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“Nos han quitado los recuerdos”: el sinvivir de las 24 familias desalojadas por la línea 7B de Metro de Madrid

Realojados en pisos turísticos, los damnificados por las obras del suburbano relatan cómo es su día a día

La familia que forman Juan, Eva e Iván sujeta un árbol de Navidad, uno de los enseres que pudieron sacar de su vivienda.
La familia que forman Juan, Eva e Iván sujeta un árbol de Navidad, uno de los enseres que pudieron sacar de su vivienda.Víctor Sainz

Las vidas rotas de las 24 familias de San Fernando de Henares desalojadas de sus viviendas por los desperfectos causados por la línea 7B de Metro de Madrid se cuentan a través de olores que ya no están, de habitaciones vacías, y de lágrimas. Muchas lágrimas.

A Rosario, viuda y ya al borde de los 70 años, se le resbalan por las mejillas cuando mira a la habitación del apartahotel en el que le ha realojado la Comunidad, y que ella ha decorado con el cojín de Daniela, los muñecos de Daniela, la sillita de Daniela y la manta de Daniela: su nieta, que vivía con ella cinco días a la semana cuando residía en San Fernando, ya solo viene uno. Ahora la abuela vive demasiado lejos del colegio.

“Esto ha sido un destrozo”, lamenta Rosario sentada en el salón del apartamento en el que descuenta sola días grises y noches en vela en espera de una solución.

Habitación de la nieta de Rosario en el apartamento turístico donde la han realojado.
Habitación de la nieta de Rosario en el apartamento turístico donde la han realojado.Víctor Sainz

Eva, andaluza de Linares, un torrente de energía, ha traído sus sofás para convertir en un hogar el impersonal piso turístico en el que la Administración aloja a su familia, pero hasta allí no le han acompañado el olor de su madre, a la que cuidó durante cuatro años en la casa donde ha vivido 30, ni las paredes que le cuentan que aquí empezó a andar Iván, su hijo, que allá se bañaba, y que en aquel rincón gateaba y jugaba.

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Y llora. Llora porque abandonar su piso lleno de grietas provocadas por las obras de la línea 7B es abandonar su vida, y además, no saber cuándo podrá recuperarla: tras desalojar a estas familias en septiembre, la Comunidad se plantea ahora derribar el edificio.

“Hemos luchado mucho para pagar ese piso, y nos queda todavía hasta 2025″, resume Eva. “Tengo pavor. No he pegado ojo. ¿Qué nos va a pasar? Ya no vivo el día a día, vivo el minuto a minuto”, sigue. “Se sufre mucho”, recalca. “Cuando salí de mi casa, lo dejamos todo: los recuerdos de mi hijo, de mi madre, que simplemente con oler el sillón parecía que mi madre estaba allí. Son cosas que nos han quitado”, evoca. “Yo no pido un piso en La Moraleja, pido lo que yo tenía, donde yo lo tenía, y rodeado de la gente que yo tenía. En siete meses he perdido a mi madre y a mi casa”.

Las 24 familias viven en medio de un polígono. Por la mañana les despierta el agradable olor de la fábrica de Bimbo. Como despertador, sin embargo, podría actuar el traquetear de los inmensos camiones que sirven a los negocios aledaños. Es un lugar desangelado: el viento sopla frio por las amplias calles, roto el asfalto por las ruedas inmensas de los transportistas. De repente, el corazón de las vidas de todas estas familias, aquello que siempre estaba cerca, queda a ocho kilómetros. Aunque la Comunidad corre con todos los gastos que genera el alojamiento, y les paga un taxi al día para ir y volver, eso ha convertido gestiones rutinarias en una odisea: ir al colegio, ir al médico, ir al trabajo…

El consejero de la Presidencia y de Interior, Justicia y Víctimas Enrique López y la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, Vídeo: GUSTAVO VALIENTE (EUROPA PRESS) |

“Estamos desterrados de nuestras casas, en un entorno triste”, resume Juan, el marido de Eva, sobre el complejo en el que ha alojado la Comunidad a todas estas familias, que un día vieron aparecer unas grietas en sus casas, al otro observaron cómo ventanas y puertas se descuadraban, y al final fueron desalojadas porque el suelo sobre el que se asientan sus hogares se ha movido desde que el metro llegó a San Fernando.

24 horas para desmontar una vida

Eso ocurrió el 22 de septiembre. Tuvieron 24 horas para dejar sus casas. 24 horas para decidir qué dejar y qué llevar. 24 horas para desmontar sus vidas sin saber durante cuánto tiempo: a algunos les ha pillado la llegada del crudo invierno sin un buen abrigo.

“Resuelvo declarar en estado o situación de ruina física inminente las edificaciones sitas en la calle de la Presa número 4 y en las edificaciones sita en la Calle Rafael Alberti números 1 y 3″, se lee en la notificación oficial, donde se especifica: “Edificaciones con tres portales, distribuidos en 24 viviendas de uso residencial y dos locales y 39 plazas de garaje”.

Metro de Madrid San Fernando de Henares
Demolición de dos de las casas afectadas, en San Fernando de Henares.David Expósito (DAVID EXPÓSITO)

Desde entonces, los vecinos aguardan fuera de sus casas a que se encuentre solución a un problema detectado hace más de una década, y que está oculto bajo tierra. La obra para construir la línea 7B de metro, inaugurada en 2007, ha afectado a los cimientos de más de 200 casas, según datos del Ayuntamiento. La pasada semana se derribaron dos viviendas. Desde 2015, al menos otros tres negocios. Los siguientes serán probablemente los edificios que acogen a estos vecinos, que no saben cuál será su futuro mientras viven como si protagonizaran un largo viaje en un lugar lejano: siguen en Madrid, pero muchas de las cosas que les rodean son de lo más extrañas.

Los pasillos del apartahotel en el que viven están inundados por los olores que desprenden las cocinas fantasmas que han escogido el edificio para alimentar los pedidos de las aplicaciones para móviles. La piscina del lugar, en el que se paga por día, y no hay necesidad de nómina para vivir, se puebla de chicas con mucho tiempo libre durante el día. Todos viven con el temor de que les roben sus pertenencias, ya que esto es como un hotel, y está lleno de gente que va y viene, todos con tarjetas de acceso pese a los carteles de “no molesten” que han colgado de sus puertas.

Igual que si sufrieran una maldición, y las grietas y las humedades les persiguieran, en el lugar abundan las paredes desconchadas por el agua, y las ventanas rodeadas de fisuras que los residentes tapan con cinta aislante. “¡Mire, mire!”, dicen señalando las heridas que rompen de negro el blanco de la pintura en uno de los pisos, por lo general modernos y bien dispuestos.

Todos han perdido sus referencias diarias. Esas cosas del día a día que eran su norte y su sur, su brújula. Ahora viven en una comunidad como poco variopinta: se mezcla desde un famoso mago que aparca su Jaguar en el garaje, a estas 24 familias de San Fernando que solo quieren volver cuanto antes a sus casas, y que temen que nunca podrán hacerlo.

“Esperamos a ver qué nos ofrecen, qué nos dan, yo no quisiera salir de San Fernando, donde llevo 60 años”, dice Rosario. “Ahí, en el barrio, se queda todo, lo bueno, y lo malo”.

Es el adiós a toda una vida, y el saludo a un torrente de preguntas que avanzan un futuro complicado. ¿Con cuánto dinero indemnizará la Comunidad a los afectados? ¿Será suficiente para que reconstruyan sus vidas, o perderán su vivienda a cambio de recibir un dinero que no les alcanzará para comprar una nueva? ¿Habrá que llegar a los tribunales? ¿Qué pasa con el lucro cesante de quienes explotaban los bajos comerciales y han tenido que bajar la persiana?

Son preguntas por ahora sin respuesta. Con frecuencia, representantes de las 24 familias se reúnen en la cafetería, o en las zonas comunes, para charlar y que pase más rápido el tiempo de espera. ¿Logran hablar de fútbol, de política, de cine? “No. Solo de las casas. ¡No hay otro tema!”, contesta Rosario. Y se le quiebra la voz.

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Sobre la firma

Juan José Mateo
Es redactor de la sección de Madrid y está especializado en información política. Trabaja en el EL PAÍS desde 2005. Es licenciado en Historia por la Universidad Complutense de Madrid y Máster en Periodismo por la Escuela UAM / EL PAÍS.

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