Pestañas y tacones fuera: la cara oculta de las chicas imagen
El arresto del dueño de una discoteca de Madrid por explotación laboral pone en alerta a decenas de negocios que utilizan a mujeres como reclamo para captar clientes
Donde se mueve la pasta en Madrid, después de en los despachos, es en los reservados de las discotecas de Nuevos Ministerios, a un lado del Santiago Bernabéu, o a un costado del paseo de la Castellana. Ahí acuden cada noche, sin el imperativo del fin de semana de la clase obrera, ejecutivos de grandes empresas, nacionales y extranjeros, cirujanos de postín, futbolistas que buscan lo de siempre: distraerse. Y ahí los esperan ellas, conocidas comúnmente como chicas imagen. Un empleo sin eufemismos. Mujeres escaparate. Minifaldas, tacones, sonrisas. El rímel bien puesto, los labios perfilados, no más de 30 años. El objetivo: salir de fiesta e invitar a beber a mujeres que jamás los mirarían en cualquier otro local, como si allí todos fueran amigos. Billetes a cambio de fingir que si ellas están en ese rincón de la pista por el que ellos pagarán miles de euros, es porque quieren, no porque es su trabajo.
En uno de estos locales de nombre sugerente, la exclusiva discoteca Opium, entró una noche de servicio la Policía Nacional. La investigación había comenzado en diciembre. Los agentes identificaron a 22 mujeres que estaban allí como reclamo. A todas ellas se les había impuesto un horario ―de una a cinco, casi siempre― y unas tareas, pero no existía ningún contrato laboral entre la discoteca y ellas. El dueño ha sido detenido por explotación laboral, según ha informado la policía este viernes. Y su captura ha puesto en alerta a decenas de negocios en la capital.
Según las pesquisas, la discoteca contaba con personal específico para reclutar a mujeres a las que encontraban por redes sociales o a través de conocidos. Sabían lo que buscaban: jóvenes guapas, de entre 20 y 30 años, a las que contactaban a través de Instagram. Les imponían una forma concreta de vestir, en la que los tacones eran obligatorios, un horario determinado y “un trato cercano y alegre, incluso sugerente” con los clientes, según la investigación. Al final de sus servicios, las jóvenes cobraban entre 50 y 80 euros que podían recibir por varios medios: en mano o por la aplicación de transferencias económicas Bizum. Las chicas podían cobrar al final de la noche o después de varias jornadas, para recibir todo el dinero de una vez.
No son las únicas. Cada noche, decenas de chicas como las de Opium están dispuestas estratégicamente en locales como este, esperando de pie detrás de una cinta de terciopelo, como las que separan estancias en los museos. Es la una de la mañana de un día entre semana y los clientes, en su mayoría hombres, van llegando al local. Uno es delgado, de pelo cano, camisa y pantalón Armani. El otro, bajito, suda sin parar. Ambos caminan por la discoteca como si cada centímetro fuera suyo, y durante unas horas, si desembolsan tanto dinero como promete su triunfal entrada, lo será. No tarda en llegar la primera de muchas botellas del champán más exclusivo, sube la música y sueltan confeti. Están en uno de los reservados más caros (500 euros) rodeados de mujeres jóvenes. Todas sonríen y se dejan agarrar de la cintura. “Buscan atención, que te fijes solo en ellos”, cuenta Andrea, de 22 años, y acostumbrada a pasar horas haciendo sentir como reyes a hombres de corbata desconocidos.
En este mundo de simulaciones, tal y como ha destapado la policía y ha comprobado este diario, la oferta de trabajo comienza así: “Si te gusta salir y tienes muchas amigas, este trabajo es para ti. Ten un sueldo fijo por salir entre tres horas y media a cuatro por noche y pasarla en grande en las discotecas de moda de Madrid”. También, amigas que llevan a otras amigas un día a la discoteca y allí alguien les cuenta cómo ganar dinero fácil. Ese alguien suele ser un reclutador de chicas imagen, el encargado de escoger quién es merecedora del título y quién no.
Como Alicia, nombre ficticio para proteger su identidad, de 30 años y que tenía un trabajo muy bueno como publicista en Chile. El verano pasado llegó a España y se enamoró por Tinder de un hombre que le prometió una vida a su lado si se mudaba a Madrid con él. La relación no funcionó y, al verse sin ahorros, sin casa y sin ningún tipo de apoyo, decidió entrar a trabajar como chica imagen en Opium Madrid.
Una amiga le enseñó que, si se descargaba una aplicación, podía inscribirse a los eventos de la discoteca y trabajar para ellos. “Me pagaban 50 euros la noche. Opium todo lo hacía a través de la app para no dejar rastro de su vinculación laboral con nosotras”, cuenta Alicia, que ahora trabaja como encargada de sala de una de las discotecas que tiene la compañía en España.
Desde enero de este año hasta abril, Alicia trabajó todos los días del mes y pudo ver desde cerca cómo operan en la discoteca. “Un martes contratan a unas 40 chicas, pero un viernes hay mínimo 150″, explica por teléfono. Las reglas de su trabajo fueron muy claras desde el comienzo. “Tu trabajo es sonreír y verte bonita para que los hombres consuman más. Siempre debes tener una copa en la mano. En mi caso, yo la tiraba cuando no están viendo porque no me gusta beber”, recuerda. “Eso sí, ni una botella de agua me daban si no estaba en una mesa con clientes”, afirma. Durante sus jornadas en los reservados varios clientes le ofrecieron más de una vez ser su acompañante de la noche. “La mitad de las chicas que trabajan en la discoteca de Madrid son escort, y en las zonas de playa casi todas”, dice.
“El cliente te dice al final de la noche que si te quieres ir con él. Muchas veces son los mismos encargados de las discotecas los que organizan los after. En mi caso, me ofrecían 50 euros más por dos horas [de after], pero sé que al cliente le cobraban 100. Ellos son los promotores de cantantes, futbolistas y grandes empresarios”, explica. “Hace poco llegó a la discoteca un príncipe de Qatar que se llevó a 20 chicas del bar a un reservado en el Hotel Four Seasons”, cuenta. “Y cuando el Real Madrid ganó la Champions el mes pasado, los del equipo se vinieron todos a celebrar aquí y el día del partido de Brasil contra España también estaban todos rodeados de mujeres”, sigue.
Todo lo que suceda por la noche se organiza en grupos de WhatsApp, donde reciben mensajes como estos: “Hola, necesitamos una chica que quiera hacer extra esta noche”; “hay dos empresarios que buscan dos chicas para ir a un hotel, les dan 600 euros a cada una por una hora. Quien quiera que me mande fotos en privado”; “se necesitan tres chicas que vayan a Ibiza de imagen”; “se necesitan chicas para una fiesta privada TOP en una villa”. Estas ofertas las han leído algunas de ellas a EL PAÍS. Y avisos de este tipo: “Importante. Nadie en pantalones ni shorts, puntualidad, no os mováis de las mesas que se os asignen”.
Jefe de sala
Para muchas, la premisa es atractiva ―“baila, bebe y haz que la discoteca gane dinero”―, pero quienes dan las órdenes son los jefes de la sala y ellas obedecen. A cada una le asignan una mesa y, muchas veces, no pueden abandonarla hasta que su superior se lo permita, sobre todo con los clientes más pudientes (los que llaman “los fuertes”) o cuando hay conciertos. Las imágenes tienen prohibido “escaparse”, según un mensaje al que ha tenido acceso este diario, que significa pulular a sus anchas por la discoteca.
—Una sabe que lo está haciendo bien cuando aparece el champán con las bengalas. Si no piden más botellas, malo.
Natalie (nombre ficticio) podría ser cualquier chica tomando una cerveza en un local de comida rápida en el paseo de la Castellana de Madrid. Unos segundos antes, su contoneo y forma de hablar, mirando a los ojos, exagerando su sonrisa con cada afirmación, hubieran pasado inadvertidos. Porque fuera de la oscuridad del club, del calor de la noche, de esa mezcla de olor a frambuesa, tabaco y alcohol que embriaga el aire de las discotecas, solo es una chica más. Tiene 26 años, pero aparenta más edad o menos cuando hace falta. Natalie es un camaleón. Que vino de Santo Domingo (República Dominicana) con 18 y aprendió pronto las técnicas para entretener a legiones de hombres con dinero cada noche. Ahora, como Alicia, conoce de cerca el proceso de selección de las chicas imagen, porque es una de las personas encargadas de hacerlo en otra de estas exclusivas discotecas, Oh My Club.
“Claro que es importante el físico, no te lo voy a negar. Pero no es suficiente, yo me fijo mucho en que tengan iniciativa, que sepan estar. Aquí viene gente con clase, tienes que saber vestirte de forma elegante y sexy. Saber cómo hablar con ellos. Recibo mil mensajes al día, pero no cualquiera vale”, explica Natalie. El sueldo fijo que ofrecen algunos de los locales que cuentan con estas mujeres en su plantilla —otros lo pagan en negro, unos 50 o 60 euros en un sobre al acabar la fiesta— es de unos 1.200 euros al mes, según confirma a este diario un jefe de sala de Oh My Club, que asegura que cuentan con unas 60 chicas. Una cifra que se puede ampliar hasta las 120 mujeres, según el evento. El salario puede aumentar también dependiendo de las horas extra que echen.
Todas son conscientes de que reírle las gracias a determinados señores por la noche sale más rentable que poner copas en un bar en Madrid o dejarse la juventud limpiando habitaciones ajenas. Marta (nombre ficticio), de 27 años, llegó de Badajoz hace tres a estudiar un máster en Ciencias del Deporte en la Autónoma. Pronto comprendió que tenía dos opciones para costearse su vida en la capital: o seguir poniendo copas durante ocho horas y aguantar a los “babosos” de siempre, o simular que sale de fiesta con sus amigas y sonreír de pie, por el mismo precio. La decisión se tomaba sola.
En los reservados, Marta y el resto de chicas se mueven lo justo, midiendo el momento exacto en que deben bailar, frenando en la copa precisa para no emborracharse sin que ellos se den cuenta. Están alerta, saben perfectamente la delgada línea de su profesión con otra que prefieren ni nombrar. “Yo no soy eso”, insiste ella, con una mueca de asco.
Como si los tradicionales lugares de estriptis se hubieran sofisticado, remitieran a una época hortera y sin glamour, donde los hombres con dinero iban a cerrar negocios, ahora buscan rodearse de chicas que se parecen a las que ellos buscarían por su cuenta. Y ahí todos juegan el juego de que las han seducido realmente. “Si alguien quiere hacer otra cosa, si veo que vienen a cobrar por sexo, los mandamos fuera. Hay muchos otros sitios”, apunta el jefe de sala de Oh My Club.
A estos negocios les interesa esa línea finísima, impregnada del humo de las shishas, el olor a fruta dulzona, el terciopelo, la piel falsa de sus sillones, la simulada fiesta, las risas exageradas. Sin ellas, estos locales solo serían una discoteca más, donde esos señores no tendrían más remedio que esforzarse para gustarles a unas chicas 30 años más jóvenes, sin creerse dueños de cada metro cuadrado que pisan.
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