Marlango, la razón y el instinto: un concierto para grabar el primer álbum en directo y celebrar 15 años de historia
Alejandro Pelayo no quería discos en directo. Leonor Watling, sí. Esta vez ha ganado ella. El dúo celebra así 15 años de historia
¿Cómo se las apañan un par de adultos para llevar dos décadas escribiendo canciones al alimón y tener aún ganas de seguir haciéndolo? ¿De qué manera se preserva la necesidad de arremolinarse en torno a un piano, ese pellizo irrefrenable de la creación consensuada? A juzgar por el ejemplo de Leonor Watling y Alejandro Pelayo, la clave pasa por parecerse más bien poco. Los fundadores de Marlango comparten una pasión desaforada por la música y, en menor medida, por los sombreros, pero más allá de eso resulta improbable que coincidan en algo. Y les funciona.
Pelayo, pianista cántabro a punto de cumplir 50 años, es el minucioso de la coalición, incluso el obsesivo. Puede parecer que nos presta una atención reverencial, pero una parte de su cerebro anda inmerso en tarareos o laberintos armónicos. Nada, absolutamente nada le interesa ni absorbe tanto como su oficio de creador musical, del que habla con reverencia, tal que si temiese profanar un territorio sagrado. En abierto contraste, Watling (Madrid, 46 años) se muestra mucho más receptiva a otros estímulos exteriores. Pero, ¡cuidado!, si alguna alineación sonora de planetas acontece alrededor de la cantante, se le erizará hasta la última terminación nerviosa. Y Alejandro lleva media vida valiéndose de ese termómetro ultrasensible. “Leonor reacciona a la belleza a tiempo real, de una manera física”, enfatiza. “Frente a la tendencia de la música hacia la matemática, el suyo es un comportamiento animal, igual que el de esos pájaros que súbitamente se sumieron en el silencio ante la erupción inminente del volcán en La Palma. En función de lo que percibes en ella, subrayas la partitura o la tiras a la basura. Y eso no se enseña en ningún Conservatorio”.
Es muy ameno, incluso gozoso, asistir de cerca de esta interacción marlanguiana. Nos encontramos en un local de ensayos de la Sala Mirador, en Lavapiés, el lugar escogido por Leonor y Alejandro para el concierto que este próximo día 30 oficiarán en los Teatros del Canal para convertirse en el primer álbum en directo de la banda. Tal vez por influjo de ese halo escénico que nos abraza, nuestros protagonistas parecen inmersos en un ejercicio de intercambio de papeles. Pelayo, un tímido casi patológico que sufre durante la sesión fotográfica como si le estuvieran descoyuntando en un potro de tortura, no puede poner freno a su verbo incontenible. Y Watling, esa mujer risueña y de inteligencia supersónica, la antigua chica Almodóvar que ya no sabemos si es mejor cantante o actriz, porque ha desarrollado la inquebrantable costumbre de hacerlo bien todo, calla y atiende complacida ante el raro espectáculo. A fin de cuentas, la preparación de un elepé en vivo ya supone una contradicción alejandrina de primera magnitud.
“Es cierto”, concede el aludido. “Siempre había rechazado frontalmente esa posibilidad. Los conciertos son para vivirlos, para estar ahí, no para escucharlos en el sofá. Yo solo he visto una vez a Tom Waits en directo, en Barcelona, y con seguridad no sería su mejor actuación, ¡pero fue en la que yo estaba! En esta ocasión, sin embargo, me he rendido. Ahora que cualquiera puede subir una grabación pésima a YouTube, todos terminamos claudicando frente a estas mierdas de la tecnología…”.
El primer ensayo general ha reunido al ya longevo dúo con dos de los tres músicos que les acompañarán en escena la próxima semana, el guitarrista eléctrico Javi Peña (44 años) y el trompetista Toni Molina, de 40. En una formación que en todo este tiempo ha patentado un modelo de canción delicatessen, luminoso en su exquisitez casi jazzística, las discusiones son de hilo fino: que si un contrapunto aquí, que si una pequeña disonancia allá. Leonor canta sentada y serena, con una insultante naturalidad, elevando las piernas como en una posición de loto ingrávida. Pero en los diálogos despunta a veces esa vis cómica que solo puede aflorar tras muchas horas de vuelo compartido:
―¿Cómo se titulaba esta canción?―, pregunta el guitarrista.
―¡Dame la razón!
―Eso es justo lo que dicen las señoras mayores en los quioscos a primera hora de la mañana―, zanja Pelayo.
Empezaron sin grandes ambiciones allá por 2004, con un primer álbum homónimo grabado a horas intempestivas. El sello independiente Subterfuge confiaba en ellos tan tímidamente que les reservó un estudio durante tres madrugadas. “Nuestras expectativas eran rurales, humildísimas”, rememora Watling. “Solo queríamos grabar esas canciones, pasarlas a limpio, tenerlas en un disco que con los años pudiéramos enseñarle a nuestros hijos. Necesitábamos publicarlas porque nos mordían los tobillos, no nos dejaban en paz”. Pero en un mundo que acababa de enamorarse de Norah Jones, la voz noctívaga, narcótica, sensual y en inglés de la protagonista de Son de mar o A mi madre le gustan las mujeres originó una conmoción.
Desde entonces han llegado otros seis álbumes más, los tres últimos ya en castellano y con títulos de connotaciones mucho más luminosas que las de aquellas sesiones casi clandestinas: Un día extraordinario (2012), El porvenir (2014) y Technicolor, en 2018. “Nuestro día a día no es de Mr. Wonderful”, bromea Leonor, “pero Marlango defiende con uñas y dientes ese empeño en la positividad”. Y Alejandro, esta vez sí, la refrenda: “Los títulos son anhelos, y a mí esas canciones me han servido para estar bien. Mis discos instrumentales en solitario son justo lo contrario, la expresión de mis lugares más dolorosos. Pero la música junto a Leonor se convierte en un ejercicio lúdico y celebratorio, un ritual que ha de acompañarse, de manera innegociable, con una copa de vino”.
Todo ese retraimiento incómodo con el que convive Alejandro se desvanece, de hecho, en cuanto sus pies entran en contacto con la tarima de un escenario. “Nuestra vida”, enuncia muy en serio, “solo tiene sentido durante la hora y media de un concierto. El resto del tiempo lo inviertes en otros asuntos no poco importantes: tenemos pareja, hijos, quehaceres cotidianos. Pero la sensación de hambre por vivir no aflora nada más que durante los 90 minutos de cada actuación”.
Leonor atiende divertida al derroche de locuacidad de su socio, encantada, entre pitillo y pitillo, de asumir en esta conversación el papel de actriz secundaria. Ni siquiera le sorprende que Pelayo pida disculpas a sus interlocutores porque intercala sus peroratas con momentos de ensimismamiento durante los que anda dándole vueltas –eso acabará confesando– a los arreglos de una nueva canción. “Se llama Si preguntas por ahí, es un bolero con letra de Ray Loriga y nos servirá para dar título al doble vinilo en directo. Y como la tenemos aún cogida con alfileres, no puedo parar de pensar en ella”. No es descortesía, sino su naturaleza misma. “La música me bulle en la cabeza sin parar. Mi mujer [la actriz Nur Levi], que algo me conoce, me avisa cuando tiene que decirme algo muy, pero que muy importante: ¡Alejandro, necesito que estés del todo aquí!”.
Leonor, que tiene muy calados a sus clásicos, se troncha sin remedio. “Alejandro siempre fue hombre de silencios”, reflexiona, “pero su carácter absorto me ha venido bien para que yo evite las respuestas demasiado automáticas”. Son la razón y el instinto, ya lo avisábamos. El ying y el yang de un tándem en pro de la canción refinada. Una rareza extrema, pero duradera, en la historia del pop español.
Marlango grabará su disco en directo ‘Si preguntas por ahí’ el 30 de septiembre a las 20.30 en los Teatros del Canal (calle de Cea Bermúdez 1, metro Canal). Entradas, de 9 a 35 euros
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