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El diseñador de joyas Chus Burés enseña a la Gran Manzana sus creaciones más especiales

La Americas Society de Nueva York abre por primera vez sus salas a un español y exhibe una colección de exclusivas piezas creadas por el catalán en colaboración con una docena de artistas latinoamericanos. “Esta exposición muestra la parte más experimental de mi trabajo”, asegura él

Chus Burés
Chus Burés, luciendo una de sus creaciones en una imagen de 2022 yuxtapuesta a otra suya de hace 30 años, cuando empezaba su carrera.Andrea Savini (2017) - Juan Ramón Yuste (1987)
María Antonia Sánchez-Vallejo

Cuando la galerista Juana de Aizpuru le hizo un hueco entre sendas exposiciones de Jaume Plensa y Cristina Iglesias, un joven Chus Burés, recién llegado de Barcelona a Madrid, no podía imaginarse que la ocasión de mostrar sus primeras joyas le llevaría en volandas hasta Louise Bourgeois o Carmen Herrera, dos artistas con las que empezó a colaborar enseguida. Corría 1985, aquellos felices ochenta, la época de explosión creativa de la capital y su movida, y Burés, que entonces tenía 22 años, despuntaba como un talento inquieto, efervescente, que décadas después ha depurado su obra con la madurez, pero con idéntico inconformismo.

Coleccionistas de medio mundo, especialmente de Estados Unidos y Francia, tienen piezas suyas, y ahora, coincidiendo con una exposición en su estudio de Madrid de joyas creadas en colaboración con el arquitecto y profesor de Columbia Juan Herreros, exhibe su parte más creativa (“menos constreñida por los requisitos del mercado”, explica) en la Americas Society de Nueva York: es el primer artista español al que la sociedad abre sus salas. La muestra neoyorquina se titula Arte como ornamentohasta el próximo 18 de mayo de 2024—, y recoge la colaboración del diseñador con una docena de artistas latinoamericanos en las últimas décadas. La selección de joyas de Burés es el epílogo de una interesante exposición colectiva titulada Eldorado (Mitos de oro), con revisiones y reinterpretaciones de más de 70 artistas de América Latina sobre esa especie de grial del continente americano.

La relación de Burés con EE UU data de mediados de los ochenta: el creador siempre ha sido precoz y pionero al tiempo. Expuestas en la biblioteca de la institución, como colofón de la visita a la muestra colectiva, las joyas de Burés repasan no solo su trayectoria, sino las principales tendencias del arte latinoamericano de las últimas décadas. De su colaboración con el artista cinético Jesús Rafael Soto a la consagrada Carmen Herrera, pasando por el cubano Kcho, con el que diseñó dos hermosas alegorías de las ansias de huir de la isla: una barca alada y una rama terminada en la pala de un remo. Otros artistas representados en Arte como ornamento son Antonio Asís, Tony Bechara, Carlos Cruz-Díez, Sérvulo Esmeraldo, Macaparana, Marie Orensanz, por citar solo algunos de la docena de colaboradores.

“Esta exposición muestra la parte más experimental de mi trabajo”, una dimensión constante en su carrera, desde sus inicios, explica Burés en Nueva York, una de las tres ciudades donde opera (las otras son Madrid y París). “Trabajar con artistas te permite eludir parámetros como el coste o la inversión que sí condicionan la creación de joyas destinadas al mercado. Puedes jugar con la parte más experimental, y hay un coleccionismo que busca precisamente este tipo de joyas, que quiere lo original. Es un mercado de clientes exigentes que valoran la idea, la pura creación, porque a mí lo que me interesa es el intercambio, el diálogo con el artista”. Eso, y su obsesión “por hacer arte wearable” (llevable, ponible), explican su apuesta por elevar conceptualmente las joyas que crea.

Burés se ha granjeado una leal legión de coleccionistas, en EE UU y en Francia, sobre todo; en España, triunfa entre catalanes. Su relación con sus clientes-amigos repasa también la habitual relación comercial para convertirse en otra celebración del arte. Un elegante libro que puede hojearse en la muestra de Nueva York retrata sus creaciones, lucidas, como si fueran condecoraciones más que joyas, por amigos artistas y coleccionistas. Con fotografías de Andrés Serrano y Antoine d’Agata, el volumen se abre con la imagen que en 2015 inmortalizó a una venerable Carmen Herrera como una matriarca, con el broche geométrico que diseñó con Burés cerrando su toquilla. El libro es también una celebración de la amistad, o cuando menos de la especial relación de intimidad que se forja entre creadores.

Tras cursar estudios de Interiorismo en Barcelona, su ciudad natal, y aprender el oficio de joyería en diversos talleres de la capital catalana y Madrid, Burés abrazó materiales desacostumbrados y poco convencionales, como desechos industriales, metales y objetos reciclables de diversas formas y procedencias. Pero la exposición en la galería de Juana de Aizpuru, una selección de obras de plata, le hizo abandonar la experimentación —aunque el estímulo de innovar no le haya abandonado nunca, él mismo se define como “escultor multimatérico”— y ese mismo año, 1985, el director Pedro Almodóvar le encargó la creación de la horquilla y arma asesina de su película Matador, una clave de sol en plata —inspirada en la reja andaluza— que le abrió las puertas del mercado internacional. Hasta hoy: su estudio en el barrio neoyorquino de Chelsea es una de esas direcciones secretas y apetecidas, que pasan de mano en mano de los íntimos.

Cinco años después, en 1990, Burés selló definitivamente su relación de amor con Nueva York, con su contribución al ajuar de boda de dos novios singulares: las nupcias de la Estatua de la Libertad y el Monumento a Colón de Barcelona, el proyecto del artista catalán Antoni Miralda en el pabellón de España en la XLIV Bienal de Arte de Venecia. Desde aquella boda, Burés parece un neoyorquino más, en nada diferente de los disfrutones y a la par afanosos urbanitas que dan vida a la Gran Manzana. Su última exposición en el corazón de Manhattan, que se añade a una docena de muestras previas, confirma que lo es.

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