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Rigoberta Bandini, inventora del ‘perreo’ con inteligencia

La revelación de la temporada acerca al Conde Duque su escuetísimo repertorio, donde se dan la mano sagacidad y horterada

Rigoberta Bandini
Rigoberta Bandini, durante el concierto en el Conde Duque, el viernes.David Expósito

Rigoberta Bandini es una recién nacida, como quien dice, pero el tiempo le está cundiendo una barbaridad. La sosias cantarina de Paula Ribó vino al mundo justo una semana antes del confinamiento, que ya es puntería, y ni siquiera ha tenido tiempo de publicar nada parecido a eso que antes llamábamos elepé. Pero su goteo sucinto de sencillos digitales, lúcidos, traviesos, ambiguos (¿es Perra provocación, reivindicación o mero chiste?) y deliberadamente horteras ha hecho fortuna en grado superlativo y, lo más curioso, más o menos intergeneracional. Porque las 600 entradas disponibles en el patio de Conde Duque la noche de este viernes se esfumaron en menos de 24 horas, pero con un porcentaje de niñerío muy inferior al que podría barruntarse ante un fenómeno viral. De los virus buenos, nos referimos.

Rigoberta es, ante todo, una muchacha ingeniosa. Tiene 31 años –bastantes más de los que aparenta– y muchas tablas derivadas de un bagaje holgado y precoz como actriz de doblaje y teatro. Pero su álter ego para la discoteca no solo aporta chunda chunda, que es el ingrediente impepinable, sino también inteligencia. Son ocurrencias para sonreír y, de paso, para ejercitar también un poquito la mente. Lo más insólito de todo: el proyecto aporta buenas voces (salvando las distancias, el timbre de Paula se asemeja al de Eva Amaral) y hasta alguna construcción coral en forma de canon. Vamos, que no todo es mera guasa. La chica y sus chicos vienen estudiados.

Lo más insólito de todo: el proyecto aporta buenas voces (salvando las distancias, el timbre de Paula se asemeja al de Eva Amaral) y hasta alguna construcción coral en forma de canon. Vamos, que no todo es mera guasa.

Bandini irrumpe con gafas oscuras y falda de cuadros, como una colegiala aplicada que se desmelena en la fiesta de fin de curso y no quiere que le descubramos las ojeras ni las pupilas achispadas. Y su música tiene algo de eso, de travesura a cargo de una chavala que en clase era propensa a las primeras filas y los sobresalientes. En tiempos de dieta musical aún bastante restrictiva en los escenarios de la capital, su visita es saludada como un gran acontecimiento. Curioso, cuando menos, para una artista que solo puede aportarnos hasta este preciso instante la friolera de ocho temas propios y tres versiones. Una hora exacta de espectáculo. O, si se quiere, 56 minutos más un bis que consistió (“¡No tenemos más canciones, lo siento!”) en la repetición de la canción inaugural.

El título reiterado es el hilarante In Spain we call it soledad, lección de español urgente para guiris con frases útiles ante momentos chungos: “Ay, me desangro”, “Qué coño hago”, “Que me muero”, “Joder, qué largo”… Esta sublimación del pop electrónico despepitado incluye entre medias una loa explícita a Mónica Naranjo, por si aún no tenemos claro que la sagacidad y la horterada ejercen aquí de siameses. Otro ejemplo: “No habrá en la Tierra un solo ser que menosprecie los abrazos”, nos advierte la Bandini en Fiesta, hedonismo salpicado de ese punto tierno y blandito que se nos ha quedado con la calamidad del último año y medio. Y todo, con una canción que parece un híbrido entre Fangoria y, sí, Amaral. Es decir, con ese mínimo de competencia vocal que se le supone a quien decide exponerse al veredicto de las tablas.

La munición es tan exigua que parece prematuro sacar conclusiones de nada. Tú y yo se sitúa como la propuesta más convencional del lote, una crónica del amor en tiempos de la covid y la congoja ante el trance del aislamiento. Mucha más sustancia encierra Que Cristo baje, una apelación a las alturas que suena sacrílega, pero no lo es, o no del todo. La ambivalencia del mensaje, ya lo advertíamos, forma parte de los códigos de Rigoberta. Pero probablemente también de la posmodernidad, puestos a elevar el tiro (ya que andábamos a vueltas con los cielos).

Imagen promocional del videoclip de Rigoberta Bandini , 'Perra'.
Imagen promocional del videoclip de Rigoberta Bandini , 'Perra'.

Entre medias se sucederán las ocurrentes y sarandungueras recreaciones de Qualsevol nit pot sortir el sol (“No sé si conoceréis a Jaume Sisa”, anota la cantante barcelonesa, en tono muy didáctico), Corazón contento (homenaje a Marisol, “la más grande de España”) y, puestos a dárnoslas de iconoclastas, Cuando tú nazcas, aquella canción de Mocedades que a su vez adaptaba el portentoso Allegretto de la séptima sinfonía de Beethoven. No sabemos si nuestro buen amigo Ludwig se andará retorciendo en su sepulcro, como anotaría el cronista clásico. Pero como cualquier hipótesis al respecto sería indemostrable, dejémoslo en que la cosa tiene gracia y desparpajo. Y que a lo mejor, si nos da por el pronóstico cándido y optimista, sirve para que alguien asome la nariz por la música del romanticismo.

Y poca más tela que cortar, la verdad, porque ya avisábamos de que ahora podemos hacernos dignos de análisis con cuatro singles mal contados. Rigoberta utiliza de escolta y brazo derecho a una buena cantante, Belén Barenys, mientras los chicos, rigurosamente uniformados con polito blanco y pantalón negro de chándal, se quedan relegados en un segundo plano no ya secundario, sino casi testimonial. El teclista es Esteban Navarro, pareja de Paula y encargado de disparar las toneladas de esa música pregrabada que tanto facilita la tarea. Y frente al pad de batería digital se sitúa Juan Barenys, más pavisoso que dotado de garbo, al menos hasta que se integra en ese baile canino, arrastrados todos a cuatro patas por el escenario, que alegra la noche en el tramo final de Perra.

¿Es Rigoberta esperanza o bluf? Imposible dirimirlo con el partido recién comenzado, aunque su apuesta por un perreo inteligente, más allá del mero jadeo sicalíptico, es alentadora: los balvins de la vida prefieren hablar de “una perra en calor”y de “Te pongo en cuatro pata, tú ere perra, no ere gata”. ¿Es Too many drugs apología del consumo o documentada advertencia sobre sus peligros? Seguramente ambas cosas, en vista de la fijación de nuestro personaje por las anfibologías.

Y, lo más importante: ¿ese aviso final de “Vendré millones de veces a Madrid” es amenaza o aliciente? En tiempos de incertidumbres, que cada cual marque la casilla que considere más apropiada. Solo anotaremos que tras la hora exacta de espectáculo sonó por megafonía Voglio vederti danzare, de Battiato, y la distancia que la separa de A ver qué pasa aún es, a día de hoy, todavía sideral.

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