Faralaes de otro planeta
El árbol de Júpiter se caracteriza por sus formas esculturales y torneadas
Si damos un paseo por los parques madrileños en estos días tórridos, podemos encontrarnos con una sorpresa llena de color en muchos de ellos. Hablamos de una especie que no suele sobrepasar los cinco o seis metros de altura en un jardín, y que responde al curioso nombre popular de árbol de Júpiter (Lagerstroemia indica). Una característica suya que nos llamará la atención de inmediato es la corteza, de colores ocres y grisáceos. Tiene una textura lisa y suave, como si se tratara de piel humana; parece que estuviera hecha para ser acariciada. Esto es debido a que cada año se desprende de la corteza más vieja, descamándose con la nueva crecida anual y dejando al descubierto su tejido más joven. Además, su tronco y ramas suelen presentar formas muy esculturales y torneadas.
Es una especie en la que prima la originalidad en cada una de sus partes. Por ejemplo, sus ramillas son peculiares, y presentan las marcas de unas ligeras costillas de textura papirácea, que las recorren longitudinalmente. Sus hojas gozan de unos verdes muy bellos, que contrastan con el color marrón cálido o rojizo de la rama nueva. Cuando llega el frío, esas hojas se incendian de amarillos, naranjas y rojos, convirtiendo su otoñada en otro atractivo más.
Pero por lo que es más valorada es por su espectacular floración, que a veces es capaz de cubrir casi por completo sus hojas. La anatomía de sus flores es muy singular, con unos pétalos rizados como trajes de faralaes. Su periodo de floración, en pleno verano, es también otra de las razones para considerarla “la reina del jardín”, como opina Teresa Peña, de Viveros Peña. La gama cromática de sus inflorescencias va desde el blanco muy puro de la variedad ‘Nivea’, pasando por los rosas (Rosea Nova), fucsias (Rubra) o morados (Violacea), si bien hay muchas más nombres de variedades con ligeros cambios en las tonalidades de las flores. De la misma manera, como también nos recuerda Teresa, siguen apareciendo nuevos cultivares, como Dynamite, de color rojizo o fucsia.
El origen de esta planta, de la familia del granado (Punica granatum), es asiático; su centro de distribución es el subcontinente indio, al que su nombre científico hace referencia: indica. Pero también se encuentra en China y otros países de la región. Su adaptación a las tierras castellanas es perfecta, ya que no teme ni a los veranos calurosos ni a los inviernos gélidos, como tampoco a la falta de humedad ambiental. Este “hito del jardín”, como lo define Benito Cotarelo, maestro de jardineros, se ve favorecido si lo abonamos anualmente con un fortificante a base de algas, rico en fósforo y potasio, como recomienda Benito. Eso hará que tenga una mejor floración aún. Una exposición a pleno sol evitará problemas asociados con el oídio, una familia de hongos que provocan un polvo blanquecino sobre la superficie de las hojas de las plantas. En el caso de que aparezca el pulgón, la plaga que más suele afectarle, podemos tratarlo con aceite de neem disuelto en el agua de riego.
Sus necesidades de poda dependen un poco de la persona que lo cultive. Hay quien prefiere podarlo todos los años, para promover una floración más profusa, ya que florece en los tallos jóvenes. Otros, aplican una poda ligera cada tres o cuatro años, para favorecer un rejuvenecimiento puntual. Finalmente, hay quienes prefieren que no vea la tijera, para dejar que la planta exprese su forma natural.
En Madrid podemos acercarnos al Real Jardín Botánico para contemplar distintas variedades, o a la Quinta de la Fuente del Berro para disfrutar con los árboles de Júpiter más monumentales de la ciudad. Estos últimos tienen unas flores de color rosado, aunque muy cerca se han plantado varios ejemplares más pequeños, de flores fucsia. Por cierto, se trata de una planta perfecta para cultivar en un buen macetón, ya sea en forma de arbolito o en forma arbustiva. Incluso podemos animarnos a germinar sus semillas para tener un heraldo perfecto de la canícula madrileña.
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