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El espíritu del tiempo a través de la pintura barroca de Caravaggio, Vermeer y Velázquez

Lo intangible del arte, más alla del cromatismo y la luz, en un discurso narrativo sobre la espiritualidad y los poderes supranacionales del siglo XVII de Xavier Albertí

El director Xavier Albertí durante su interpretación en 'Caravaggio, Vermeer y Velázquez' en el Teatro de la Comedia.
El director Xavier Albertí durante su interpretación en 'Caravaggio, Vermeer y Velázquez' en el Teatro de la Comedia.David Expósito
Patricia Segura

La imagen del Santo Entierro de Caravaggio se va aclarando poco a poco en una gran pantalla. La obra abre las puertas del siglo XVII, un siglo que, según el director Xavier Albertí “hemos leído esquemáticamente”. Se escucha una melodía de Jean-Philippe Rameau, que proviene de las teclas de un piano de cola negro. El foco ilumina al músico. El ex director artístico del Teatre Nacional de Catalunya recorre la historia del siglo XVII a través de un análisis interpretativo de la pintura barroca de Caravaggio, Vermeer y Velázquez en la sala Tirso de Molina de la Compañía Nacional de Teatro Clásico en Teatro de la Comedia de Madrid. En esta función se descubren detalles de los cuadros de los tres grandes maestros del barroco desde una perspectiva indómita que ahonda en el espíritu de la época en la que se crearon.

La puesta en escena parte del pensamiento del filósofo francés Michael Focault, que defendía que una buena obra de arte es aquella que contiene el espíritu que la hizo nacer. El discurso va desgranando diferentes asuntos, como el pensamiento filosófico de la época, la división política y económica de Europa o el arte y la figura del artista en Occidente. A través de la exposición interpretativa de estas cuestiones se presenta una estampa discursiva que ilustra la sociedad del siglo XVII. Se trata de viaje narrativo y creativo por aquello que capturaron los cuadros. Albertí experimenta a través de la interpretación, la pintura y la música para presentar aquello intangible del arte, más alla de la técnica, el cromatismo, la luz o el contorno: el espíritu de un tiempo.

El director define el siglo XVII como un punto de inflexión para el pensamiento, con los descubrimientos científicos sobre el cuerpo humano: la circulación de la sangre, la óptica a partir de los telescopios de Galileo Galileo para obervar la complejidad de la piel o el descubrimiento del funcionamiento de los nervios. Esta apertura científica no es átona en el arte.

Caravaggio cierra la puerta al neoplatonismo, basado en la belleza y el amor puro desconectado del cuerpo. En la pintura de óleo sobre lienzo aparecen San Juan y Nicodemo, que sostienen con esfuerzo el cuerpo de Cristo muerto. Es una obra dramática y teatral por la expresión de sus personajes. La conversación desvela detalles como el rostro de Miguel Ángel. Este cuadro permite a Albertí hacer una reflexión sobre el poder eclesiástico: “¿Qué sentido tiene la espiritualidad en el siglo XXI, cuál puede alimentarnos y cuál está excesivamente secuestrada por estructuras que podemos cuestionar infinitamente?”. Y pone de ejemplo los casos de pederastia en Francia.

Cuatro siglos después, las creaciones de los artistas permanecen en los discursos de la sociedad actual. Varios ejemplos de esto son el descubrimiento del Ecce Homo de Caravaggio en una subasta de Madrid, la restauración de Muchacha leyendo una carta frente a una ventana de Vermeer y el nuevo marco del lienzo La fábula de Aracne de Velázquez.

La espiritualidad de Caravaggio conduce al intimismo de Vermeer. “Leonardo decía que la función de la pintura es capturar la luz, pero la luz no se ve”, cuenta el director. Su propósito es captar la emoción secreta del personaje, una muchacha que lee una carta frente a una ventana. ¿Qué noticia habrá recibido? “Los que nos dedicamos al teatro sabemos que para capturar las emociones solo podemos hacerlo a través de la reproducción del comportamiento”, cuenta Albertí.

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El compositor Xavier Albertí en el Teatro de la Comedia de Madrid.
El compositor Xavier Albertí en el Teatro de la Comedia de Madrid. David Expósito

En este tramo, el artista hace hincapié en los elementos dispuestos en el cuadro, como el tapete turco y la porcelana china. Durante la charla, se descubre la capa gris que esconde un Cupido, que se destapó después de la muerte del pintor. Se habla de los hogares burgueses de Holanda, de la textura de las cortinas y de las frutas que representan el pecado.

El dramaturgo profundiza en la creación de la compañía de las indias orientales, del monopolio holandés de la exportación de la porcelana y de la primera burbuja económica con la especulación del valor de los bulbos. Todo ello con el objetivo de dar a conocer los poderes supranacionales que existían en el XVII que, como explica en la función, llevaron a la división de Europa. Por una parte, las naciones que rendían culto a la Iglesia, y, por otro, aquellas que construyeron acuerdos comerciales entre ciudades, como Londres o San Petersburgo: “La doble Europa dejó 8 millones de muertos de religión hasta la Paz de Westfalia, momento en el que el poder político empezó a ejercer una dimensión diferente al del poder eclesiástico”.

El último escalón aparece con Velázquez y Las Hilanderas, donde el hilo es la metáfora, el tejido es la pintura y el centro narrativo es el color. Durante esta sección, Albertí explica cómo las metamorfosis de Ovidio enseñan las tensiones entre dioses y hombres, una metáfora entre el poder político y el hombre común: “Velázquez reclama que el artista tenga mayor capacidad de transcendencia y poder político”.

A partir de ese momento, aparecen los grandes propagandistas de la filosofía de la época, como Hume y Descartes. “Esta línea de pensamiento dice que el individuo tiene que entregar su pacto social a un gobernante para que le favorezca, no para favorecer la riqueza del gobernante”, sentencia el compositor.

El viaje recorre aspectos que demuestran un punto de inflexión en el XVII y aporta un toque de libertad para leer a los clásicos. La cartografía narrativa apuesta por el entendimiento de las obras de escritores como Calderón de la Barca, Lope de Vega o Tirso de Molina. “Nuestra generación está obligada a poner su marca para que la que venga encuentre también la de las anteriores y que a partir de ahí construyan”, declara Albertí.

El músico, sentado al piano, interpreta las piezas de Jean-Philippe Rameau, François Couperin y Juan Cabanilles para cerrar los ciclos. “No todo empieza con Bach”, comenta el músico. Las imágenes satélites van perpetuando las paradas del viaje didáctico. Albertí confiesa que el guion de la obra cambia en cada actuación, aunque sigue una misma estructura. “Depende de la energía que encuentre con el espectador. La función tiene algo de cabaré, de la idea de jugar juntos”, concluye.

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