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Pedro Pastor: pies descalzos, cuerpo y alma desnudos

A sus 26 años, ‘Vueltas’ es ya su cuarto LP. Desde Rivas, un canto contra el espíritu acomodaticio y el ajetreo de la vida moderna

El músico Pedro Pastor presenta su nuevo disco 'Vueltas' en Rivas Vaciamadrid.
El músico Pedro Pastor presenta su nuevo disco 'Vueltas' en Rivas Vaciamadrid.Santi Burgos

El nombre estaba cantado. Pedro Pastor quiso bautizar a su banda de acompañamiento Los Locos Descalzos porque a todos les encanta despojarse de los zapatos en cuanto plantan el pie en el escenario. Lo ven como una manera de conectar con el espacio, de sentir el peso de la pisada. Es una toma de tierra. Pero en su casita de Rivas Vaciamadrid, Pedro no acostumbra a caminar descalzo, sino desnudo. Completamente. En pelota picada, sí.

“Somos siete compañeros de piso, cinco chicos y dos chicas, entre ellas mi pareja. El nudismo nos ayuda a todos a respetarnos y asumirnos. Frente a la dictadura de los cánones de belleza, la desnudez contribuye a deshacernos de nuestros traumas”, argumenta el cantautor. Y es esa misma búsqueda de lo escueto y esencial la que late en sus canciones, esas que le han convertido, todavía a dos meses de su cumpleaños número 27, en una de las voces más sentidas y reconocibles tanto en tierras ibéricas como en esa Latinoamérica que tanto frecuenta y de la que nunca se cansa de beber.

La idea del viaje y las mochilas livianas gravita por buena parte de Vueltas, su ya cuarto elepé como solista, aunque al currículo podemos incorporar un EP (álbum breve), un disco a medias con Suso Sudón y no menos de 500 conciertos que va contabilizando, con empeño minucioso y autogestionario, en un documento de Excel. El hijo de Luis Pastor y sobrino del no menos ilustre Pedro Guerra ha comprendido la superficialidad de los ropajes, también en el arte. “Al principio intentaba llenar todos los espacios en las canciones, pero ahora he interiorizado que las cosas sencillas llegan de una manera más cristalina y profunda”.

De ahí este disco directo, poético y esperanzado que asoma la cabeza el viernes 1 de octubre. Una entrega de inspiración prepandémica (“desde la quietud soy incapaz de escribir nada”), enamoradiza y luminosa. Y amable, pese al compromiso ideológico del firmante, escorado sin disimulo hacia la izquierda del espectro. “Creo que es mi disco menos molesto”, reflexiona, “porque molestar, si no es por la vía de la acción directa, no sirve para nada en esta era de los odiadores, lo superfluo y los opinadores gratuitos”. Incluso la única composición de contenido inequívocamente social, la muy hermosa Lxs olvidadxs, apela a la memoria histórica y al reconocimiento de las víctimas del franquismo desde un tono constructivo. “Es un proceso urgente y demorado que aún tenemos pendiente como país, pero esa reparación solo puede abordarse desde la empatía. Lo único malo”, matiza, “es que el auge de la extrema derecha lo ha complicado todo. No se puede tolerar al intolerante”.

Pastor es hoy un muchacho de gesto relajado, propenso a la sonrisa dulce, que nos ha convocado para la charla en una céntrica plaza de Rivas. Busca el roce táctil con las manos del interlocutor, en consonancia con su voz linda, aguda y vulnerable, mientras rememora una vida aún breve pero tan intensa como para sentirse “un neonato anciano”. Creció sabiendo desde muy pronto que la canción sería su más fiel compañero de camino. Y dispuso del abrigo cómplice de unos padres, Lourdes Guerra y Luis Pastor, que le dejaron hacer. “Compuse mi primera canción a los 13 años, Te quiero, y era, claro, un horror. El estribillo decía, con aires de flamenquito: ‘Yo te quiero, yo te adoro, yo te extraño’. ¡Imagínate! En casa fueron lo bastante indulgentes como para no decir nada, porque una opinión negativa me habría hundido en ese momento. Pero hace justo un par de días me llamó Luis y me suelta: ‘Has hecho un discazo, cómete el mundo’. Y me dio un subidón…”.

Ha sido precoz en todo. Un espabilado. Un rapidillo. Reconoce que de chavalín se comportaba como “el típico quinqui de instituto”, de esos que escuchaban bakalao y enloquecían con las discotecas light. Era el consabido estudiante sensible y aplicado al que a veces se le cruzaba el cable y terminaba expulsado de clase. “En la pandilla éramos extrovertidos, molestos, de los que entran en los autobuses pegando voces. Vamos, como para habernos merecido algún tortazo…”. Entre medias acompañaba a sus padres de gira, ejercía de segundo guitarrista, cantaba un par de canciones. “A la salida de los conciertos vendía los discos de mi padre a 15 euros y, para redondear, empecé a grabar maquetas mías que ofrecía a cinco. Todo el mundo acababa soltando un billete de 20″. Lo que les decíamos: un tipo listo.

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A los 18 ya era autosuficiente. Terminó el Bachillerato, ni se planteó pisar la universidad, procedió a emanciparse junto a los hermanos Sudón en un piso por Puente de Vallecas. 350 euros de alquiler entre los tres: una cosa asumible. Llegaron las primeras grabaciones profesionales, todavía algo titubeantes, aunque él por entonces aún no se percataba de ello. “Supongo que era una persona altiva”, se sonríe, pudoroso. “A esas edades, ¿quién no es un poco insoportable? Luego aprendes que en esto de la farándula hay que despegarse de uno mismo”. Hoy mantiene la vanidad a raya, bajo vigilancia estrecha. “Soy ambicioso y a veces, al ver el éxito no merecido de otros, siento pelusa. Para qué mentirte, si es así. Pero la envidia no lleva a ninguna parte. Vivimos en un mundo competitivo, pero hay que quitarse la tontería de encima, exprimir la vida, disfrutar de estar vivo. La felicidad se encuentra en lo cotidiano”.

Se le ve currante, concienzudo, volcado en que su repertorio vuele bien alto. Pero también se las ingenia para evadirse con actividades paralelas como cuidar de su huerto, donde le crecen con moderado éxito pimientos, calabazas, tomates y alguna que otra cosita rica. Reivindica – y de eso también habla Vueltas – la importancia de perder el tiempo, de salirse del carril. “Necesitamos huir de esa tiranía moderna de la productividad, de que todo lo tenemos programado y nunca hacemos lo suficiente”. La portada del disco, muy minimalista, refleja una bola del mundo sobre una silla, metáfora evidente de esas zonas de confort de las que tanto nos cuesta alejarnos.

“Acomodarse es facilísimo, y eso sí que es un drama”, se lamenta. “El ser humano ha de enarbolar la resistencia, pero la tecnología y las redes sociales se han convertido en las herramientas perfectas para no exponernos ni movernos de nuestro asiento. Incluso a mí, que me considero rebelde y combativo, a veces me cuesta reaccionar…”. Y es entonces cuando se le encienden las alarmas, cuando ha de aventar el fantasma del aburguesamiento. La conversación concluye como empezó: en cueros. “¿Sabes? Solía desnudarme en playas no nudistas y ahora lo he dejado de hacer. A veces, para evitar la confrontación, has de aceptar un molde social, no ser fiel a ti mismo. Y eso duele”. Sinceridad sin tapujos.

Aquel encontronazo con Almeida

Pedro Pastor y su padre, Luis Pastor, saltaron a la actualidad política hace un par de veranos cuando José Luis Martínez Almeida, en una de sus primeras decisiones como alcalde de Madrid, decidió suspender una actuación de ambos en las fiestas de Aravaca. La administración de Carmena había aprobado el recital con el respaldo de todos los grupos políticos, pero los nuevos gobernantes entendieron que el concierto “tenía poco interés”. La delegada de Cultura, Andrea Levy, acabaría entrevistándose con el padre de los Pastor para disculparse. Dos años más tarde, Pedro sigue mostrándose escéptico respecto al talante de la derecha clásica. “Me da mucha pena que el fascismo se haya desenmascarado de esta manera”, argumenta. “El PP ha tratado tradicionalmente de disimular sus verdaderos fetiches, pero ahora ya no. Y es una tragedia que nos traten como estúpidos, que esgriman tan poca capacidad dialéctica y de diálogo”.

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