el estilo imperante durante los años de la posguerra. Cualquier creación actual de Chloé evoca a su fundadora. Y eso es algo que, a día de hoy, se puede decir de muy pocas marcas:
 
1. La comodidad es un lujo: en pleno apogeo de esa silueta de cintura estrechísima y falda con volumen que Dior llamó New Look y durante los años en los que se recuperaba el valor y la relevancia de las casas de Costura, Aghion creyó que la belleza de las prendas no tenía que estar forzosamente ligada al artificio que ambos imponían. Cansada de ver que el arquetipo femenino de la época tenía los rasgos de una señora enfundada en complejos vestidos decidió, como hiciera Chanel en su momento, diseñar prendas fluídas y funcionales. Utilizaba materiales lujosos como la seda, importaba tejidos de su país natal y creaba vestidos inspirados en aquellos que lucían las flappers durante los años 20. Así nació la idea de que la comodidad puede ser también un lujo, algo que en Europa aún no había quedado demostrado.

Pero, sobre todo, nació el prèt-à-porter, un modelo de negocio que fabricaba en serie, buscaba un público más joven al acostumbrado y aportaba las mismas dosis de diseño e innovación que cualquier creación confeccionada de forma artesanal. Yves Saint Laurent o Sonia Rykiel no tardarían en sumarse a un esquema que actualmente domina la forma de concebir la moda.

Blusa y vestido diseñada en 1960 por Gaby Aghion.

Ilustración de Sandra Suy

2. Y el desfile es un acontecimiento social: estamos acostumbrados a ver pasarelas improvisadas en los lugares más insospechados y a considerar estas presentaciones como un rito necesario para cualquier marca, pero lo cierto es que, en los años cincuenta, los diseñadores mostraban sus creaciones en la intimidad de sus ateliers o realizaban pases privados a sus clientas dentro de los muros de sus boutiques. En 1956, Aghion decide enseñar sus primeros vestidos en el Café de Flore, el mítico punto de encuentro de la intelectualidad de la época, y organiza un desfile a la hora del desayuno. A aquella presentación le seguirían otras realizadas en galerías de arte o espacios consagrados a la literatura. La diseñadora sabía muy bien que su clienta potencial no era la señora conservadora, sino la joven inquieta que frecuentaba círculos intelectuales, por eso ligó su marca a los lugares sinbólicos de la orilla izquierda del Sena, como luego hicieron Yves Saint Laurent y todos los diseñadores que, durante los años 60, ansiaban un cambio de paradigma en la moda. Hoy es frecuente que la semana de la moda parisina tome museos, instituciones o edificios emblemáticos de la ciudad para llevar a cabo sus desfiles y esa práctica, en parte, se la debemos a Aghion.

El Violin Dress, un diseño de 1983 de Karl Lagerfeld.

Ilustración de Sandra Suy

3. El joven Lagerfeld: Aghion pronto dejó de tener el control absoluto del diseño de la marca, y siete años después de haberla creado decidió cederle el puesto a Maxime de la Falaise, pero quizá una de sus mejores decisiones haya sido confiar en el talento de Karl Lagerfeld. En aquel momento, el alemán diseñaba también para Fendi (marca a la que sigue ligado) pero cuando en 1966 tomó las riendas de Chloé, la firma pasó de  enseña local a referente de la sofisticación global. Experimentó con diseños y estampados, profundizó en esa idea de la elegancia rebelde que marcó sus inicios, lanzó fragancias y se dio a conocer mediante campañas que retrataban a las modelos más emblemáticas de la época. Lagerfeld se alió con el ilustrador Antonio López, uno de sus amigos más fieles, para asociar sus creaciones al círculo artístico del que procedían e inició en Chloé el largo idilio con algunas de sus musas más conocidas, como Anna Piaggi o Ines de la Fressange. Allí pudo, por fin, dar rienda suelta a su carisma y alcanzar las cotas de celebridad que tanto ansiaba. De no ser por este trabajo, quizá nunca hubiera llegado a ser el director creativo de Chanel.


La camiseta de la piña que popularizó Stella McCartney de la colección primavera/verano 2001.

Ilustración de Sandra Suy


4. El cliente transatlántico: La diseñadora siempre tuvo claro que, más allá de su selecto círculo de bohemios, el espíritu de la marca llegaría a calar antes en Estados Unidos que en París. Las americanas creían que todo lo que procediera de la ciudad del Sena era sinónimo de distinción pero, a la vez, poseían unos códigos mucho más relajados que las parisinas, además de una economía mucho más saneada tras la guerra. Lagerfeld, que siempre quiso participar del lujo francés pero no se sentía tan ligado a la tradición como otros creadores, acrecentó este esquema produciendo colecciones pensadas para las celebridades norteamericanas. En 1985, el año en que Gaby Aghion cedió el control de la marca a la firma londinense Dunhill, se creó la división Chloé USA. Antes, la diseñadora había allanado el camino para que esta relación comercial diera sus frutos creando una línea de prendas accesibles (hoy llamada See by Chloé), algo que hoy es frecuente en las firmas de lujo pero que en su momento respondía a esa visión profundamente comercial de la moda que siempre tuvieron en Norteamérica.

El bolso Paddington que diseñó Phoebe Philo en 2005, uno de los más deseados.

Ilustración de Sandra Suy

5.  Menos es mucho más: ese gesto de rebeldía que consistió en despojar a las mujeres de aparatosas estructuras manteniendo la riqueza de los acabados y los materiales es, seis décadas después, no sólo una tendencia en alza sino uno de los estilos más respetados por la crítica y el público. Por Chloé, hoy bajo la batuta creativa de Claire Waight Keller, han pasado catorce diseñadores, y todos ellos (Lagerfeld incluído) han sido impulsores del minimalismo. Quizá los ejemplos más destacados sean los de Stella McCartney y Phoebe Philo. La primera, que acababa de salir de la Central Saint Martins cuando se le dio el puesto, vistió con prendas sencillas a actrices famosas y estrellas del rock. La segunda, experimentó con las siluetas, lanzó varias líneas de accesorios súperventas y convirtió la sencillez de Chloé en uno de los rasgos más aclamados de los últimos años.

Capa y short diseñada por Hannah MacGibbon en la colección otoño/invierno 2009.

Ilustración de Sandra Suy

6.  Fábrica de iconos: aunque quizá la gran innovación estética de Chloé sea el haber tenido en cuenta la luz en la creación de sus diseños y en la elección de los tejidos, los estampados han sido, sin duda, la clave de su éxito comercial. En los 50, Aghion no tuvo reparos en experimentar con el Art Déco y los motivos de la Bauhaus, lo que hizo que sus prendas fueran identificadas al instante. En los 2000, McCartney y Philo retomaron este mismo espíritu e hicieron que los vestidos de caballos o las camisas de piñas fueran imitados hasta la saciedad. La estrategia de asociar una colección con un elemento gráfico reconocible es hoy uno de los recursos más explotados por las grandes marcas, y en ese sentido, los estampados de Chloé convierten a la marca, una vez más, en pionera.

Vestido Primavera/Verano de la colección 2012 de Clare Waight Keller.

Ilustración de Sandra Suy

*Si quieres conocer más sobre las ilustraciones de Sandra Suy, haz click aquí.

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