Neumonía, la mayor asesina de niños
Causa cada año más muertes de menores de cinco años en el mundo que cualquier otra enfermedad: más de 800.000. En la mayoría de los casos se podrían haber evitado, puesto que resulta fácil detectarla, es prevenible y curable. Pero algo falla
Cada 39 segundos muere un niño menor de cinco años por neumonía. Son más de 2.200 al día, 800.000 en un año, lo que la convierte en la enfermedad más mortal para la infancia. Lo es pese a que es prevenible con una vacuna y tratable en la mayoría de los casos. Por eso, es excepcional que un pequeño muera por esta dolencia en un país próspero, con un sistema sanitario robusto y capacidad para acceder a medicamentos y terapias de oxígeno. Pero si no es así, la historia puede ser muy distinta.
Se trata, normalmente, de una bacteria, algún tipo de neumococo, pero también puede ser un virus, como la influenza, o un hongo. Cuando alguno de estos patógenos se adueña de las vías respiratorias altas causa una infección. No suelen pasar de ahí, pero en algunas personas prosiguen su avance hasta colonizar los pulmones. Su llegada a los alveolos ―unas bolsas diminutas llenas de aire en las que se produce el intercambio de oxígeno y dióxido de carbono entre el pulmón y la sangre― provoca una reacción inmunitaria. Los leucocitos acuden para combatir al intruso y, cuando hay muchos, forman lo que conocemos como pus. “Un entorno gaseoso se llena entonces de líquido”, explica didáctico Quique Bassat, investigador de ICREA, en el Instituto de Salud Global de Barcelona (ISGlobal), centro impulsado por la Fundación “la Caixa”. Eso es una neumonía.
¿Qué sucede cuando hay pus y líquido en el pulmón? Que no puede realizar su función de transportar oxígeno a la sangre y deshacerse del dióxido de carbono. “Se respira peor; es como sacar a un pez de debajo del agua: que se ahoga. Pero al revés”, describe el experto. Cuando la infección solo afecta a una zona, la neumonía no es mortal; pero si se extiende a los dos pulmones, la insuficiencia respiratoria será grave, otros órganos del cuerpo se verán afectados por la falta de su combustible para funcionar (el oxígeno) y puede provocar el fallecimiento.
En 2020, todos estos conceptos se han popularizado pues el SARS-CoV-2, causante de la covid-19, es de hecho un virus que en los casos más graves provoca neumonía. Y es tan letal que, desde que se declaró la pandemia en marzo de 2020, ha matado a más de 1,3 millones de personas. La esperanza para frenar su mortal avance está en que se apruebe y suministre de forma masiva una vacuna eficaz. Mientras tanto, se ha revelado vital disponer de medios sanitarios suficientes ―pruebas diagnósticas, recursos humanos, respiradores, camas para cuidados intensivos― para que la mayor cantidad de pacientes posible se recupere.
Otra de las revelaciones que la covid-19 ha destapado es que “los virus no entienden de fronteras”. La proclama ha sido repetida en los últimos meses para alertar a la población de la necesidad de seguir las recomendaciones para protegerse contra esta enfermedad en cualquier lugar del planeta e independientemente de la riqueza de los países o las personas.
Una enfermedad que discrimina
Los datos demuestran que la neumonía infantil sí distingue de fronteras y nivel socioeconómico, pues mata más a los más vulnerables en los países más pobres. El 84% de los niños fallecidos por ella se concentran en 30 países de África subsahariana y Asia. Aquí, los críos tienen 60 veces más probabilidades de verse afectados y morir que los que residen en naciones de ingresos altos. Nigeria es el que más defunciones registra, con 162.000 en 2018, según los últimos datos de Unicef. Le siguen India (127.000), Pakistán (58.000), República Democrática del Congo (40.000) y Etiopía (32.000).
Un dato positivo global es que la mortalidad infantil se ha reducido a la mitad desde 1990 en el planeta. Sin embargo, todavía más de cinco millones de menores de cinco años fallecen al año por causas prevenibles. La neumonía es responsable de algo más del 16%. Antes del coronavirus, ya era la principal causa de muerte en la infancia, por encima de la diarrea, la malaria o el VIH. En 2018, quitó la vida a 802.000 pequeños, de los que 153.000 (el 19%) perecieron en su primer mes de vida, según Unicef. Son un 54% menos de decesos que en el 2000, pero esta tasa de progreso es muy lenta comparada con el descenso de fallecimientos por diarrea (64%) y malaria (68%).
El avance en la batalla contra la neumonía infantil es, además, insuficiente para lograr el Objetivo de Desarrollo Sostenible de la ONU 3.2, que dice así: “Para 2030, poner fin a las muertes evitables de recién nacidos y de niños menores de cinco años, logrando que todos los países intenten reducir la mortalidad neonatal al menos hasta 12 por cada 1.000 nacidos vivos, y la mortalidad de niños menores de cinco años al menos hasta 25 por cada 1.000 nacidos vivos”. Al ritmo actual, 53 países no lo lograrán, denuncia el último informe de Unicef, Save the Children y Every Breath Counts.
Gail Rodgers, de la Fundación Bill y Melinda Gates
En Nigeria conocen bien la frustración de que sus niños mueran por esta enfermedad para la que hay vacunas eficaces y tratamiento cuando es de origen neumocócico. Así se siente el doctor Nma Noble cuando habla, frustrado: “Muy mal”. Solo en octubre pasado, 248 menores de cinco años ingresaron por infecciones respiratorias en los dos hospitales gestionados por Médicos Sin Fronteras al noroeste de Nigeria, en el Estado de Zamfara. Los casos que les llegan son graves, confirma el facultativo, que trabaja en el centro que la ONG tiene en Shinkafi. “En atención primaria, el tratamiento con antibióticos es prácticamente inexistente”, explica.
Hafsat Rufai respira con mucha dificultad, se ahoga. Esta bebé de 10 meses trata de sobrevivir a una neumonía en el hospital pediátrico Hasiya Bayero, en el Estado de Kano, también al noroeste de Nigeria. “Llevamos aquí cinco o seis días, la trajimos en cuanto empeoró”, explica su madre, Hauwa Rufai, por teléfono y en hausa, uno de los idiomas nativos. La joven de 20 años responde preocupada. Teme perderla. Es la única hija que tiene con su marido Rufai Mati, un conductor de keke napep, los motocarros que se usan para el transporte de personas. “En nuestra comunidad nos habían informado de que había vacuna, pero no se la pusimos”, se lamenta Rufai. Los médicos le han dado esperanza. La niña está reaccionando bien al tratamiento con antibióticos.
Pero esta suerte no es la que tienen la mayoría de menores de cinco años en su país. Algunos cuidadores no pueden quedarse hasta la recuperación del enfermo porque deben regresar al trabajo en el campo y a cuidar de la familia. Otros no entienden el procedimiento y se niegan a que ingresen a sus hijos, asegura Noble. Muchos ni llegan a los hospitales porque en las comunidades rurales y pobres, la mayoría no puede permitirse el coste del transporte. Y las ONG hacen lo que pueden para cubrir ese servicio. “Aquí, MSF les ayuda, pero en otras zonas no tienen ese apoyo”, se lamenta el especialista.
Adeleke Olorunnimbe Mamora, ministro de Estado para la Salud de Nigeria
En Nigeria, si tienes menos de cinco años y contraes una neumonía, puedes estar firmando una sentencia de muerte segura. Desde el Gobierno son conscientes del problema y en el primer Foro Global sobre Neumonía Infantil, celebrado en enero en Barcelona, organizado por ISGlobal, la Fundación Gates, Unicef y Save the Children, entre otras entidades, el Ejecutivo del país más poblado de África (208 millones de habitantes), presentó su plan estratégico nacional para esta lucha. Uno de sus objetivos es rebajar la mortalidad a 26.000 niños por año, un cuarto de los 100.000 actuales. “Deberíamos ser capaces de reducir las muertes y establecer una rutina de inmunización, hay una vacuna más barata que queremos incorporar. Buscamos alianzas internacionales, y la implicación de las autoridades a todos los niveles”, asegura Adeleke Olorunnimbe Mamora, ministro de Estado para la Salud de Nigeria.
La razón por la que tantos chiquillos padecen infecciones respiratorias es, según Noble, clara: los indicadores de salud no son buenos y la cobertura de inmunización es muy baja. Los datos le dan razón. Apenas el 57% de los niños nigerianos fueron inmunizados con las tres dosis de la vacuna antineumocócica conjugada (PCV) en 2019, según la Organización Mundial de la Salud (OMS); un porcentaje escaso, pero 20 puntos por encima del 36% de 2015. Además, tres de cada cuatro con síntomas de neumonía no tienen acceso a tratamiento médico, advierte Unicef.
A nivel global, el 32% de los niños con síntomas no llegan a un centro de salud para ser examinados, y tal proporción aumenta en los países pobres y de bajos ingresos. En cuanto a la vacuna antineumocócica, esta se había introducido en 149 países a finales de 2019, pero la cobertura mundial de la tres dosis en las que se presenta es aún muy baja. La OMS la estimó en un 48%, y millones más ahora corren el riesgo de perderse esta y otras vacunas esenciales en tanto que la pandemia de covid-19 ha interrumpido las campañas, alerta la ONU.
Para la bacteria haemophilus influenzae tipo b (Hib), que también puede provocar neumonía en los niños, la vacuna de tres dosis ha sido suministrada a un 72% de la población, si bien con grandes desigualdades entre regiones. Mientras que Asia Sudoriental ―Bangladés, India, Tailandia y Nepal, entre otros― hay una cobertura del 89%, en la del Pacífico Occidental ―que incluye China, Japón y Australia― es solo del 24%.
Nigeria, el país más afectado: allí donde 18 niños perecen por neumonía cada hora
“Para implementar nuestro plan nacional necesitamos recursos. No solo financieros, también apoyo técnico”, confiesa Mamora. Necesitan ayuda internacional, detalla, porque el país se enfrenta a problemas de seguridad en el norte , lo que hace que la población se desplace y dificulte su atención sanitaria. “También tenemos desafíos en infraestructuras. Porque necesitas suministros de agua. Y aire limpio”, concluye.
Pero precisamente en el capítulo de la atención internacional, hay un gran problema: la neumonía es una enfermedad olvidada. Recibe muchos menos fondos de ayuda al desarrollo que la malaria y el VIH-sida. De los 105.700 millones de dólares (unos 90.000 millones de euros) destinados a estas tres dolencias, el 76% se dedicó a combatir el VIH-sida, el 18% a la malaria y solo el 6% a la neumonía, según denuncian Unicef, Save the Children y Every Breath Counts. Con todo, entre 2000 y 2015, la ayuda contra esta dolencia aumentó siete veces, de 140 millones de dólares (118 millones de euros) a 980 (830 de euros). Desde entonces, justo cuando Naciones Unidas se comprometieron a reducir al mínimo la mortalidad infantil por causas prevenibles, la aportación para combatir a la más destructiva de ellas ha caído un 30% hasta los 670 millones de dólares (566 millones de euros).
Según el estudio citado, el 95% de tal cantidad se empleó en la adquisición de vacunas (la PCV) y los 34,2 millones de dólares (28,9 millones de euros) restantes en investigación y desarrollo (más de la mitad) y programas de gestión comunitaria de la enfermedad, intervenciones basadas en el diagnóstico y para el tratamiento. “Todos los niños merecen acceso a inmunización, pero los enfermos también necesitan ser diagnosticados y tratados para salvar sus vidas”, apuntan.
Michel Hamala Sidibé, ministro de Salud y Asuntos Sociales de Malí
Para Margaret Agama-Anyetei, Jefa de Salud, Nutrición y Población de la Unión Africana, no solo los donantes deberían priorizar esta dolencia en sus inversiones, sino también los propios países. En su opinión, otras enfermedades (como el ébola), la inestabilidad política, las crisis económicas y los conflictos en el continente africano merman la atención en la neumonía. Y provocan un impacto en los sistemas de salud, de por sí ya infradotados para afrontar los desafíos sanitarios básicos.
El doctor Noble sabe bien de lo que habla Agama-Anyetei. En el Estado de Zamfara, al noroeste de Nigeria, el terrorismo de Boko Haram no solo ha desplazado a miles de familias, sino que han provocado que también los médicos y sanitarios, objetivo de los violentos, huyan de las zonas rurales hacia las ciudades en busca de seguridad. Así, la atención primaria en las aldeas remotas es precaria. Esta situación de conflicto impide que las campañas de vacunación se desarrollen con normalidad, por lo que la tasa de cobertura es muy baja en la región, de menos del 50%.
Y la covid-19 es una crisis yuxtapuesta que ha empeorado lo que ya estaba mal. “Aquí, las trabajadoras de salud comunitarias iban puerta a puerta para detectar enfermedades; pero tuvimos que suspenderlo porque no teníamos medios para protegerlas y debíamos concentrarnos en los hospitales”, comenta Noble por teléfono. “Y las unidades móviles de vacunación se pararon”.
Víctima de esta interrupción es una de las pacientes con neumonía de Noble en el Hospital General de Shinkafi: Farida Rilwanu, de seis meses. Sus padres, una pareja de granjeros, la llevaron al centro desde su aldea, Kayaye, el 16 de noviembre porque tenía fiebre y gastroenteritis desde hacía días y el paracetamol no ayudaba. Además, aunque la madre le daba el pecho, la enfermedad la dejó demasiado débil para succionar, por lo que estaba siendo alimentada con papilla de cereal. La pequeña no había sido vacunada con la PCV, pese a que el calendario vacunal de Nigeria establece las tres dosis a las seis, 10 y 14 semanas, algo que la familia conoce porque los tres hermanos mayores de Farida sí fueron inmunizados.
Seth Berkley, director ejecutivo de la Alianza para las Vacunas (Gavi)
Optimista, Noble intenta ver el lado positivo de la pandemia en el aumento de la conciencia sobre la necesidad de contar con respiradores en los hospitales. Todos los que se empleen ahora para atender a los afectados por el coronavirus servirán para los niños que lleguen con las neumonías de siempre, apunta. “Supone una gran oportunidad en materia de oxígeno”, asegura en esta misma línea la experta de Unicef, Anne Detjen. Esta organización ha aportado 15.000 concentradores de oxígeno a más de 90 países y apoya la reparación y construcción de plantas de producción en algunos, además de formar a ingenieros biomédicos y al personal de salud local. “Más allá de apoyar la respuesta contra la covid-19, estas inversiones refuerzan sistemas de oxígeno que beneficiarán a millones de recién nacidos y niños enfermos”, explica.
Prevención: vacunas más baratas y contra más neumococos
“La prevención es la mejor forma de afrontar las enfermedades infecciosas, como está poniendo de relieve la pandemia de covid-19”, afirma la doctora Gail Rodgers, experta del Programa de Neumonía de la Fundación Bill & Melinda Gates. Su equipo está apoyando el desarrollo de vacunas más efectivas, asequibles y contra más variantes de neumococo, la principal causa bacteriana de neumonía en niños. Los investigadores están trabajando en versiones contra 30 variedades, frente a las 10 o 13 que se combaten ahora en los programas rutinarios.
Otro hito es reducir el número de dosis de tres a dos, lo que según Rodgers rebajaría de forma significativa el coste de las campañas y aligeraría el calendario de vacunación. “Hemos demostrado que dos dosis administradas de forma adecuada continúan generando inmunidad, y en 2021 tendremos los resultados de estudios en curso en Asia y África”, afirma.
Innovaciones para proteger la vida de los niños pequeños ante la neumonía
Los países de renta baja pueden acceder a la vacuna antineumocócica conjugada (PCV) a dos dólares (1,70 euros) por dosis fruto del acuerdo que Gavi (la Alianza Global para la Vacunación), Unicef y el Serum Institute of India cerraron este junio. Ello supone una rebaja del 43% frente a los 3,5 dólares (2,95 euros) que costaban las disponibles en 2009, al inicio del programa piloto de Gavi para acelerar su introducción en los países más pobres. “El Serum Institute of India ha logrado reducir el precio de la dosis, un excelente ejemplo de por qué continuar con la investigación y desarrollo de productos es tan importante”. Especialmente, para los países que tienen un nivel de renta demasiado alto para recibir ayudas, pero demasiado bajo para incorporar la PCV a su calendario de vacunación infantil.
Gail Rodgers, de la Fundación Bill y Melinda Gates
La existencia y bajo precio de las vacunas no es, sin embargo, garantía de que lleguen a todo el mundo y, especialmente, a quienes más lo necesitan. En 2018, el 53% de la población infantil del planeta (71 millones de niños) no recibieron la antineumocócica conjugada (PCV). Por dos motivos: viven en uno de los 44 países en los que esta inmunización no ha sido introducida o, si reside en uno en los que sí está incluida en el calendario, simplemente no tuvo acceso a este servicio.
Para garantizar el acceso a precios asequibles por parte de los países menos adelantados, así como su distribución, Gavi creó en 2009 el Advance Market Commiment (AMC) para las inmunizaciones neumocócicas. El primer país que introdujo la PVC gracias a este mecanismo financiero fue Nicaragua, en diciembre de 2010. “Durante los primeros cinco años del programa se observaron reducciones en las visitas a los centros de salud por neumonía en los grupos de edad inmunizados, así como de la mortalidad, lo que sería difícil de lograr con cualquier otra intervención de salud pública”, concluyó un grupo independiente de expertos en un estudio publicado en la revista Plos en 2017. “Se produjo una reducción del 30% en la incidencia de hospitalizaciones de bebés por neumonía en el período de la vacuna, en comparación con los años anteriores”, agrega.
Quique Bassat, investigador ICREA de ISGlobal
En cuanto a las neumonías de origen vírico, el próximo gran paso gracias a la investigación podría darse con la primera vacuna contra el virus respiratorio sincitial. Se trata de un patógeno común que suele dar síntomas leves parecidos al resfriado, pero puede suponer un riesgo para menores de dos años, sobre todo en los primeros seis meses de vida. El virus ya está en el punto de mira de la Fundación Gates.
Diagnóstico: síntomas poco claros y falta de personal capacitado
Diagnosticar la neumonía infantil es uno de los grandes retos en países en vías de desarrollo. Los síntomas no son siempre claros y falta equipamiento y personal capacitado para detectarla. Y allí donde hay médicos, suelen estar desbordados. “En entornos rurales y con pocos recursos, el diagnóstico se basa en la evaluación clínica. Los algoritmos que orientan la toma de decisiones son muy prácticos y han salvado millones de vidas, pero se tiende a sobrediagnosticar”, afirma Bassat, de ISGlobal. Y dar antibióticos cuando no está indicado puede acelerar el desarrollo de bacterias resistentes y reducir la eficacia de los tratamientos existentes.
En niños pequeños, además, los síntomas de enfermedades mortales como la malaria, la septicemia y la neumonía se parecen mucho, advierte Bassat. Para confirmar que se trata de esta última, es necesaria una radiografía. En ella, el aire es negro y el líquido, blanco. Unos pulmones de ese color son una mala señal. Pero en las zonas rurales no disponen de la infraestructura ni los aparatos para realizar esta prueba. Para el experto, es interesante explorar qué otras herramientas pueden utilizar los trabajadores de salud en lugares remotos de países en desarrollo para el diagnóstico. “Productos para medir ciertas variables como la saturación de oxígeno, la frecuencia respiratoria, biomarcadores que se pueden detectar en sangre, que puedan ayudar a concretar si se debe suministrar antibiótico o no al paciente”, apunta.
Quique Bassat, investigador ICREA de ISGlobal
El investigador también ve un gran potencial en los ecógrafos portátiles. Aunque todavía son caros, su objetivo es demostrar que son fiables y fáciles de utilizar por agentes de salud más allá de los médicos. “Lo puedes tener en una tablet y no irradian”, defiende. Para que su manejo se extienda hace falta algo más que fondos. El conocimiento necesario para su uso, por mínimo que sea, tampoco está al alcance de cualquiera. No es tan raro que los llamados trabajadores comunitarios de salud, instruidos por los Gobiernos y las ONG para identificar las dolencias más comunes, sean prácticamente analfabetos. Ellos utilizan a menudo el número de respiraciones por minuto como un indicador de la enfermedad. “Necesitamos contadores automáticos que ayuden a diagnosticar la neumonía en el ámbito comunitario, y necesitamos desplegarlos a gran escala”, afirma Kevin Baker, especialista en investigación de Malaria Consortium, que está estudiando diferentes aparatos sobre el terreno y apoyando a Gobiernos en el diseño de planes de acción.
A falta de tales medios y formación, algo tan sencillo como un collar de cuentas de colores puede servir a los agentes comunitarios para detectar posibles casos de neumonía en bebés. Cada respiración es una bolita, si en un minuto sus dedos llegan a las rojas, saben que deben referir al niño a una instalación sanitaria.
Míriam Alía, enfermera pediátrica y responsable de vacunación y epidemias de MSF España
Tratamiento, el doble riesgo
La mayoría de las neumonías infantiles, prácticamente nueve de cada diez, están provocadas por bacterias. Pero sin un diagnóstico que lo confirme, se corre el riesgo de tratar con antibiótico cualquier otra enfermedad con síntomas similares o una de origen vírico. El riesgo es doble: no curar y generar resistencias a este medicamento. Sin embargo, allí donde las pruebas son inaccesibles, el beneficio de administrar amoxicilina a los niños con fiebre y dificultad respiratoria es, muy probablemente, salvarles la vida. De nuevo, la falta de disponibilidad del medicamento impide que millones de críos sobrevivan.
Además de los antibióticos para acabar con las bacterias que causan la infección, el oxígeno médico podría salvar la vida de muchos. Pero, de nuevo, la pobreza se cruza en el camino. “La neumonía severa deja aproximadamente a 4,2 millones de menores de cinco años en 124 países de ingresos bajos y medios con niveles de oxígeno críticamente bajos cada año”, aseguran Unicef, la Clinton Health Access Initiative (CHAI), Save the Children y el Instituto de Investigación Infantil Murdoch (MCRI) en un análisis reciente al respecto. En muchos lugares, indican las organizaciones, el oxígeno para tratar a un niño con neumonía grave durante tres o cuatro días puede costar entre 33 y 50 euros. Una fortuna inasumible para familias sin recursos. El resultado es que no pueden costear el tratamiento, incluso aunque hayan conseguido llevar a sus pequeños a centros de salud con herramientas necesarias para curarles.
De momento, las esperanzas del doctor Noble en que una mayor inversión y concienciación sobre la necesidad de oxígeno médico en las instalaciones sanitarias repercuta en mejor tratamiento de la neumonía infantil cuando la tempestad de la covid-19 pase, son solo eso: esperanzas. Como también lo son las afirmaciones en el mismo sentido de la especialista en neumología de Unicef, Anne Detjen. La alta demanda de oxígeno durante la pandemia ha desencadenado un incremento de los precios en algunos de los países con las tasas de mortalidad infantil por neumonía más elevadas como India, Bangladés y Nigeria. Según la OMS, los países más pobres disponen actualmente de entre el 5% y el 20% del que necesitan.
“La covid-19 debería haber servido para aumentar la visibilidad de las neumonías pediátricas, pero ha sucedido todo lo contrario”, lamenta Bassat, de ISGlobal, una de las entidades impulsoras del primer congreso internacional sobre este problema, celebrado en enero de 2020 precisamente para incrementar el interés y concitar esfuerzos.
Neumonía infantil y pobreza, la tormenta perfecta
Los indicadores estrictamente médicos y sanitarios no son los únicos factores detrás de las elevadas tasas de mortalidad. “Es una tormenta perfecta: en los países en desarrollo hay más población en situación de pobreza y más niños con desnutrición que respiran aire contaminado en sus casas y fuera de ellas; además tienen un sistema de salud frágil y pobre, donde no existe un servicio de vacunación o no hay suficientes medicinas. La combinación de todos estos factores hace que la neumonía siga siendo la mayor asesina de niños”, anota Stefan Peterson, director adjunto de Salud de Unicef. “Neumonía y pobreza están mortalmente interconectados. Mientras que la infección en un cuerpo sano no sobrevive, lo hace muy bien cuando los niños están desnutridos. Es una de las razones por las que los números son más altos en África y en algunas de sus comunidades más vulnerables”, coincide Githnji Gitahi, director de la ONG médica Amref África.
En los niños con sistemas inmunitarios débiles, los patógenos causantes de esta enfermedad encuentran una vía libre hacia los pulmones. Una vez allí, causan un daño que, sin la atención médica oportuna, es mortal. El primer requisito para unas defensas fuertes es una alimentación adecuada y suficiente en los primeros 1.000 días de vida. En el mundo, 52 millones de niños menores de cinco padecen emaciación (bajo peso para su estatura), de los que 17 millones la padecen grave, con riesgo inminente para su supervivencia. Otros 155 millones sufren desnutrición crónica, conocida como retraso del crecimiento, por ser esa la principal manifestación de una carencia continuada de nutrientes esenciales para el normal desarrollo físico y cognitivo. Todos estos cuerpos desnutridos son un blanco fácil para las bacterias, los virus o los hongos causantes de la neumonía. Y también de otras enfermedades que debilitan todavía más sus sistemas inmunitarios.
Como primera y principal recomendación para combatir la desnutrición y fortalecer las defensas del bebé, la lactancia materna exclusiva durante, al menos, los seis primeros meses de vida, es también una eficaz medida para proteger de la muerte por neumonía.
Stefan Peterson, director adjunto de Salud de Unicef
No solo la carencia de alimentos suficientes y nutritivos explican la desnutrición. La falta de agua potable y un saneamiento adecuado también cuentan. Y todavía en 2019, 2.000 millones de personas vivían privadas de lo uno y 4.200 millones (la mitad de los seres humanos del planeta) de lo otro, según datos de la OMS y de Unicef. Beber agua contaminada, la imposibilidad de mantener una higiene mínima y no tener retretes multiplican las probabilidades de enfermar. La diarrea es una de las más comunes dolencias relacionadas con estas privaciones y está directamente relacionada con el debilitamiento del sistema inmunitario, la desnutrición y el peligro de muerte ante cualquier otra enfermedad como la neumonía. Según sus cálculos, 297.000 niños menores de cinco años mueren cada año debido a procesos diarreicos.
Otros de los factores que explican que la mortalidad infantil por neumonía sea mayor en los países más pobres es que, en ellos, los niños están más expuestos a la polución ambiental, tanto fuera como dentro de los hogares. Casi la mitad de las muertes están asociadas con este problema ambiental, según Unicef.
Los críos que viven en los 30 países con mayor número de fallecidos están respirando aire contaminado con el doble de partículas finas que los que residen en naciones de ingresos medios y cuatro veces más que los de ingresos altos, subraya el documento El derecho de todo niño a sobrevivir: una agenda para acabar con las muertes por neumonía. Eso supone que inhalan un aire que supera seis veces el umbral de buena calidad que establece la OMS y el doble de lo aceptable. “A menudo, estos son los mismos niños que no acceden a los servicios de atención médica esenciales, como las vacunas, antibióticos y oxigenoterapia cuando es necesario”, añade.
Uno de esos países donde la contaminación impregna y ahoga los pulmones de los más pequeños es India. Con 127.000 fallecidos en 2018, es el segundo país, después de Nigeria, con más muertes infantiles por neumonía. Allí, la joven Ridhima Pandey, hoy de 12 años, comenzó una batalla para exigir al Gobierno que garantizase a los niños su derecho a respirar aire limpio cuando solo tenía nueve. Su activismo la ha convertido no solo en referencia nacional como defensora del medio ambiente y contra el cambio climático, sino también de la salud de las generaciones futuras. Precisamente porque su lucha tiene mucho que ver con la que se libra contra la neumonía fue invitada al Foro Global celebrado en Barcelona. “La gente rica dona comida, ropa y dinero para la educación de los pobres. Pero con las emisiones de sus grandes fábricas y sus coches, les roban lo que deberían tener naturalmente: aire y agua limpios”, proclama.
La niña india que exigió aire limpio a su Gobierno
La otra contaminación que daña y debilita los sistemas respiratorios de los más pobres, y especialmente de los más pequeños, es la que se produce en el hogar. 4.000 millones de personas en el mundo todavía carecen de acceso a energía para cocinar de forma “limpia, eficiente, conveniente, segura, confiable y asequible”, según un reciente informe del Banco Mundial. Entre ellos, 1.250 millones están en transición a mejores servicios de cocina, pero el resto (casi 2.800 millones) aún cocina sus alimentos con combustibles y tecnologías contaminantes tradicionales con graves impactos en la salud, especialmente de mujeres y niños, además de los efectos negativos sobre la economía, el medio ambiente y el clima.
En zonas rurales de los países en desarrollo, sin importar el continente, la cocina es a menudo un montón de piedras sobre las que se quema leña o carbón. En el mejor de los casos, está instalada al aire libre, donde la inhalación del humo es menor. En el interior de las viviendas, normalmente pequeños habitáculos, las cocineras, las mujeres, las niñas y los menores a su cargo respiran durante horas, todos los días, el humo que desprenden. Esta contaminación en el hogar representa una amenaza significativa, pues contribuye al 62% de los decesos por neumonía infantil relacionados con la toxicidad del aire, calcula Unicef.
Githnji Gitahi, director de Amref África
Conocer al enemigo y sus aliados es clave para plantarle batalla desde todos los frentes. La Universidad Johns Hopkins ha calculado que ampliar los servicios de tratamiento y prevención de esta enfermedad puede salvar la vida de 3,2 millones de menores de cinco años. Además, abordar las causas no estrictamente sanitarias descritas, crearía un “efecto dominó” que evitaría 5,7 millones de muertes adicionales por otras enfermedades infantiles, según su estudio. En total, casi nueve millones de vidas en los próximos 10 años.
Ajay Khera, médico y representante del Ministerio de Salud y Bienestar de India
El compromiso de preservarlas está sellado desde 2015 en los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Con una década por delante y una pandemia que ha revertido algunos de los avances realizados en la lucha contra el hambre, la pobreza, el logro de la igualdad de género o la mejora de la salud, la ONU urge a redoblar esfuerzos para recuperar la senda del progreso. Para ello, la reducción de la mortalidad infantil por neumonía es imprescindible. El retorno de la inversión está claro: salvar a un niño cada 39 segundos.
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