Barbie cumple 65 años, pero no hay quien la jubile: un día en sus dominios, las oficinas de Mattel donde se crea
Con más de mil millones de unidades vendidas en todo el mundo y tras el bum de la película del pasado verano, la muñeca está más lejos que nunca de la retirada. Un paseo por las instalaciones de California donde se renueva y una charla con sus responsables así lo demuestran
Barbie nació el 9 de marzo de 1959 y, ya en agosto de 1963, era La muñeca más popular de la ciudad, como rezaban los anuncios de un juguete que apenas costaba tres dólares (ojo, unos 30 al cambio actual tras la inflación). En 1965, Barbie ya había ido a la luna. A mediados de los setenta, ya tenía una cámper, era cirujana y participaba en los Juegos Olímpicos. En los ochenta la había peinado Vidal Sassoon y pintado Warhol, era hispana, era negra (no sus amigas, ella), pilotaba aviones, era astronauta y salía en la MTV. En los noventa jugaba al fútbol, vestía de Bob Mackie y ya había alcanzado varias veces la presidencia. En los 2000 la ropa de gala era de Versace y los chándales de Juicy Couture, hacía desfiles de modelos y protagonizaba más de 30 películas. En la década de 2010 superaba los dos millones de seguidores en redes sociales, tuvo por primera vez tres cuerpos diferentes y se vistió no de, sino como Karl Lagerfeld. Y en esta década, cuando ha sido Isabel II, ha tenido vitiligo, síndrome de Down y una silla de ruedas, y se ha hecho TikTok, Barbie cumple 65 años. Bienvenidos a la edad de jubilación. ¿Acaba aquí la meteórica carrera de la muñeca más famosa del mundo? Ni de lejos. Todavía le quedan muchas pieles en las que meterse. Y a sus creadores, muchos mundos que imaginar para ella, más ahora cuando la película homónima le ha dado un enorme empujón. En las oficinas donde nació y ha crecido estos 65 años, Barbie sigue siendo la reina.
En la pequeña ciudad californiana de El Segundo (17.000 habitantes), situada dentro del condado de Los Ángeles, se alzan las oficinas de Mattel. Es una localidad tranquila, con una refinería que Chevron instaló en 1911 y de la que la ciudad toma su nombre —es el segundo centro de procesado de petróleo de la compañía, tras otro cerca de San Francisco—, unas instalaciones de Boeing (el principal empleador de los vecinos) y oficinas de Los Angeles Lakers y del diario Los Angeles Times. Más allá, calles arboladas en las que, de cuando en cuando, se cruza una furgoneta completamente rosa con un inmenso cartel de Barbie. “A Barbieland por aquí”, dice el pequeño autobús, rompiendo la línea de camionetas y Teslas que se cruzan por las tranquilas calles de la villa, sin un alma caminando por ella. El autobús traslada a empleados y visitantes hasta la sede de Mattel, la compañía matriz de la muñeca. No, no es la misma sede, ni por dentro ni por fuera, que se ve en la película. Es mucho más grande y algo menos gris. Hay una torre parecida a la que se ve en el filme de Greta Gerwig —pero no la misma, que en la cinta está rodada en la sede de un banco en el centro financiero de Los Ángeles— y también hay edificios bajos donde trabaja el equipo de diseño que crea las muñecas y su universo.
Mattel tiene 32.000 empleados en todo el mundo, pero en estas oficinas se ubican sobre todo los equipos centrales, directivos, administrativos y de diseño. Es aquí donde se piensan las Barbies, donde se crean, se diseñan y se bocetan. Donde las muñecas cobran vida. En las oficinas no suelen permitir visitas, tampoco para prensa; esta vez, y con motivo del 65º aniversario, han organizado una ruta para conocer su funcionamiento limitada a una docena de medios e influencers de todo el mundo, a la que EL PAÍS ha tenido acceso. La ruta —en la que hay Barbies por todas partes, hasta en el baño— está guiada por sus trabajadores, y hay zonas con carteles de Top secret o que no permiten el paso, pero en general el acceso es amplio y se permiten preguntas a los empleados.
Como cuentan los equipos, el trabajo aquí está muy especializado. Como si de una persona se tratara, hay expertos (hablemos de expertas; ellas son mayoría) que crean primeras versiones de la muñeca en 3D; que maquillan su rostro a mano; que deciden cómo debe ser su pelo y después lo cosen a mano en máquinas tradicionales; hay quienes realizan, incluso, las cajas donde se colocará, presentará y venderá. Pero eso no quita que todos puedan aportar ideas para el nacimiento de una nueva criatura, ya sea una más en una de las líneas, con pequeñas variaciones, o una revolución total. La mayor en una muñeca que lleva décadas siendo objeto de las críticas por ser una rubia de medidas imposibles llegó en 2016, cuando la empresa incorporó tres cuerpos más reales: una muñeca más alta, otra más baja y otra más gorda (o, quizá, menos delgada, simplemente). Hasta la revista Time la llevó a su portada bajo el irónico titular: “Y ahora ¿podemos dejar de hablar de mi cuerpo?”.
Una de las artífices de ese cambio es Kim Culmone, vicepresidenta y responsable del diseño de las muñecas desde hace más de una década: “Barbie es hoy la muñeca más diversa del mundo”, afirma con total seguridad. “Cuando miras a tu alrededor, hay muchos tipos de personas. No falta inspiración. Y sigues introduciendo muñecas en el mercado que no existían en esa línea, o quizá ni existían en el mercado. Pero la razón por la que lo haces es porque cuando un niño se ve a sí mismo en un juguete, se siente validado”, opina. El equipo de diseño está formado por apenas 15 personas, que son quienes suelen arrancar las ideas, pero luego se unen a cada pata creativa (peluquería, ropa, redes...) para darles vida, comandados por Culmone.
Por eso para ella, como para tantos otros, aquel enero de 2016 en el que anunciaron tres nuevos cuerpos fue un punto de inflexión, probablemente el más importante de la historia de la compañía hasta la arrasadora llegada de la película en verano de 2023. Tras él, vinieron otros cambios, con más variedad de razas, cuerpos, peinados o rasgos físicos, también a causa de alguna enfermedad o accidente. Esa variedad se aprecia también en el recorrido por las oficinas. En una de las salas hay instalada una máquina para realizar bocetos en 3D. Antes se realizaban en arcilla, de los que quedan originales bajo llave en vitrinas (también la escultura en bronce de una primera muñeca), pero ahora la tecnología todo lo facilita... o complica, porque manejar el panel 3D, con un lápiz táctil, no es fácil. La escultora Kittaya Wongchinda echa de menos los tiempos del barro, pero reconoce que este sistema la ayuda a ser más ágil. Ella ha creado rostros, por ejemplo, como el de una reciente Barbie de Claudia Schiffer.
Sasha Stoyan Lopez es la encargada de pintar los rostros de las muñecas, quien decide cómo son las cejas, las pestañas (la muñeca tiene desde 1970) o cuánto sonríe Barbie. Dotada de unas gafas especiales, es capaz de bocetar un rostro al completo sobre esa bolita de plástico que es una cabeza en apenas cinco minutos, aunque, reconoce sonriente, suele tardar bastante más. Tras el diseño, cada Barbie de las millones de unidades que se venden (Mattel no proporciona datos concretos) se ensamblan en distintas fábricas del mundo, pero hay un paso que sí se hace en El Segundo: el de poner el pelo de todas y cada una de las muñecas. Hay un cuartito con montones de bobinas de hilos de colores —sobre todo amarillos y marrones, pero también rosas, verdes o morados— de distintos grosores: he ahí el cabello de Barbie. Esos hilos se manipulan hasta conseguir la forma, grosor y peinado deseado, a mano y a máquina, para dar con lo que el equipo de diseño busca.
También es llamativo ver cómo se piensa algo en lo que el cliente final no suele pensar: las cajas. Suzanna Lakatos es la directora de diseño de packaging y quien le da vueltas a cómo debe ir la muñeca: postura, fotografía, color y forma del paquete. Para la Barbie creada para este aniversario, ideó más de una veintena de cajas con distintos fondos (¿mejor rosa Barbie o azul zafiro, el color de los 65º aniversarios? Rosa, siempre), tonos, diseños gráficos, frases y posiciones de la muñeca. La estética es importante, pero va más allá: “Hay un componente físico: la pose. Y el reto es uno, que no se caiga. Hay unos límites”, ríe Lakatos. Sabe que su trabajo es especialmente valorado por los coleccionistas, que aprecian el envoltorio y no sacan nunca a su muñeca de él, porque de hacerlo pierde valor.
“Hay un equipo entero diciéndose: ¿qué más podemos hacer? ¿Cómo lo hacemos mejor? ¿Cómo podemos dejar la marca mejor de lo que la encontramos? Le digo a mi equipo: si pudierais hacer cualquier cosa que quisierais con Barbie, sin reglas, ¿qué haríais?”, plantea Culmone, para quien el reto es seguir siendo líderes y relevantes. “La mayor parte de los juguetes duran entre tres y cinco años, y hay que tener mucho éxito para pasar de tener entre tres y cinco años a 65. Como marca, la única manera de hacerlo es con evolución constante, y asegurándote de que tienes resonancia y de que te conectas con la generación actual de niños, fans y padres. Estábamos viendo que no teníamos la resonancia del pasado y teníamos que cambiar”.
La vicepresidenta ejecutiva de Mattel, Lisa McKnight, está de acuerdo con esa necesidad de conexión de la que habla Culmone. “El ciclo medio del juguete es de cinco años... y el hecho es que hemos sobrepasado las tres generaciones. Es increíble haber llegado hasta aquí, esta atemporalidad. Y nuestro propósito es situar a esta mujer es una posición de poder y que sea una representante en todo el mundo”, afirma. “Y somos más conscientes que nunca de que aquí todo el mundo es bienvenido”.
Esa bienvenida que traslada McKnight a todo el mundo parece más y más real en los últimos años, cuando Barbie se ha convertido en un fenómeno global gracias, sobre todo, a las redes sociales. Además de un perfil clásico en Instagram (3,5 millones de seguidores) y TikTok (dos millones), tienen desde hace 10 años el Instagram BarbieStyle (2,8 millones), donde juegan con Barbie, la sitúan en escenarios, la llevan a los Grammy o la hacen vivir escenas de la vida cotidiana. Todo es tan de mentira como la propia muñeca, obviamente, pero todo es tan auténtico como puede llegar a ser: si va a los Grammy, va a los Grammy. En estas oficinas se fotografían y se graban esos contenidos; el día de la visita, el equipo trasteaba en un plató con una inmensa casa para Barbie (no como las de las jugueterías, sino cuatro o cinco veces más grande) para grabar cómo cocinaba una tarta de cumpleaños. Había una batidora, un cartón de leche, fresas y hasta huevos a tamaño Barbie. Zlatan Kusnoor, creativo responsable de las cuentas de redes del juguete, explica que todo es tan real que, si Barbie viaja a Canadá, como iba a hacer estas semanas, se la llevan a Canadá con una maleta cargada de ropa y complementos, y con un equipo. “Jamás lo falsearíamos, todo tiene que ser completamente auténtico”, asegura. “Llevamos 10 años haciendo objetos de verdad, los creamos a medida”.
Para preparar todos esos looks, Barbie cuenta con una estilista, Rachel Ritter. Su oficina de trabajo es el sueño de toda Barbiefan. Tiene armarios y cajones llenos de objetos: dedicados específicamente a sandalias, a cinturones, a abriguitos de piel, a vestidos de fiesta... Tiene acceso a vestuario de archivo (precisamente la ropa que se puso la muñeca para los Grammy), pero también a lo que hace el equipo de diseño en el día a día e incluso a piezas que le hacen a medida tras inspirarse en revistas (hay recortes en su tablón), redes, tendencias y pasarelas. “Puedes seguir disfrutando Barbie aunque seas adulta”, sonríe Ritter.
“Cuanto más diversas son las muñecas, más rica es la narrativa”, afirma Culmone. “Y puede pasar en la película o con los niños jugando con Barbie. Por eso es importante diversificar la colección, porque la narrativa se hace más dinámica, real y rica”. Es decir, que aparecer en TikTok y pasearse por las alfombras rojas del mundo demuestra que, a sus 65 años, Barbie está lejos de jubilarse, aunque pudiera. Con más de 1.000 millones de muñecas vendidas hasta la fecha, tiene hasta un Andy Warhol original con su rostro en el pasillo junto al ascensor. No ha llegado su hora del adiós. Todavía le quedan muchas horas de juego por delante.
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