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Arde Bogotá, superhéroes a tiempo parcial

El cuarteto de Cartagena, sensación ‘indie’ y juvenil del año, debuta en Madrid ante 800 enardecidos seguidores en el Hipódromo

Arde Bogota concierto Madrid
Un momento del concierto de Arde Bogotá en el hipódromo en Madrid.Andrea Comas

El jueves 28 de noviembre de 2019 fue la primera vez que el bajista Pepe Esteban y el batería José Ángel Mercader, dos de los integrantes de Arde Bogotá, pisaban Madrid. Y no era por un motivo menor: les habían invitado a tocar en la fiesta de presentación del festival Sonorama, nada menos que en la sala Joy Eslava. Justo seis semanas antes, a la hora del vermú del sábado 12 de octubre, su grupo había protagonizado un concierto acústico callejero en la plaza de Santa Catalina, en el corazón de Murcia, que levantó amplio revuelo en las redes sociales. Nadie daba crédito al desparpajo de aquellos pipiolos cartageneros, carismáticos y arrolladores, que se desgañitaban ante medio centenar de curiosos como si les fuera la vida en ello.

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Veintidós meses después, Pepe y José Ángel ―al que todo el mundo le dice Jota― regresaban este sábado a Madrid con un amplísimo bagaje acumulado. Porque en este exiguo periodo, incluso con una pandemia de por medio, el cuentakilómetros de Arde Bogotá se ha vuelto loco. Y queda aún mucha gasolina en el depósito para seguir devorando el asfalto de la geografía nacional.

Las agendas se les han alborotado drásticamente a estos cuatro veinteañeros de Cartagena que, sin despegar los pies de la tierra, tampoco ocultan su firme determinación de comerse el mundo. En este tiempo les ha fichado la multinacional Sony Music, han grabado un EP y un primer disco de larga duración, se han afianzado como una de las revelaciones más arrolladoras y evidentes de esta temporada y el sábado se estrenaban con todos los honores en los escenarios madrileños actuando en el Hipódromo de la Zarzuela ante más de 800 fieles tan jóvenes y fervorosos como ellos, incluso sin poderse levantar de sus sillas. “En este tiempo hemos descubierto que no hay nada tan bonito como el día de antes de un concierto, ni nada tan emocionante como los 10 minutos de después de terminarlo. La ilusión es la antesala de la felicidad”, nos resumirá Jota entre bambalinas.

De repente, la vida se ha vuelto vertiginosa, excitante y divertida para estos cuatro chicos de entre 25 y 27 años que ya han de revisar sus móviles y hacer cuentas para descubrir que esta cita con el festival Push Play suponía su concierto número 16 del verano. Muchos creen ver en ellos a unos muy lúcidos portavoces generacionales, mozalbetes con buenos currículos, las cabezas amuebladas y un arraigado sentido de la responsabilidad que se han visto atrapados en ese fuego cruzado de la precariedad laboral, los sueldos rácanos, los alquileres impensables y, por si no fuera suficiente, la puñetera covid. Pocos músicos de su quinta parecen ahora mismo en mejor disposición para consagrarse por completo al rocanrol, el espectáculo y la carretera.

“Nos dicen a menudo que vamos a llegar muy lejos, pero nos sentimos muy ajenos a esa costumbre del halago”, matiza el cantante y letrista de la banda, Antonio García, un tipo de verbo raudo, cara de niño bueno y aplomo infrecuente para sus 25 años. “Somos, eso sí, cuatro chavales ambiciosos. Nos gusta lo que hacemos, siempre quisimos ir a muerte con esto y nos lo curramos mucho. Es la única manera en que merece la pena hacer las cosas importantes de la vida”.

Lenguaje franco

Antonio ha desarrollado una habilidad manifiesta para abordar en sus letras las frustraciones amorosas, afectivas y vitales de la generación milenial con un lenguaje franco y nada recargado, pero muy alejado de tópicos y evidencias. Se dice un chico “no muy extrovertido, pero sensible” que ha encontrado en Arde Bogotá el microcosmos desde el que expresarle al mundo todas las incertidumbres que le reconcomen. “He aprendido a desnudarme, real y figuradamente, al lado de ellos”, enfatiza. “La nuestra es una relación de amor y confianza que va más allá de la amistad. Puedo enfadarme de pronto con alguno y decirle: ‘¡Me cago en tu cabeza!’. Pero, insisto, siempre desde el amor…”.

García nos sirve, además, como paradigma de esos artistas noveles que han de compaginar una doble vida de fuertes contrastes dentro y fuera del escenario. Es un abogado prometedor, especializado en marcas, patentes y derecho de autor, y el único de los cuatro que no sigue residiendo en Cartagena: acaba de mudarse a Madrid después de que le echaran el lazo desde el prestigioso despacho Uría Menéndez. Durante la semana luce traje y corbata, pero para el asalto al Hipódromo le han prestado una blusa en tonos crema de la abuela de su road manager. No es lo mismo visitar a un cliente que reventarse las cuerdas vocales con aquello de “Quiero casarme contigo, pero a ti te gusta más lo de no aprender mi nombre”.

Nuestras vidas se parecen un poco a la de Peter Parker. Tenemos claro que nada nos interesa como dedicarnos a ser Spiderman, y por eso nos exponemos a cada rato a fracasar con nuestra Mary Jane. Pero durante los 75 minutos de cada concierto nos sentimos un poco superhéroes
Antonio García, letrista y cantante

“Nuestras vidas se parecen un poco a la de Peter Parker”, reflexiona nuestro abogado y líder emergente del indie nacional. “Tenemos claro que nada nos interesa como dedicarnos a ser Spiderman, y por eso nos exponemos a cada rato a fracasar con nuestra Mary Jane. Pero durante los 75 minutos de cada concierto nos sentimos un poco superhéroes. O, como mínimo, unos tipos muy felices”.

Para desarrollar en las mejores condiciones ese trabajo fugaz de héroes circunstanciales, los integrantes del cuarteto ejercen de hombres concienzudos. El guitarrista Dani Sánchez, estudiante de Derecho en la Universidad Católica de Murcia y benjamín del grupo con sus 25 años y medio, adopta un tono de insólita gravedad para anunciar: “Sentimos que Arde Bogotá era nuestra última oportunidad. Por eso nos lo tomamos tan en serio. Nunca vimos esta banda como un lugar para emborracharse, sino casi como una empresa. En el local de ensayo ni siquiera tenemos cerveza; solo agua y café”. Jota, el batería, compagina las baquetas con su condición de profesor de inglés en la Facultad de Turismo. Y Pepe, el bajista, es el único que no cuenta con formación universitaria, ni ocupación alternativa fija. “He trabajado en bares y cantinas, en mil cosas, pero te terminan echando cuando tienes que pedir días de permiso para tocar”, explica con la misma humilde naturalidad que le imprime a todo. “Presumo de ser yo mismo siempre. Con mi vecino o con el director general de Sony”.

Claudia Orellana, representante de la banda al frente de Son Buenos, ya no puede disimular más sus nervios. Falta apenas media hora para el concierto más importante en la aún corta historia de Arde Bogotá y sus chicos ni siquiera se han vestido aún. Antonio, Dani, Pepe y Jota (el más presumido de los cuatro) se acicalan en la caseta que hace las veces del camerino y comparten ejercicios de estiramiento y gorgoritos para calentar las voces. Han decidido a última hora que no se atreven todavía a estrenar el que este 29 de septiembre se convertirá en su nuevo y muy sorprendente sencillo, una versión rabiosamente eléctrica, enérgica y divertida de Mi carro, de Manolo Escobar. Pero a falta de “atalajes” y “clavos que relucían”, tienen una última consigna para corear, a voz en cuello, a modo de amuleto: “¡Cartagena no se rinde, Cartagena no se rinde!”.

La explanada del hipódromo, en cambio, sí que se rindió. Desde el primer minuto. Y pese al fresquete de inminencia otoñal. No todos los días tienes enfrente a un superhéroe vestido con la blusa de la abuela.

La noche, primer LP de Arde Bogotá, está publicado por Sony Music.

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