Tuiteros contra ‘instagramers’
En una red social están siempre enfadados. En la otra son felices mientras hacen deporte y amasan su propio pan
El periodismo consiste en contar lo que pasa y explicar por qué. Dicho de otro modo, los porqués son la razón de ser del periodismo. Pero aunque el cuarto es mucho poder, no llegamos a todo, y cuando eso sucede lo mejor es reconocerlo, con humildad, y seguir adelante. Yo admito que sigo sin saber por qué la gente es tan feliz en Instagram y está tan, tan enfadada en Twitter.
Hagan el experimento. Asómense primero a una ventana y luego a la otra. Verán que en Instagram no hay sitio para la ira, no cabe la rabia. En ese territorio siempre hay luz, hasta cuando es de noche. La indignación, la frustración, el hartazgo… todo lo que pesa ha desaparecido, todos los males de nuestro tiempo han sido erradicados. Los instagramers duermen como bebés, no conocen las ojeras y miran de frente a la cámara, ligeros, despreocupados. Pero hay algo muy inquietante en ese álbum infinito: todos sonríen. Nada les aflige porque hacen deporte, amasan su propio pan, comen platos que parecen cuadros de Miró, abren regalos, visten a la última. Son felices en la montaña, frente al mar, “de camino a la oficina”. Porque #¡hoyesviernes!, pero con el mismo ímpetu, porque hay que ir #aporelunes.
Ahora asomémonos a la otra ventana. Nótese que, para empezar, muchos ya no miran de frente: se ocultan detrás de dibujitos, fotos de objetos o paisajes y pseudónimos. Instagram es exhibicionista. Twitter, un escondite. Aquí la mayoría está casi siempre de mal humor. Les faltan horas de sueño, y no por las razones adecuadas. Si les desearan “buenos días”, responderían algo así como: “Serán para ti”. Si les dijeran —como hacen a menudo sus alter ego en Instagram— eso de “buen finde”, les informarían de que están de trabajo hasta arriba, que odian a los domingueros por encima de todas las cosas o que “ya hay que tener ganas de meterse en un atasco para escaparse a la sierra. ¡Paletos!”. Nada les agrada. Todo es “intolerable”, “un bochorno”, “de vergüenza”. Siguiendo con detalle algunas cuentas para tratar de comprender mejor el fenómeno —lo intenté— puede observarse perfectamente cómo se van calentando poco a poco, tuit a tuit, hasta la explosión final de rabia e indignación.
En Instagram el vaso siempre está medio lleno. En Twitter, vacío, y sin fuentes a la vista. Los instagramers tienen mucho que mostrar, casi siempre bueno, hermoso, tierno, saludable. Los tuiteros, mucho que decir, casi siempre sobre algo malo, horripilante, cruel, tóxico.
Lo más inquietante de todo es que, en ocasiones, son los mismos. Se ha dado el caso de personas que son absolutamente felices en Instagram y de manera casi simultánea, totalmente desgraciados en Twitter. Ahí fue cuando me rendí. Imposible explicar el fenómeno.
Los niños preguntan a menudo qué superhéroe ganaría una pelea: ¿Batman o Superman? ¿Spiderman o Wonderwoman? Un padre les diría que la violencia no conduce a nada, que todo se puede hablar, que la unión hace la fuerza. Un periodista está obligado a ir más allá. Examinaría a fondo las cualidades de cada uno —edad, lesiones, entorno social, dieta, superpoderes...— y seguramente concluiría que depende de un montón de circunstancias por lo que no van a hacer demagogia respondiendo sin más el que intuyen que es su favorito. Me consuelo pensando eso para no hundirme tras fracasar estrepitosamente en la misión de explicar por qué Instagram es tan feliz y Twitter está tan enfadado. Pienso también en quién ganaría en un combate de instagramers contra tuiteros. Tampoco lo tengo claro.
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